
J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL
Domingo, 22 de mayo 2011, 03:31
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Igor Antón ya conoce su tamaño: colosal, como la montaña donde ayer ganó, el Zoncolán. A siete kilómetros de la cima del Angliru italiano se metió de lleno en su sueño. Y era como lo había imaginado: una cremallera de gente, abanderada, vociferante. «Pero yo no oía nada». No quería despertar. «No sabía si Contador o Nibali me estaban cogiendo. No oía la emisora». Ni miraba atrás. «Los metros no pasaban». El Giro se había vuelto vertical. Era un sueño hacia arriba. «¿Dónde vienen los otros?», insistía flanqueado por una multitud. Recordaba algo así. «Tengo imágenes del Mortirolo, de Pantani». De su ídolo infantil. Había tanta gente que casi asustaba. «No pasas miedo, pero se hace eterno. Es un calvario», dijo. Y lució su mejor sonrisa: «Un calvario precioso». Igor Antón pedaleando en su sueño. «Es que ha sido la leche. De repente, el que estaba ahí era yo». Igor Antón, el ganador del Zoncolán, el primer corredor del Euskaltel-Euskadi que pone su nombre a una etapa del Giro y el tercer clasificado de esta edición, a sóolo un segundo de Nibali y a tres minutos y 21 segundos de Contador, segundo ayer y líder absoluto.
Al entrar en la meta y en la historia del Giro, Antón dio tres manotazos al aire, al frío. Tres golpes por todos los que ha recibido de su mala suerte. Ha pasado varios inviernos con la nariz pegada a la ventana de su casa. Sentado, preso de las vendas, de las cicatrices que dejan las caídas. El año pasado perdió una Vuelta cuando casi la tenía. Tropezó camino de Peña Cabarga con un tronco. La aguja en el maldito pajar. No lloró ni se lamentó. «Estoy feliz», sorprendió. Había ganado dos etapas y había sido líder. Antes, en la Vuelta 2008, había patinado en el descenso del Cordal cuando se había citado con Contador unos kilómetros más allá, en el Angliru. No llegó. Se astilló el trocánter, un hueso malo, difícil de soldar. Perdió músculo. Se sintió cojo y pasó aquel invierno viendo el mundo desde la ventana. Se movía por casa sentado sobre una mesita de ordenador. Enjaulado en su infortunio. Ayer, tres años después y ya al otro lado del cristal, regresó al Angliru, a su gemelo italiano. Salió de la máquina del tiempo.
Sin la subida al Crostis, anulada por su peligro, el Liquigas de Nibali desgajó el pelotón antes del Angliru. El puerto brutal: diez kilómetros al 11% y peldaños del 22%. Para alpinistas. «Siempre me ha llamado la montaña». Era un niño «callejero», silvestre, inquieto. Andaba 'a setas' con su padre. O subía con él en bicicleta hasta El Vivero, la cuesta que tapa su casa. «Yo no podía con las rampas. Hasta arriba me subía mi 'aita'». Ayer no hizo falta. Tiene el don de la escalada y lo sacó a siete kilómetros del final. A todo o nada. Sin complejos. Se los empezó a quitar en 2010, en la Vuelta a Castilla y León, en la cima del Morredero donde batió por primera vez a Contador; allí le regaló el ramo de flores a su madre, recién salida de un cáncer.
Un caos, la guerra
El roce de ese frío, de esa palabra que tanto cuesta pronunciar, le hizo relativizar su profesión. Aprendió a disfrutarla, a ser feliz. «A vivir el momento». Fue como una cámara de descompresión. El buzo se quitó el casco, la tapadera. Y ayer arrancó poco después de que se lanzara 'Purito' Rodríguez. El Zoncolán es un caos. La guerra. Los mecánicos suben las bicis de recambio a hombros y en moto. La pendiente es tal, que los aficionados, al paso, siguen sin problema a los ciclistas. Arriba rodaban las nubes, cargadas de tormenta. Un relámpago paró el mundo. Antón. Trueno. Cazó a 'Purito' primero y luego a Brambilla, que iba en fuga y haciendo eses. Borracho. Derrotado. También cayó bajo Antón el último escapado, Tankink. Antón ya era Pantani. Compartían público. Cuando debutó como profesional llevaba una cámara de fotos, pedía autógrafos. Su primer Giro, el de 2005, le maltrató: «Allí aprendí que el ser humano no tiene límites». Cierto. Antón es la prueba. Ayer, el Zoncolán gritaba su nombre. Con el maillot abierto. «He regulado. Sabía que venía detrás Contador, que es el número uno».
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Contador aprecia a Antón
De eso no hay duda. Contador jugaba con sus rivales. Primero, con Scarponi, hasta que al italiano los pulmones se le encharcaron. Luego, cuando Nibali llegó a su altura, le siguió como si nada. Nibali, todo coraje, le pedía ayuda para atrapar a Antón. No. Contador quiere el Giro y aprecia a Antón. Son de la misma especie. Comparten el don de la escalada y la admiración por Pantani. «Por ganas sí que me atrevería a subir un ochomil», suele decir Antón. Tan alto como el Himalaya. A 4,5 kilómetros de la pancarta, entró en crisis. Falta de oxígeno. «He sufrido más que nunca. No había subido jamás un puerto así», confesó. Ahí dejó de escuchar el griterío. Temía ser devorado por Contador, que a kilómetro y pico de la meta humilló a Nibali. El italiano se enfadó: «Contador me ha faltado al respeto. Primero me ataca, luego me espera y me vuelve a atacar. Eso no se hace». Se vengará hoy en los descensos de la etapa más larga. Ayer, Nibali se alejó de un Giro que se acerca a la mejor versión de Contador nunca vista y que reservó el Zoncolán para alguien de su tamaño: Igor Antón. «Algunos andan más por ambición o por rabia; yo cuando soy feliz». Infinita sonrisa. Volaba en la cima donde solo han ganado Simoni, Basso y ahora él. El Giro no le olvidará.
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