
CRISTINA VEGA
Miércoles, 23 de marzo 2011, 01:26
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Eliseo Gozalo es natural de Olombrada y aunque reside en Madrid, es amante de la cultura popular y de las tradiciones de los pueblos segovianos. Desde la primera edición colabora con sus artículos en la revista que edita la Asociación Cultural de Olombrada. Su último escrito habla de la industria textil y la tintorería, pues su familia -desde sus ancestros hasta su abuelo, Pablo 'Zarandeque' o el 'tío tintorero', como se le conocía- estuvo practicando el oficio hasta mediados los sesenta.
- ¿Qué recuerdos tiene sobre el oficio de tintorero de su abuelo?
-Es verdad que cada vez que entro en el 'tinte' afloran al consciente múltiples y variados recuerdos, situaciones, olores, sensaciones, vivencias, etcétera, que te satisfacen. Hay recuerdos que se hacen más presentes y ves al abuelo como a un alquimista, chaleco negro, boina, pañuelo en la frente, mandil con peto y bolsillos, apurando la colilla de 'picado', las manos moradas agarrando el balaguero de remover&hellip tratando las plantas en sus raíces, flores y hojas, colando, midiendo, pesando y mezclando tintes, preparando los mordientes, etcétera. Después, las calderas, las cargas de cantuesos y ramera del pinar, la lumbre y el vapor que te daba sabor a tinte. El ir y venir, remover telas y madejas, escurrir, los baldes de ropa para aclarar y tender al sol. Tantas cosas&hellip
-¿En qué localidad segoviana ejerció el oficio?
-El oficio lo trajeron mis antepasados, tres generaciones, que vinieron de Fortanete, un pueblo turolense de la zona del Maestrazgo y se establecieron en Olombrada. La familia diversificó el quehacer y se ubicaron por pueblos de la zona dedicándose todos, de alguna manera, al negocio de las telas en sus múltiples y variados oficios.
-¿Cómo era el taller dedicado a la tintorería? ¿Qué utensilios se utilizaban para realizar las labores propias del tintado de la lana?
-El 'tinte' era un local de unos 30 metros cuadrados. Tenía tres calderas de cobre, con una capacidad de unas 80, 40 y 30 cántaras respectivamente, cada una con su sistema de fuego o calentamiento debajo, así como su respectiva espita para el vaciado. Dentro del recinto tenía su pozo, la prensa y otros utensilios no por más pequeños menos importantes como balanzas, morteros, coladores y varillas agitadoras, tazones para las mezclas y los mordientes, pinzas, cucharas de madera, cartones y chapas para el prensado, pinzas, trébedes y tenazas, tendederos...
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-¿Conoce el nombre de las plantas naturales que utilizaban?
-Son muchos los nombres de plantas que conozco, sobre todo de oírlas y otras por ser corrientes en la zona, de donde se extraían, ya sea de sus raíces, flores, hojas o semillas, los colores fundamentales. Por ejemplo, la Rubia, el Palo Campeche, el Zumaque, la Caparrosa, la Gualda, la Cochinilla... Otras más conocidas como el azafrán, la zanahoria, el roble, la hiedra, el helecho, la zarzamora, la cebolla, el índigo, el girasol, la remolacha, la frambuesa o el arándano.
-¿Qué colorido se obtenía con estas plantas?
-Muchos y variados colores y dependiendo del tipo de tejido, lana, algodón o lino, eran de unas u otras plantas. Los colores intermedios dependían de los conocimientos, habilidad y experiencia del tintorero, en proporciones y combinaciones. Como detalle, podemos señalar que el color rojo lo sacamos de las raíces de Rubia, polvo de Cochinilla, cáscara del bulbo de Jacinto, de las flores de Alazor, etcétera. El azul, de la corteza del Palo Campeche, del saúco, de las hojas frescas del añil o índigo, de las bayas del arándano. El amarillo, nos lo daba la flor de Gualda, el pelo del maíz, las hojas del moral, la corteza de las flores del granado, las bayas del espino de tintoreros.
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-¿Conoce algún detalle o particularidad del mundo de la tintorería?
-Hay muchas y variadas historias en torno al oficio de tintar. Es curioso que el apodo de Judas, el 'Iscariote', según estudios cualificados, en su raíz aramea sea el de 'el tintorero'. El oficio en épocas pasadas daba lugar a diarias disputas por el agua y lugares de lavado. Por eso en Olombrada el aclarado, al darse muchas aguas y tintarse el agua, se hacía en los amaneceres y las caídas del sol, «los gallos y las medias noches», decía mi madre, para evitar problemas.
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