Añorado arrabal de San Lorenzo
Éste es un recorrido por las calles más señeras del barrio, tal y como era hace cien años
CARLOS ÁLVARO
Domingo, 9 de mayo 2010, 03:51
En 1906, llegó a Segovia un fotógrafo austriaco, Alois Beer, que se llevó imágenes maravillosas de una ciudad derrotada, hermosa, decadente y salvaje. Beer fotografió con extraordinaria calidad los monumentos más emblemáticos, pero también tuvo tiempo de bajar con sus artilugios estereoscopios al arrabal de San Lorenzo. Nada más entrar en la plaza, el fotógrafo se situó enfrente del atrio de la iglesia y desde allí sacó una instantánea a tres párvulos subidos sobre el pretil. Los niños miran, sonrientes y curiosos, la aparatosa cámara y Beer consigue congelar en el tiempo sus alegres rostros.
Yo, cada vez que veo el atrio de la iglesia, me acuerdo de los niños de Beer, y pienso que hoy no queda de ellos más que las sombras, además de la fotografía, ese milagro.
Tomemos aquel momento capturado por el austriaco para trazar un recorrido sentimental por las calles más significativas del San Lorenzo de hace cien años, un barrio impregnado del olor procedente de los molinos harineros y del frescor de las huertas cercanas, y atravesado por el rumor del río y el traqueteo de las carretas, únicos sonidos nítidos que en 1906 profanan el silencio.
Gascos y Antonio Coronel
El acceso al barrio
Bajamos al arrabal a través de las escalerillas de Gascos. Gascos es una calle soleada que sólo tiene casa en uno de sus laterales, porque en su costado derecha está delimitada por el pretil que la separa de la carretera de Boceguillas (actual Vía Roma). La calle pierde su nombre cuando llegan las primeras huertas, que desde esta zona comienzan a extenderse por todo el arrabal. La de Antonio Coronel es la calle que conduce a la plaza de San Lorenzo. Su nombre puede deberse a dos personas: Antonio Fernández Coronel, filósofo, teólogo y escritor segoviano; o Antonio de León Coronel, eminente jurisconsulto.
Santa Catalina y Cardenal Zúñiga
Reminiscencias del pasado
Las calles Santa Catalina y Cardenal Zúñiga constituyen otros dos accesos al barrio, el primero desde la carretera de Boceguillas, y el segundo, desde el paseo de Santo Domingo de Guzmán. Santa Catalina debe su nombre a la desaparecida iglesia románica de Santa Catalina, que estaba situada junto al río Eresma, muy cerca del puente de la Loza. Hoy no existe ni rastro de ella. Por su parte, Cardenal Zúñiga se denomina así por don Gaspar de Zúñiga y Avellaneda, hijo del conde de Miranda. Zúñiga fue obispo de Segovia en el siglo XVI, el obispo que casó a Felipe II, y llegó a cardenal. En esta calle estaban situados, a comienzos del siglo XX, los Establecimientos Provinciales de Beneficencia, en sus dos secciones, niños y niñas, Inclusa y Casa de Maternidad. Es el convento de Santa Cruz la Real, hoy convertido en la sede de IE Universidad.
La plaza y la calle del Puente
El corazón de San Lorenzo
Llegamos así a la plaza del barrio, lugar donde Beer encontró a los niños traviesos que jugueteaban en torno al atrio de la iglesia. El conjunto era y sigue siendo maravilloso. Las casitas abrazan el templo. No se oye un ruido. Sólo las vocecillas de la chavalería rasgan el silencio de este arrabal de hortelanos y obreros. De lo lejos llega el rumor del río y algunos golpes procedentes de la fábrica de Loza.
El cementerio observa desde lo alto del cerro del Ángel, con sus contrafuertes hundidos en la colina. «La calle del Puente -escribe Mariano Sáez y Romero en 1918- es uno de los sitios de mayor animación del barrio. Es una ancha calle, con buenas casas, fábricas y almacenes de harinas, y en el centro tiene una fuente. Pasado este ensanchamiento, se llega al puente que da nombre a la calle: un puente de un solo arco, en cuyo fondo a gran profundidad discurre el río Eresma, que sale de la presa de una fábrica de harinas. Algunos pasos aguas abajo, en un rincón de mucho carácter y muy pintoresco por su vegetación, se une al Eresma el arroyo Cigüiñuela».
