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Fundación Miguel Delibes

Cuando Delibes cantaba zarzuela

La publicación de 'La fabulosa Norteamérica' permite evocar la amistad del matrimonio con el ingeniero Luis Arroyo, director de Tafisa

vidal arranz

Domingo, 20 de diciembre 2020, 09:10

El año Delibes está dando pie a algunos descubrimientos, o, cuanto menos, redescubrimientos, de interés. Entre ellos, el de la figura de Luis Arroyo Blanco, ingeniero industrial constructor de la fábrica de Tafisa de Valladolid, de la que fue asimismo director, y que formó parte del círculo íntimo de amistades del escritor. La publicación de 'La fabulosa Norteamérica', que recoge crónicas publicadas en El Norte del viaje de Arroyo a aquel país en 1957, cuando tales aventuras eran más que infrecuentes, da pie a evocar aquella relación, que rememora su hijo Luis Arroyo Zapatero, rector honorífico de la Universidad de Castilla-La Mancha, en el prólogo del libro.

Y así descubrimos no sólo los vínculos de Luis Arroyo con el cardenal Marcelo González y sus proyectos de lucha contra el chabolismo en la ciudad, o las innovaciones sociales que la empresa sueca matriz de Tafisa introdujo en la ciudad –con el primer club de obreros y una urbanización para directivos y empleados insólita en la ciudad– sino también las tardes de fiesta y música compartidas con tantos amigos, entre ellos los Delibes, en su chalé en la colonia de Tafisa, uno de los pocos lugares de Valladolid donde era posible disfrutar de jardín y piscina privada en unos tiempos en los que estas realidades eran desconocidas.

«La verdadera razón por la que Tafisa se instala en Valladolid es su intención de aprovechar la paja, abundante en Castilla, como materia prima para la fábrica», recuerda el hoy rector honorario. «Con este objeto mi padre viajó a Holanda y a Oregón (en EE UU), donde ya había prototipos industriales en funcionamiento. Pero aquí no resultó bien y la idea se desechó. La paja no daba consistencia suficiente a la madera».

Los Delibes, según recuerda Luis Arroyo Zapatero, siempre iban acompañados a la casa familiar de Tafisa por otra pareja muy próxima, Vicentita y Antonio Merino, que tocaba el acordeón y que, frecuentemente, era acompañado por Arroyo al piano. «Recuerdo muy bien la voz grave y el tono sentencioso de Miguel Delibes, pero aún mejor resuena en mi memoria la voz cristalina y con ritmo de cascabel de su mujer Angelines (de Castro)». En aquellos tiempos era un lugar común entre los más pequeños de la casa que Angelines «era la mano derecha de Miguel, la que apuntaba las cosas y las palabras a lo largo de las conversaciones que sabía que interesarían a su marido».

De aquellos encuentros en el porche y jardín de la casa de Tafisa se conserva abundante registro sonoro, aunque de calidad desigual. Y es que uno de los objetos que Luis Arroyo se trajo de su expedición americana fue un magnetófono, aparato muy poco conocido entonces en España, donde aún tardarían casi veinte años en popularizarse las casetes. «Le gustaba poner a grabar las conversaciones en grupo de los amigos y luego las reproducía en siguientes ocasiones, para pasmo de casi todos, pues aquella era una espectacular novedad», recuerda Luis Arroyo Zapatero.

En una de esas cintas, fechada en 1958, está grabada Ángeles mientras cuenta el 'acoso' de una presunta admiradora al escritor Miguel Delibes. «Nadie debe perdérsela. Allí se puede captar la extraordinaria personalidad de ambos, la capacidad narrativa de Angelines y su liderazgo sobre el grupo de amigos». La grabación, por cierto, fue donada a la Fundación Miguel Delibes y es accesible a través de su página web (Audio de Ángeles de Castro y amigos en casa de Luis Arroyo y Menchu Zapatero). En ella se escucha a Ángeles de Castro contar su sorpresa al descubrir que una mujer joven, que el escritor no era capaz de identificar, sigue a Miguel Delibes por todas partes «sin ningún pudor». «Esto es indignante: sabe que es mi marido y va detrás», comenta con una teatral indignación. También se la escucha asegurar que nunca le preocupó la posible competencia porque «era una chica muy paliducha que no merecía la pena tomar en consideración. No valía nada», expone la esposa del escritor con calculado desdén. «No me preocupaba».

En uno de sus últimos cumpleaños, los hijos del escritor vallisoletano le reprodujeron justamente esa grabación para que evocara la memoria de su mujer, fallecida muchos años antes. «Sorprendentemente su único comentario fue 'qué cosas tiene este Luis Arroyo'. Lo cual casi fue un alivio, porque todos temían que volver a escuchar la voz de Angelines pudiera causarle una emoción excesiva. Mejor así», recuerda Luis Arroyo Zapatero.

En aquellas reuniones se disfrutaba de opíparas merendolas en las que no eran infrecuentes las cangrejadas, pues es costumbre en Lerma, el pueblo natal de Luis Arroyo, así como en otros pueblos de Castilla, realizar meriendas colectivas con motivo de la pesca del cangrejo. Las del director de Tafisa eran muy celebradas por la incorporación de una receta sueca que había descubierto en sus viajes a aquel país, de donde procedía la matriz de la empresa vallisoletana, y sobre la que él realizó una variación. De modo que, frente a la costumbre habitual por entonces de servir los cangrejos con tomate, ajo, cebolla, perejil y otros aditamentos, Arroyo los preparaba cocidos con agua, sal y perejil. «Con esa receta triunfó plenamente», recuerda su hijo.

La música y la bebida –habitualmente vino de Cigales y chupitos de snaps traídos de Suecia– daban paso a la música y los cánticos de temas hispanoamericanos, coplas y boleros. «Aquellas reuniones eran de al caer la tarde, pero no se sabía cuándo terminaban. Miguel Delibes también cantaba con singular afición zarzuela», recuerda el hijo del anfitrión de aquellas fiestas. La grabación antes mencionada muestra al grupo de amigos atreviéndose asimismo con varios sentidos villancicos.

El libro rememora también un viaje de todo el grupo de amigos a Lourdes y, en concreto, dos anécdotas que lo salpicaron: la rotura del limpiaparabrisas del coche y una comida en la que se les sirvió un pollo que eran todo huesos. «Ángeles de Castro se puso a cantar con todos nosotros: 'Parabrís, parabrís, qué bonita serenata, parabrís, parabrís ¡ya me estás danto la lata! ¡Qué venga Luis de la Viña, iña! ¡Y que venga Luis Arroyo, oyo! ¡Para comer unos huesos, huesos, de lo que ayer era un pollo».

«Eran tiempos que siempre añoraron», –seguramente los más felices de sus vidas, evoca el jurista Luis Arroyo Zapatero, que vivió todas aquellas vivencias de niño– «pues eran ellos mismos los protagonistas de la felicidad, lo que se iría complicando con el tiempo y el crecimiento de los numerosos hijos».

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