Gabi Moya: «¡Que se puede! Si nosotros pudimos en el 87, vosotros podéis ahora»

Cuando el cuero besaba su bota, el despliegue se afilaba como un escuadrón en plena maniobra de acoso y derribo. El fútbol ofensivo expulsaba el corcho y la burbuja recorría el vidrio. La gambeta siempre en guardia y el gol como argumento en el desenlace. Velocidad de movimientos, desmarques de ruptura y desparpajo. Balompié de antaño. Un quiebro a la diestra y una finta a la izquierda. Personalidad. La pelota siempre cosida y la vista al frente, como mandan los cánones. El tren inferior de hormigón y el cerebro despejado para atravesar la última frontera. Gabi Moya (Alcalá de Henares, 1966) llegó al Real Valladolid con el cartel de joven talento del fértil fútbol base madrileño y se consagró con la camiseta blanquivioleta para dibujar una carrera que le llevó a la vanguardia del fútbol español, donde brilló en clubes como el Sevilla, Valencia o Atlético de Madrid, con el que levantó la Copa del Rey de 1992.

Gabi Moya abandonó su club de toda la vida, el Alcalá, con 19 primaveras. Temporada 86/87. El Real Valladolid, que en ese tiempo ponía foco en los jóvenes valores del 'foro', le abrió la puerta del fútbol profesional y el madrileño atravesó el quicio como un cohete. Tras un primer año de adaptación, «estaba prácticamente mamando la teta», reconoce, Moya se ganó la confianza de Cantatore y vivió uno de sus mayores hitos como blanquivioleta una campaña más tarde, cuando formó en el once inicial del histórico primer triunfo del cuadro castellano en el Camp Nou. «Fue una gesta increíble», recuerda el alcalaíno. «En ese momento no le das mucha importancia y casi esa importancia va siendo mayor con el paso del tiempo, cuando te das cuenta de la hazaña conseguida y de lo que representa que un equipo como el Valladolid, plagado de gente joven y de la cantera, le diera un repaso como el que le dimos nosotros a todo un Barcelona. Ese partido se convirtió en el trampolín para muchos futbolistas de aquel equipo», rememora. Con la mirada puesta en el ya mítico 20 de diciembre de 1987, Moya se deshace en elogios hacia Peña, que salió a hombros con tres goles, a golpe de zancada y potencia, que le pusieron en el medio del escaparate. «Fue el gran protagonista. Todos pusimos nuestro granito de arena, pero a él le pongo un peldaño por encima porque además de ser un excelente profesional, era una persona increíble. Marcó tres golazos e hizo un auténtico partidazo y fue el pilar para conseguir esa victoria. Me llevé un enorme disgusto tras su fallecimiento porque es de las personas buenas que me ha dado el fútbol», recuerda.

Fenoy, Torrecilla, Moreno, Manolo Hierro, Gonzalo, Lemos, Fernando Hierro, Minguela, Endika, Moya y Peña. Once héroes que reventaron los cimientos del Camp Nou con atrevimiento, velocidad y determinación. El fútbol ha viajado infinitos años luz hacia el futuro. Lo que hoy serían ecos de bíceps en alto y torsos descubiertos, sonrisas desabrochadas y selfies para dar grano a las redes sociales, entonces fueron miradas cómplices, jadeos con el silencio entrecortado y rostros de satisfacción «por el trabajo bien hecho. Nadie decía muchas cosas porque no éramos conscientes todavía de lo que habíamos hecho. En las caras de los futbolistas veías ese gesto de admiración diciendo, 'hemos sido capaces de hacerlo'. ¡Es que hemos ganado 2-4!», repasa Moya. El balompié ha dado un viraje tan brusco que el único deseo de la plantilla, en ese momento de gloria, residía en convertir el hito en la palanca para incentivar a la entonces gélida hinchada vallisoletana. Agua. «El partido siguiente jugábamos en casa contra la Real Sociedad y vivíamos con la ilusión de que la victoria en el Camp Nou despertase a la afición y la gente fuera al estadio. Soñábamos con un Zorrilla lleno y al final fueron a aplaudir los mismos fieles que siempre».

El guion, por suerte para la entidad blanquivioleta, ha cambiado por completo y ahora presume de una masa social abundante. «Por fortuna, el club ha dado un salto de calidad impresionante en todos los sentidos. Infraestructuras, cantera, primer equipo… No se vuelven locos, cuatro pinceladas con un buen entrenador y futbolistas que quieran venir a una gran ciudad a sentirse cómodos y forjar su carrera en el caso de los jóvenes». La radiografía que hace Gabi Moya del Real Valladolid es la de un exfutbolista que vivió en Zorrilla su eclosión como profesional. «Fíjate si es importante para mí Valladolid que, de mis cinco internacionalidades, cuatro fueron con esa camiseta y una con la del Atlético de Madrid. El Pucela me sirvió de trampolín y le tengo que dar las gracias infinitamente porque allí viví una gran etapa y me siento superorgulloso de haber formado parte de esa familia».

El Pucela solo ha ganado dos veces en su historia en el Camp Nou. La pócima secreta del éxito es algo parecido a una quimera. Moya apunta algunas de las claves. «Hay que ir con muchas ganas, con la ilusión desatada y buscar que te salga ese partido del año que siempre tienen todos los equipos y sobre todo que el Barcelona no tenga su día, que el Pucela presione y que pueda buscar el gol en alguna contra para que te salga ese partido histórico como el que nos salió a nosotros. ¿Puede suceder? Sí. ¿Es difícil? Pues también. Pero la posibilidad de dar la campanada siempre existe»

Como epílogo, Moya lanza una arenga al vestuario blanquivioleta. «¡Que se puede!, si nosotros pudimos en el 87, vosotros también podéis ahora», espeta antes de lanzar al viento su deseo: «Que el Valladolid se quede en Primera, que es donde debe estar y de donde nunca debe salir. Es el club que me dio la oportunidad y que me hizo futbolista. Estaré eternamente agradecido a esa tierra».

Actualmente, Gabi Moya disfruta de la vida, en Madrid, jugando al pádel, poniendo su conocimiento al servicio de los medios de comunicación que buscan sus reflexiones, siguiendo la actualidad de los clubes en los que militó y gestionando las inversiones que construyó durante su carrera y que ahora le han procurado un placentero retiro que le permite «vivir tranquilo».