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Actriz de Telón de Azúcar con visitantes en el patio de La Casa de la Ribera.

La Casa de la Ribera, un hito

El reclamo turístico de este referente museográfico, de barro y madera, sigue vivo después de 15 años en la villa ribereña

a. ojosnegros

Martes, 12 de agosto 2014, 11:22

Quince años en la vida de una persona apenas es un suspiro. También puede serlo para un proyecto, pero no para uno tan especial como es La Casa de la Ribera, pues en ese suspiro vital se ha convertido ya en un referente turístico de Peñafiel. En ese tiempo ha sido interiorizado de tal forma por los vecinos que, como se dice popularmente de algo que viene de lejos en la historia: parece que haya estado ahí toda la vida. De hecho, anclado en la plaza de El Salvador, el inmueble en el que respira vida esta propuesta museográfica tiene varios siglos, podría remontarse su construcción al siglo XVI, aunque con modificaciones posteriores que respetan la arquitectura tradicional del barro y la madera típica de la zona. El aprecio de los paisanos surge porque, al fin y al cabo, recoge la esencia del pueblo y de su comarca; es algo que les representa.

Quien se acerque hasta el museo de la Casa de la Ribera que no espere encontrarse un museo etnográfico al uso, porque no se trata de eso; ni de lejos. No es una acumulación de objetos antiguos colocados con mejor o peor acierto entre unos muros de cartón piedra. No, no se trata de eso. Entre sus paredes hay autenticidad, hay vida. De ahí que después de 15 años de existencia siga siendo un reclamo turístico de primer orden en la villa ribereña.

Recorrer las distintas estancias de la vivienda es como pasar las hojas de un antiguo álbum de fotos donde cada instantánea es un retrato preciso y precioso de unos antepasados y de una época, la que comprende la década de 1910 a 1920. Pero ojo, un álbum donde el visitante no es mero espectador, ya que se empapa de la cultura, de las tradiciones, del día a día de una familia del siglo pasado en un paseo ameno entre habitaciones y salas pretéritas. La interacción con lo que allí sucede hace que el turista también adquiera el blanco y negro, o el tono sepia, de las fotografías. Pasar por allí y permanecer indiferente es para hacérselo mirar.

La Casa de la Ribera recrea la vida de un matrimonio de viticultores (Mariano y Tomasa) de principios del siglo XX, de clase acomodada, reflejando a la perfección las condiciones de vida de aquella época, que como se imaginarán ustedes, difieren bastante de las actuales. En la planta baja hay una cantina donde se vendía vino y el primer aguardiente de la mañana para cargar las pilas para afrontar una dura jornada de trabajo. Tras recorrer un pasillo por el que discurren las aguas residuales a través de un albañal (una pequeña canalización en el suelo), se entra en la cuadra, donde descansa la mula y el criado y donde se guardan los aperos de labranza. La parte noble se sitúa en el primer piso, donde habitan los dueños. Una sala con dos alcobas, una para los niños, es el espacio reservado para el descanso. A pocos pasos, la cocina, que es otra joya, y junto a ella, hay una habitación donde se recoge la historia de la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte, pues frente a la vivienda tenía su sede en la Iglesia (derruida en los años 60) de San Salvador de los Escapulados. En el tercer nivel está el desván donde se acumula aquello que ya no se usa, y también sirve de alojamiento para los criados que comparten espacio con los productos de la matanza ahumados por la lumbre de un hogar que calienta un gran caldero. En otra de sus salas se muestran los distintos tipos de arquitectura popular, como el adobe, la madera y los revocos. En el patio se sitúa uno horno que funciona-, un lagar donde se explica cómo se elaboraba el vino- y una bodega donde degustar un buen caldo ribereño.

Actores de la compañía Telón de Azúcar se transforman en Mariano y Tomasa, acompañando cada visita, mostrando lo que es su día a día, con humor pero sin caricatura, pues estos profesionales durante varios meses hablaron con mucha gente del pueblo para realizar un trabajo serio. El guión no es más que los avatares, la biografía, de los antiguos moradores. El trabajo museográfico fue también ingente, realizado por la empresa vallisoletana Sercam, siguiendo las pautas del concienzudo proyecto realizado por José Luis Alonso Ponga, profesor de la Universidad de Valladolid, museógrafo y antropólogo. También es impagable la colaboración de la sociedad peñafielense, sin distinción de etnias, que entregó muchos enseres antiguos, heredados de padres a hijos, para dotar de verdad a la vivienda. La colaboración entre la UVA y el Ayuntamiento también fue fundamental. Es uno de los eslabones que el profesor denomina museo expandido y además, recalca que es uno de los ejemplos señeros de la nueva museología en España y Europa.

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