DE PINGOS PARDOS
PPLL
Domingo, 6 de septiembre 2009, 04:02
E stá visto que lo mío son las causas perdidas. Ayer, sábado, cogí una perra de mucha consideración pensando en una función que siendo niño era la única a la que me dejaban entrar: la charlotada, que técnicamente se llama Espectáculo Cómico Taurino Musical, con el Bombero Torero y sus Enanitos Toreros. Para intentar quitarme la obsesión de encima, pensé en entrevistar a los currantes del servicio de limpieza, que estos días se multiplican por dos para que las calles estén transitables. No obstante, y para no importunarles, preferí marcharme a recorrer algunos de las actos deportivos mañaneros, esas actividades que también figuran en el programa oficial y que los nerviosos como yo pasamos por encima a toda pastilla buscando otras de mayor enjundia, a ser posible relacionadas con el comercio y el bebercio.
Pero ni el fútbol, ni el voleibol, ni los barcos dirigidos por radiocontrol (Dios mío, qué cosas ha inventado el explorador), fueron capaces de quitarme de la cabeza la charlotada. En parte, porque intuía que hacía tiempo que había dejado de ser un espectáculo de masas, y en parte porque casi todos a los que pregunté me dijeron que nones. Florencio Carrera, el director regional de Punto Radio, porque no le gustaba; José Miguel Román, el presidente de la Junta de Cofradías, porque prefiere «el toreo serio», como corresponde a una persona que se abonó hace más de 40 años y la única vez que se perdió media semana fue cuando estuvo en la mili. Juan José Cantalapiedra, el presidente de la Federación de Casas Regionales, me confesó que había ido «alguna vez, de chaval», mientras que Juan Antonio Quintana se puso serio recordando que «algunos buenos toreros salieron de ese tipo de espectáculos». Jesús Quijano, el diputado del PSOE, dijo, risueño, que «para ver charlotadas no hacía falta ir a la plaza de toros», mientras que Javier León de la Riva, el alcalde, dijo, simplemente: «No».
No contento con eso, me pateé la calle para preguntar a los mozos, eligiendo a los menos ojerosos y con el atuendo más limpio, que la noche del viernes había sido larga, y eso que esto no ha hecho más que empezar.
El único que me dio algo de juego fue Iván Galván, de la peña Bar Libra, a pesar de que me dijo que no había ido al espectáculo «porque yo soy más de encierros que de ver los toros sentado», aunque me aseguró que conocía el evento y que lo había visto una vez en La Cistérniga. Los otros dos peñistas encuestados, Germán Fuentes, de Atlas, y Luis Méndez, de Shambala, me confesaron que no sabían nada del tema y me dieron la impresión de que no les importaría morirse sin conocerlo. Cuando a este último le dije que los artistas eran enanos, me dijo un tanto adusto: «me parece bien». Hijo, qué soso.
Hasta José Luis Lera ignoró a estos artistas que no levantan un metro del suelo pero que se ganan la vida yendo de plaza en plaza, como los almendreros.
¿Y por qué cito a Pepe Lera? Pues porque él es el autor de los textos de la Guía de Toros distribuida por este periódico, y en ella no hay una sola referencia al Bombero y sus colegas.
Es más, hasta los que han elaborado el cartel oficial se han hecho los longuis indicando que «todas las corridas y novilladas darán comienzo a las seis de la tarde, menos el espectáculo del Bombero Torero». Anda, tócate los pies. Vaya manera de ningunear a esta troupe que salta por encima de los cuernos del morlaco y que tiene (o tuvo) entre sus componentes a uno que acabó haciendo sptriptis y presumiendo de atributos para demostrar que la altura y el tamaño no siempre son la misma cosa. Vamos, José Luis, no me fastidies, tú, que has sido capaz de decir que Curro Romero fue un «diestro de irresistible y cautivadora personalidad», no me digas que no podías haber escrito algo así: «Fulano de Tal, Enano Torero, de un metro de altura y equis centímetros de irresistible y cautivadora envergadura...». No hay justicia.
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