Los Molinos, Echar Piedra y Progreso
Calles modestas, pero con carácter
Retrocedamos unos metros para penetrar en la calle de Los Molinos. A comienzos del XX, esta modestísima vía se deslizaba entre frondosas huertas. El Eresma, que sonaba cerca, hacía en este lugar remansos y alguna que otra hondonada de varios metros de profundidad. Aquí estaba la llamada Peña del Pico, donde los muchachos se zambullían en el agua durante el estío arrojándose desde las rocas que jalonaban las orillas del río. Tapias de huertas, casas humildes, pequeños molinos harineros...
El mismo carácter que la calle Echar Piedra. ¡Qué nombre tan curioso! Varios autores coinciden en que el origen de esta denominación, muy remoto, se encuentra en la ceremonia que celebraban las asociaciones y el pueblo de SEgovia durante el tiempo que duró la construcción de la actual Catedral, allá por el siglo XVI. El acto consistía en llevar al templo un donativo, todo rodeado de gran ornato y mucha fiesta, que consistía no sólo en dinero, monedas de oro, plata y cobre, sino también en materiales de construcción, carretas llenas de arena, cal y piedra. Era la ceremonia de 'echar piedra'.
Muy cerca está la calle Progreso, un calle que no es calle sino camino. Allí hubo en tiempos una fábrica, un molino de harinas grande y de moderna construcción llamado El Progreso. Un incendio acabó con la factoría a comienzos del siglo XX. La calle o camino tomó de ella el nombre, que permanece.
Las Nieves
Aquellos días de San Frutos
Tomanos la calle de Las Nieves, que sale de la del Puente y nos devuelve a la carretera de Boceguillas a través de un pequeño cerro. El lugar que antaño se conocía con el nombre de Las Nieves seguía al otro lado de la actual Vía Roma, en la zona que hoy llamamos del Tío Pintao. «El suelo -reseña Sáez y Romero- es un peñasco granítico, del que constantemente se saca y se labra piedra para obras y construcciones, no sólo de Segovia, sino de fuera, pues la piedra es dura, compacta y de inmejorable calidad».
Pero no todo eran rocas en Las Nieves. También había alguna que otra pradera, adonde era tradición acudir el día del patrón, San Frutos, en familia y con la merienda debajo del brazo. Los segovianos descendían hasta Las Nieves casi en procesión, por la carretera de Boceguillas. Terminados los almuerzos, comenzaba el baile.
Las fábricas
Carretero y Vargas
A un lado y otro de la carretera de Boceguillas estaban las fábricas de Carretero y Vargas. En 1856, la familia Carretero fundó, junto al Eresma, la fábrica de La Castellana, harinera que funcionó durante décadas gracias al impulso de Anselmo Carretero Mateo, hombre de espíritu activo y voluntad enérgica que con su esfuerzo emprendedor contribuyó sobremanera a mantener y desarrollar varias industrias segovianas.
Carretero heredó La Castellana de su padre y su familia y la potenció con nuevos y modernos sistemas de producción. La Castellana fue una de las industrias más importantes de la Segovia de finales del XIX y principios del XX.
La actual calle Anselmo Carretero se llamó antaño La Castellana debido a la existencia en ella de la harinera, pero tras la muerte del empresario, en el año 1912, adquirió su nombre.
Casi enfrente estaba la factoría de los Vargas. Fundada en 1861 por el ingeniero Melitón Martín, la fábrica de loza fue adquirida por los hermanos Vargas en 1875.
Marcos Vargas, hombre acaudalado y activo, puso al frente de los talleres a personas conocedoras de esta industria, y a fuerza de constancia, desvelos y mucho dinero, consiguió hacer de este establecimiento denominado La Segoviana uno de los mejores de España en su género, según observó Carlos de Lecea.
Aquí concluye este itinerario evocador del espíritu de todo un barrio.
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