La evolución a través de los tejidos
Una tintorería, una peluquería y una carnicería alimentan el comercio de la calle Esquila, la que vigila el túnel de Circular
LORENA SANCHO
Miércoles, 30 de septiembre 2015, 21:37
Va a ser que no es un tópico. Que aquello de que detrás de una barra o de un mostrador se liga mucho no es un mito. Si después de 35 años de cara al público Sagrario López confiesa que algún que otro cliente aun le sigue tirando los trastos es que da fe de que es realidad. «Pero yo solo dejaría a mi marido por uno que me quitara de trabajar», dice con una sonrisa irónica dibujada en su rostro. Tres décadas y media al frente de una tintorería y lavandería han dado mucho de sí para conocer su barrio, el de Pajarillos-San Isidro. Ése en el que aterrizó cuando se casó, cuando llegó procedente de su localidad natal. Entonces empezó a trabajar en una tienda de electricidad con su marido, que arreglaba máquinas de tintorería. Supieron que el negocio de en frente se traspasaba y hasta hoy. 35 años al final de la calle Esquila desde San Isidro, o al comienzo desde Tórtola. Bautizada como Dasol I, esta tintorería se erige en Valladolid como una de las mejores en limpieza de vestidos de novia y Comunión. «Vienen hasta del centro, porque ahí sí que digo que soy la número uno», comenta Sagrario. Por aquí pasan clientes y clientas de toda la vida, a los que han conocido recién casados, con hijos y ahora ya casi con nietos. «El problema es que hay días que sufres mucho, porque te cuentan cada casoEs que conozco a mujeres, maridos, hijos y nietos. Así que el párroco me dice que no me puedo llevar el problema a casa. Que tengo que cerrar el negocio y desconectar. Pero es fácil decirlo».
Su hija, Sonia, le acompaña ahora en el negocio. Hasta hace tres años estaba al frente de Dasol II, la tintorería y lavandería que tienen en Laguna de Duero. «Pero yo soy de la opinión de que un negocio necesita un periodo de tiempo, luego ya pide juventud, renovación», especifica Sagrario, al frente además de la venta de productos de limpieza para prácticamente todas las tintorerías de la ciudad. ¿Qué ha cambiado en la tintorería en estos 35 años? Lo principal, las telas. La confección de los productos que llevan a limpiar no tienen nada que ver con los de hace décadas. «El género ha cambiado, ahora es más delicado limpiar, se nota muchísimo por ejemplo en los trajes de hombre que traen de hace veinte años a los que traen ahora». ¿Y en el barrio? El cambio, dice Sagrario, ha sido brutal. «Menuda diferencia en cómo era antes a cómo es ahora. Lo primero por ejemplo la droga, que por esta zona ya no ves nada de lo que se veía antes». Otro cambio, la inmigración, que ahora el barrio alberga una mayor pluralidad cultural.
A dos pasos de la tintorería de Sagrario López está el ejemplo más cercano. Hace casi dos meses que la Carnicería de la Fuente ofrece carteles en búlgaro. La tienda la adquirió en traspaso Dilyana Stoycheva, de Bulgaria, 26 años y en busca de una segunda oportunidad en España agarrada de la mano de su novio. Primero estuvieron en Alcorcón, donde su pareja trabajó en una obra, pero poco después regresaron a Bulgaria. La dificultad para encontrar trabajo en su país les obligó a regresar a España. En concreto a Valladolid, donde confían en empezar de cero con un negocio propio. «Empezamos en mala época, en verano, y en esos meses muchos búlgaros y rumanos regresan a su país. Pero ahora que ha empezado el colegio se nota que ya hay muchos de vuelta». La tienda está ahora especializada en productos de Bulgaria y alguno de Rumania. ¿Por qué en la calle Esquila? «Porque en este barrio hay muchos búlgaros, creo que casi 5.000, y por eso también hay más tiendas de este tipo por aquí».
Aquí los ciudadanos de esos países en Valladolid pueden encontrar una de las salsas más típicas, el tomate frito con pimientos, o el queso búlgaro más tradicional, o el yogur de búfalo. «Todas las tiendas lo compramos en dos distribuidores de Madrid. Son productos que por lo general en Bulgaria cuestan más que aquí, porque los precios allí son superiores a los de aquí», especifica esta joven búlgara. El salchichón que aquí vende por 2,70 euros, por ejemplo, allí costaría 3,50. Y son productos típicos, ni uno español. Ni siquiera las chocolatinas y dulces varios que tiene en sus estanterías. Pero cada vez cautivan a un mayor número de vecinos vallisoletanos. «Se van animando, sobre todo vienen a comprar el queso, que es uno de los productos más famosos que tenemos».
Dilyana Stoycheva confía ahora en abrirse camino en la calle Esquila, la que vigila el túnel de la Plaza Circular, la que se alimenta ahora con nuevos emprendedores que nacen al amparo de una gran superficie comercial, como es el supermercado de la marca Mercadona. Su instalación en la calle anima ahora el tránsito de clientes que transitan por ella, muchos de Pajarillos, pero también de San Isidro y de Delicias.
Raúl Fernández, peluquero, se asentó en esta pequeña vía hace dos años. Llevaba desde los 16 años metiendo la tijera en el barrio de Pilarica, pero cuando supo que el dueño de este negocio se jubilaba no se lo pensó. «El señor llevaba 23 años con la peluquería aquí y a mí me subían la renta en el local de Pilarica. Vi la oportunidad, me pareció buena y para acá me vine». Solo para caballeros, el negocio es exclusivo para ellos. Y pese a acotar posible clientela, este joven emprendedor está satisfecho con el resultado en una calle donde asegura que reside mucha población en cada bloque. «No es casualidad que haya tantos supermercados aquí al lado. Cuando los ponen tan juntos es porque hay muchos vecinos», dice entre corte y corte.
Conserva clientela de su otro establecimiento, y muchos nuevos que encuentran aquí el servicio que dejó de prestar el antiguo gerente. Pero todos coinciden en buscar prácticamente lo mismo: «El corte clásico, el tradicional». Eso sí, nada de navaja. Tijera y peine, y que sea económico. «Es fundamental, si cobras medio euro más que en otro sitio estás perdido». El precio lo tiene ajustado, «baratísimo, más imposible» a 8,50 euros. Así que a final de mes asegura tener que hacer casi magia para que le salgan las cuentas. «Los peluqueros sobrevivimos por los pelos, pero que no falte», dice con humor. Él, añade, se considera funcionario del Estado, «pero no porque él me pague, sino por todo lo que yo le pago a él». Cotización como autónomo, gestoría, luz, agua y alquiler del local. «Digo yo que podían darnos un poquito de tregua ¿no?».
Casado y con dos hijos, Raúl Fernández tiene claro que la profesión de sus descendientes no puede ni debe ser la de peluquero. «Prefiero que hagan otras cosas la verdad, esta profesión es de supervivencia».
Aquí, en el local donde ahora se anuncia y trabaja Peluquería Raúl, comenzó sus andanzas hace cerca de cuarenta años la dueña de la tintorería ubicada en frente. Aquí Sagrario López conoció un barrio distinto, una calle con un mayor número de comercios. Un lugar donde encontró la oportunidad de emprender, como ahora Raúl o Dilyana. De aquello hace ya 35 años. Pero el emprendimiento, a tenor de los negocios de reciente apertura, sigue vigente en esta calle vallisoletana.
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