Palabra transparente
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Olegario González de Cardedal: «Esos tres universos en los que Delibes ha vivido arraigado han sido la tierra (Castilla), la lengua (el español) y el Absoluto (Dios)»Olegario González de Cardedal
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:43
Hay hombres arraigados y hombres desarraigados. Aquellos tienen sus matrices hundidas en las capas profundas de la existencia por donde corren las aguas nutricias del ser humano. Las tienen allí. Y allí las sostienen, ya que también ellas pueden ser amenazadas por la violencia que las arranca, dejándolas primero mustias y luego secas. Desde esa inserción resisten en épocas de sequía.
Tres son los universos de sentido en los que debe arraigar el hombre para descubrir el sentido a su existencia, realizar una misión y lograr aquella serenidad que le defiende frente a los violentos. Esos tres universos en los que Delibes ha vivido arraigado han sido la tierra (Castilla), la lengua (el español) y el Absoluto (Dios). Desde su palabra transparente nos ha enseñado a comprender nuestra vida como misión a la que hay que servir antes que como posesión que hay que degustar.
S. Weil, poco antes de morir y en medio de las situaciones dramáticas de la Segunda Guerra Mundial, nos dejó páginas excelsas con el título 'L'Enracinement' ('El arraigo'). Las comienza en estos términos: «El arraigo quizá sea la necesidad más importante e ignorada del ser humano. Es una de las más difíciles de definir». En la Biblia los profetas y salmistas definen así al justo que vive en la verdad y la fidelidad: «Será un árbol plantado junto al agua, que a la orilla de las corrientes echa sus raíces. Cuando llegue el estío no temerá; su follaje seguirá verde» (Salmo 1,3; Jeremías 17,8).
Los castellanos hemos aprendido a descubrir nuestras llanuras y mieses, las personas y las aves con ojos encendidos por las páginas limpias, transparentes, de Delibes. Nos ha hecho sentir la dignidad inmanente que implica venir de la tierra y de la pobreza. Con el Isidoro de varios de sus relatos, muchos de nosotros hemos podido proclamar exultantes y humildes: «Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios» ('Viejas historias...', 14).
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