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Encajes de bolillos. / L. B.
Coser y cantar
LA ELIPSE

Coser y cantar

LUIS BESA

Miércoles, 16 de enero 2008, 01:14

SÉ coser. Entendámonos, sé coser sin seccionarme la femoral. En rigor, sé integrar botones en las camisas de una forma prolongada en el tiempo y con el solo empleo de hilo y aguja.

Me enseñaron de niño. Como mi padre ponía mala cara, mi abuelo materno, veterano del Ebro, saltó en mi defensa señalando que en la guerra saber coser era una habilidad harto recomendable. Dicho lo cual mi padre volvió a la lectura del diario.

Tan rápido como aprendí me olvidé. Pero soy leal a aquellas ropas que me resultan especialmente cómodas. Tan leal que sólo las jubilo cuando, o bien desaparecen por misterio (cosa que coincide con las visitas de mi madre), o bien estallan por el puro uso (revientan en jirones como diciendo: hasta aquí he llegado). Así las cosas, con los años, no ha quedado otra que reaprender a coser botones y zurcir sietes.

Lo que más me cuesta es enhebrar la aguja. Para mí, es cosa de brujas ver cómo octogenarias cuasiciegas enhebran a la segunda y se quedan tan panchas. Lo que es yo me puedo tirar treinta minutos hasta que de chiripa entra el hilo por el ojo de la aguja. Sé que hay en el mercado enhebradores, de hecho me suena que tengo alguno por casa, pero encuéntralo. Enhebrar me cuesta, y la cara de sufrimiento que pongo debe inspirar tanta piedad como ver a un poliomielítico en 'Mira quien baila', el típico friki invitado al programa para suscitar pena. De modo que si hay mujeres alrededor raro es que no salte alguna, «déjame a mí, Luis», me dicen con el respeto debido a un minusválido.

El siguiente paso, atar los cabos del hilo, se me da algo mejor. Fundamentalmente porque he inventado una alternativa, el 'amarre por saturación', consistente en olvidarme del nudo y atravesar la tela dejando un cabo de hilo asomando. Repetida la operación varias veces queda un boyullo definitivo, firme como el cemento. Luego, ya sí, empiezo a coser con cierto estilo.

Tengo una camisa bonita y cómoda. Se le cayeron un par de botones, el del cuello y el de la tripa, y acabó en la zona del armario donde destierro las prendas que nunca llevaré por más que en mi casa me digan «por qué no te pones aquel jersey que te regalé de color amarillo». La camisa ha estado exiliada allí durante meses porque no encontraba botones del mismo color, un morado revenido poco común. En el costurero nadan mil botones, algunos hasta tienen forma de elefantito o ancla, pero ninguno es morado. Llegados aquí me pregunto porqué no fabricarán los botones estándar, todos iguales, al menos para las camisas. Reponer botones es difícil. Si vas al Eroski y preguntas dónde están los botones morados, lo más normal es que llamen al segurata y te echen de allí sin contemplaciones. Y cada día hay menos mercerías, y las que hay, de bote en bote. Visto que encontrar botones de color morado revenido se me hacía cuesta arriba, opté por unos botones putativos negros. Después de todo, ¿dónde está escrito que los botones de una camisa tengan que parecerse? Pero debe ser un tabú más arraigado de lo que pienso porque me acordé de mi abuela y me dije que ella nunca lo haría. Arranqué entonces los botones de los puños, con la idea de coser los negros en los puños y los buenos en la tripa y el cuello. Solo unas pocas horas después mi camisa estaba lista para el servicio.

Lo que no me explico es de dónde habrá salido la expresión por la cual, cuando algo es fácil, es coser y cantar.

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