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Obreros detenidos en Barruelo como consecuencia de la revolución de octubre de 1934. Mundo Gráfico

¿Revolución obrera o traición a la patria?

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La huelga revolucionaria de octubre de 1934, que en Valladolid capital registró un tímido seguimiento, se saldó con un guardia civil muerto y varios heridos en Medina de Rioseco

Martes, 13 de octubre 2020, 07:45

Un contubernio revolucionario de baja estofa, una afrenta contra la República, una traición contra la integridad de la patria: así interpretó El Norte de Castilla los sucesos de octubre de 1934, cuando socialistas y anarquistas se lanzaron a una huelga revolucionaria especialmente intensa en Asturias.

Aunque los sucesos de aquella jornada apenas tuvieron eco en la ciudad del Pisuerga, el diario decano de la prensa no dudó en editorializar en contra de la insurrección obrera más anunciada del momento. «¡Arriba España!», se titulaba el batallador alegato antirrevolucionario publicado en portada el 10 de octubre de 1934. Aseguraba que lo ocurrido desde el día 5 no era solo una huelga revolucionaria «promovida por los llamados elementos marxistas», sino también «un delito de alta traición perpetrado contra la integridad de la patria», en el que tampoco faltaron «turbias confabulaciones de elementos que hasta hace poco gobernaron nuestro país».

Preparado semanas antes por las fuerzas obreras integradas en la Casa del Pueblo, el movimiento revolucionario fue anunciado por el periódico El Socialista, órgano de expresión oficial del PSOE, nada más conocerse la composición del nuevo gobierno liderado por Alejandro Lerroux, en el que por primera vez participaban dirigentes de la Confederación Española de Derechas Autónomas; este hecho, la entrada de la CEDA en el gobierno, fue interpretado por socialistas y anarquistas como una afrenta de la extrema derecha, un auténtico paso adelante en el desmantelamiento de una República que la izquierda consideraba patrimonio exclusivamente suyo. Y se lanzaron a la huelga.

En Valladolid arrancó el viernes 5 de octubre de 1934, con especial incidencia en los Talleres del Norte y en determinados servicios municipales con destacada presencia del sindicato socialista. El Norte de Castilla aseguraba que aquel día, «los acontecimientos revolucionarios se deslizaron con evidente moderación» y que las masas obreras, poco proclives a la insurrección, fueron llevadas por la fuerza y la coacción de sus dirigentes, entre ellos determinados concejales. Eso sí, El Norte, lo mismo que Diario Regional, no volvería a salir a la calle hasta el día 10 a causa, precisamente, de la huelga en los talleres tipográficos.

Líder revolucionario leonés por la revolución de octubre de 1934.

Bares y comercios cerraron pero los servicios públicos apenas se vieron afectados. Tal y como ha escrito el profesor Palomares, entre los servicios municipales donde la huelga tuvo más incidencia figuraron el fielato, el matadero, los servicios de edificaciones y limpieza y algo menos en Vías y Obras. Aquella noche, además, la Sociedad Eléctrica no pudo disponer de guardias municipales para el encendido de la luz, por lo que las calles permanecieron algunas horas a oscuras.

Si ya al día siguiente los comercios decidieron abrir y los trabajadores fueron reintegrándose a sus puestos de trabajo, el 7 de octubre significó, en la práctica, el canto del cisne de una huelga ya de por sí muy descafeinada: la declaración del Estado de Guerra por parte del capitán general, Nicolás Molero Lobo, puso fin a la experiencia revolucionaria vallisoletana. Era domingo y, a decir de El Norte de Castilla, por las calles reinaba el optimismo y la seguridad, los obreros, abandonados por sus dirigentes, volvían al trabajo y solo algunos «exaltados» seguían «en actitud de rebeldía».

Juicio contra los obreros detenidos en Medina de Rioseco por los sucesos revolucionarios de octubre de 1934.

Pocos días después comenzaron las detenciones y registros domiciliarios. A prisión fueron enviados, el 26 de octubre, nueve funcionarios municipales, acusados del delito de «excitación a la rebelión», mientras las fuerzas de orden público se cebaban con el partido y el sindicato socialistas.

Junto a las directivas de la Juventud Socialista y del Sindicato Ferroviario, fueron enviados a prisión Luis Gutiérrez, presidente de la Agrupación socialista local, y el ex concejal Fernández Cuevas, responsable del servicio municipal de limpieza, entre muchos otros.

Más graves fueron los acontecimientos en la provincia, especialmente en Tudela de Duero, Medina del Campo y Medina de Rioseco, pueblo este último donde obreros amotinados y fuerzas de la Guardia Civil protagonizaron duros enfrentamientos que provocaron la muerte de un sargento y heridas a un teniente y cuatro números del cuerpo. Tuvieron que desplazarse tropas desde la capital para acabar con la resistencia obrera.

La huelga revolucionaria se saldó en Valladolid con 80 detenciones, once absoluciones, dos condenas a muerte (Félix Fernández Donis, como jefe de la rebelión militar, y Ezequiel Casquete Gutiérrez, como autor de la muerte del sargento Mauro Andrés), luego conmutadas por el Gobierno, y penas que oscilaron entre los 30 años de cárcel y los cuatro meses y un día.

También fueron cesadas las corporaciones de aquellas localidades más significadas en la huelga, y sustituidas por personas adictas al Gobierno. En la provincia, se procedió de esta manera con Medina de Rioseco, Medina del Campo, Olmedo, Peñafiel, Nava, Íscar, Mayorga y Villalón, mientras que en la capital, el gobernador civil, el santanderino y miembro del partido radical Alonso Velarde Blanco, dispuso públicamente, el mismo 5 de octubre, la destitución del alcalde, Antonio García Quintana, acusado de incitar la rebelión. Cinco días después Velarde nombrará una nueva Corporación.

El Norte de Castilla alabó este proceder a tenor de las ínfulas revolucionarias que, en su opinión, alentaba la corporación presidida por García Quintana: «La opinión vallisoletana acogerá con alegría y contento la sustitución... El socialismo de Valladolid había hecho de la vida municipal un reducto, y nuestro Municipio no era sino una sucursal más confortable de la Casa del Pueblo. Favoritismo cínico, represalias de bajo vuelo, obras concedidas, eludiendo formalidades para los amigos; destinos para los afiliados, alegre administración de los fondos de la décima, coacciones para llevar a los empleados municipales a las filas de los sindicatos de la UGT. Empresas a la salud de cualquier dirigente... Por fortuna esto se acabó. No dirán los obreros que sacaron bastante provecho de la etapa socialista; tampoco los vecinos de Valladolid pueden estar contentos de cómo se realizaban los servicios más visibles».

Aunque en Asturias los acontecimientos revolucionarios no serían completamente sofocados hasta finales de mes, el periódico vallisoletano ya felicitaba al Gobierno de Lerroux el mismo 10 de octubre y pedía, en el editorial citado, «que la reacción sea proporcionada a la ofensa, y el desagravio corresponda al sacrilegio». Medidas represivas que habrían de ser especialmente evidentes «aquí, en Castilla, corazón de la nacionalidad, eterna postergada y blanco constante del separatismo para disparar sus dardos».

Y es que, según esta interpretación, el final de la intentona revolucionaria suponía, en realidad, el fracaso de «dos fantasmas»: «el de la revolución y el del separatismo, triste contubernio que han venido a morir en el mismo lecho».

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