Muertes que no son en vano
El joven marbellí Pablo Ráez perdió la lucha contra el cáncer pero ganó la batalla de su vida. No es el único.
javier guillenea
Viernes, 3 de marzo 2017, 16:52
Pablo Ráez marcó el martes en el estadio de Anoeta el que hasta ahora ha sido su último gol. En el minuto catorce el jugador de la Real Sociedad Juanmi cabeceó a la red un centro de Odriozola y celebró el tanto levantando su camiseta. El gesto le costó la primera de las dos tarjetas amarillas que vio durante el partido pero, con permiso de los analistas futbolísticos, mereció la pena. Juanmi, malagueño de origen, mostró bajo la camiseta otra prenda con la leyenda Siempre fuerte D.E.P. Pablo Ráez.
El último mensaje en vida de Pablo fue: La muerte forma parte de la vida, por lo que no hay que temerla, sino amarla. Lo escribió en Facebook el 25 de enero y sus palabras las leyeron decenas de miles de personas de todo el mundo que han seguido la lucha de este joven marbellí de 20 años que murió el pasado 25 de febrero. Tenía leucemia y técnicamente podría decirse que la enfermedad le derrotó, pero no ha sido así. Al menos, no del todo.
En el verano de 2016 Pablo colgó en las redes sociales un mensaje en el que pedía donantes de médula ósea. Quería alcanzar el millón. Su lema Siempre fuerte, siempre y su gesto al mostrar los bíceps pronto se hicieron virales en todo el mundo. «Mi hermano ha dejado un legado: la importancia de la donación. Hay que seguir con la campaña», ha insistido Esther Ráez. En Andalucía se suceden las peticiones ciudadanas que quieren que la lucha de Pablo contra el cáncer no caiga en el olvido. Su victoria ha sido póstuma y seguro que él la soñó diferente, pero la vida y muerte de este joven ha sido más útil para hallar donantes de médula ósea que muchas campañas de concienciación.
El año 2016 terminó con una cifra de 200 donaciones al día. Ya se han superado las 200.000. De seguir este ritmo, en 2021 se alcanzará el millón.
Hay historias que sirven para cambiar el mundo y la de Pablo es una de ellas. No falleció en vano, como tampoco lo hicieron Ariadna Benedé, Inmaculada Echeverría y David Vetter.
Ariadna puso en pie de guerra a un hospital y a la sociedad catalana en busca de un tratamiento que a ella le llegó tarde. Inmaculada luchó durante meses para morir con dignidad y su ejemplo fue el germen de una ley. David Vetter, un niño condenado a vivir en una burbuja, se sometió a un arriesgado tratamiento que le causó la muerte pero allanó el paso hacia el trasplante de médula. Muy a pesar suyo, todos ellos fueron muertos con causa.
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