Vista general de la zona de baño de Rábano, ubicada junto a la ribera del río Duratón. :: FOTOS: LORENA SANCHO
VALLADOLID

La playa que dibuja el Duratón

Rábano tiene junto al río un área recreativa y una amplia zona deportiva

LORENA SANCHO

Sábado, 13 de agosto 2011, 02:09

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Las aguas casi cristalinas del Duratón no tienen olas, pero se funden con una playa. Tampoco atesoran 'surferos' que las surquen ni remos que viajen al infinito, pero sí bañistas dispuestos a sofocar el calor en corrientes que discurren entre chopos y variopintas arboledas. La privilegiada ubicación de Rábano, a nueve kilómetros de Peñafiel y ya en el límite con la provincia de Segovia, brinda a su población una excepcional oportunidad; la de custodiar una playa de interior que durante los meses de verano hace las delicias de vecinos y un sinfín de turistas que encuentran aquí el descanso anhelado.

Son cientos los visitantes que cada fin de semana buscan en las entrañas de este pequeño pueblo de poco más de doscientos habitantes el área recreativa que alberga una zona de baño, una más para poder comer y merendar, un campo de fútbol, frontón, cancha de baloncesto, zona de juegos, acampada y chiringuito en una superficie de diez hectáreas donde el sol lucha por asomarse entre un verdadero vergel.

Desde el establecimiento bautizado como 'Rincón del Duratón', Ángel Rodríguez atestigua a diario el incesante goteo de bañistas en una de las pocas playas donde los usuarios pueden elegir entre colocar la toalla y sombrilla en una zona de césped o hacer lo propio en otra de arena. «Viene mucha gente de Valladolid, sobre todo los fines de semana», comenta el responsable del chiringuito mientras atiende a un grupo de chavales que se disputan un torneo de frontón.

Tal es el éxito de este recinto, que su alcalde, Juan García, asegura envuelto en una sonrisa que Rábano es ya conocido en el entorno como 'La Marbella de Valladolid'.

Ni turistas ni veraneantes hijos del pueblo renuncian al paisaje que surca el Duratón, máxime después de que el denominado Puente Viejo haya recuperado recientemente su esplendor junto al coto de pesca. A su vera, dos Jaimes de la Torre -tío y sobrino-, departen tranquilamente en un banco que guarda la sombra. Es su lugar de encuentro para la charla diaria. «Luego cada uno para su casa con toda confianza», dice con seriedad irónica el tío.

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Cien metros más adelante, la 'Moncloa' de todo pueblo que se precie anda esta mañana vacía de debate. Agosto comienza a calentar y la población rabanera, en esta época mayor que de costumbre, busca la sombra entre callejuelas que adolecen de tienda y farmacia. El boticario, puntual a su cita, cambia receta por medicamento a la una y cuarto en la calle que desemboca en la ermita del Humilladero. También junto al templo pregonan fruteros y pescaderos un género que rebasa límites provinciales.

En el interior de esta ermita, el Cristo del Humilladero ilumina su rostro con las velas que se encargan de encender Mari, Justina y Áurea, tres vecinas del pueblo. Otras mujeres se responsabilizarán después de atender el otro templo de Rábano, la iglesia de santo Tomás. En su sacristía se levanta ahora un museo de arte sacro que ofrecerá sus tesoros a lugareños y visitantes. Más sagrado que la playa, si cabe.

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