Alejados de las rutas habituales
Un camino por las joyas de la ciudad Patrimonio de la Humanidad y sus alrededores
Angélica Tanarro
Viernes, 11 de marzo 2016, 12:24
Dicen los que le conocieron que el director de fotografía Luis Cuadrado, que filmó con su cámara títulos importantes del cine español como El amor del Capitán Brando o Ana y los lobos, en los últimos tiempos de su vida, ya casi ciego,viajaba a Segovia donde tenía buenos amigos, y cuando el coche se estaba aproximando a la ciudad anunciaba el momento exacto en que empezaba a notar su luz especial, y eso que sus ojos se estaban apagando. Esa misma luz que le hizo decir a María Zambrano que la ciudad parecía a veces suspendida como en una campana de cristal. Recuerdo esta anécdota hoy que viajamos con alguien acostumbrado a medir la luz y sus efectos, pues aunque su trayectoria como cineasta está en sus inicios, lleva media vida enredado en el cine, como periodista primero y en la gestión de festivales después. Trabajó en sección televisiva del Festival de Málaga y lleva desde 2008 al frente de la Seminci. Nos acercamos, pues, a Segovia con Javier Angulo, que confiesa que la ciudad es una de sus debilidades. Y lo hacemos a bordo de nuestro Renault Espace que, conducido por las sabias manos de Iván, se convierte en un compañero más del viaje.
¿Qué hacemos antes? ¿Subimos a la ciudad (ya dice la jota tradicional que en Segovia todo son cuestas arriba para subir a la plaza) atravesando alguna de las puertas de su muralla o nos demoramos en los valles que la circundan llenos de señales sagradas para cualquier viajero atento? Optamos por la segunda opción, pues otra de las características de esta ciudad, y en eso también se distingue de otras afortunadas por su patrimonio, es que desde fuera también es una joya.
Javier nos va contando. «Cuando en 1982 llegué a Madrid para trabajar en El País, Segovia fue el primer gran descubrimiento que hice de Castilla y mi mejor escapatoria los fines de semana. Y más aún los días entre semana que libraba. Mis primeras visitas fueron las típicas de un turista, ya se sabe, Acueducto, Alcázar tardé en descubrir la verdadera ciudad, y eso me pasó siendo ya director de la Seminci, cuando una buena amiga me enseñó alguno de sus secretos».
Hablando de secretos, bordeando la ciudad por el valle del Eresma hemos llegado a la iglesia románica de la Vera Cruz, en pleno valle sagrado, junto al convento que guarda los restos de San Juan de la Cruz, casi a la sombra de las ermitas que edificó el santo y junto a otras maravillas como el Monasterio del Parral, donde en un día de diario tranquilo se puede contemplar su portada con los escudos reales (el monasterio lo mandó construir Enrique IV de Castilla en 1447) y su torre renacentista en un silencio solo acompasado por el rumor del agua y el graznido intermitente de las grajillas.
Pero no adelantemos acontecimientos. Estamos en la Vera Cruz, uno de esos misterios que guarda la ciudad famosa por su Acueducto. Aquí extra muros son pocos los turistas que se aventuran y eso que estamos ante una de las maravillas que encierra. Para empezar, la rareza de su planta dodecagonal, y ese no menos extraño templete central de dos plantas. Su construcción se atribuyó desde siempre a los Templarios, aunque hoy se cree que se debió a la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, a cuya basílica imita en estilo. Hoy la custodia la Orden de Malta, como se conoce a la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, con la que se unificó historiadamente la primera.
Fuera de la iglesia la ciudad se ofrece como una tentación, la muralla, el verde de los jardines interiores que se intuyen Las nubes que pasan veloces no empañan tanta belleza y solo son una prueba para Antonio, nuestro fotógrafo de cabecera, obligado a cambiar de planes cada poco.
No. Aún no subiremos. Porque aquí cerca está otro de esos tesoros que hacen inagotable el recorrido extramuros. El Ingenio de la Casa de la Moneda, con el que Felipe II quiso dar cuenta de su poderío. Esta magnífica muestra de arqueología industrial, la más antigua de España, como ocurre con tantos monumentos del entorno, acompaña a su valor intrínseco, el maravilloso paraje donde se ubica, junto a la Alameda del Parral. Es obligado pararse, escuchar el rumor del agua procedente de la cercana presilla del Eresma, contemplar la arquitectura de Herrera, de líneas rectas, amplios patios y tejados de pizarra, con la vista imponente del Alcázar al fondo no puede ser más cinematográfico. Así que acodados a uno de sus pretiles, hablamos de cine.
De la Seminci a Machado
Angulo está contento, tiene aún reciente la celebración de la más comprometida edición de cuantas ha organizado desde que es responsable del certamen, la del sesenta aniversario, cerrada con un éxito de participación. «Estoy muy satisfecho, creo que hemos logrado que este certamen, que siempre se ha distinguido por su atención al cine de autor, esté llegando cada vez a públicos más amplios. Y lo más importante, estamos haciendo cantera con secciones como Miniminci y Seminci Joven, que sabes que son dos apuestas muy personales y necesarias para el futuro del cine». Un esfuerzo que ha tenido recompensa: el Observatorio de la Cultura que promueve la Fundación Contemporánea acaba de situar al Festival como el segundo en importancia de todos los que se celebran en España.
El tiempo se va sin darnos cuenta y aún hay que entrar a Segovia, antes de salir a la provincia a un par de destinos que tenemos en mente. Javier Angulo nos pone como condición no saltarnos la Casa de Machado, uno de sus poetas de referencia. Subimos por la calle Desamparados, y atravesamos la verja de la antigua pensión que acogió al autor de Soledades. Habré entrado cientos de veces y no puedo evitar emocionarme ante el busto del poeta que hizo otro grande de estas tierras, el escultor Emiliano Barral. Y ya puestos a seguir ritos, damos un abrazo a la estatua que desde hace unos años preside la entrada del teatro Juan Bravo, donde participó en actos públicos a favor de la República.
Es difícil alejarse Pero lo hacemos tomando la atractiva carretera de Soria. El coche, con su luminosidad interior nos sigue fascinando. Y es que ha vuelto la luz de este cielo que de repente está más cerca. En La prtada del Mediodía, en Torrecaballeros, hacemos una parada gastronómica. El asado exquisito que nos sirve el equipo de Gregorio Rico pone un punto de añoranza en la comida.
Cuenta Javier Angulo que uno de sus mejores amigos segovianos fue el cocinero Tomás Urrialde, ya desparecido, que durante años estuvo al frente de la cocina del Mesón de Cándido, otra institución de la ciudad. «Me enseñó todo lo que sé de setas, que cogía de madrugada en los jardines de La Granja, con mi hijo. Fuimos amigos hasta su muerte».
El sol de la tarde llena de matices las piedras y los árboles, los bosquecillos de enebros y los robledales. En Sotosalbos, nos espera su iglesia románica, dedicada a San Miguel Arcángel, del S. XII, una de las más bellas de la provincia, con su galería porticada de estilo normando y los capiteles decorados, en los que se adivinan ya con dificultad serpientes y basiliscos, arpías y grifos rampantes. El invierno, que suele ser riguroso en esta zona de la provincia, está siendo benévolo, pero solo nos encontramos con una vecina en el ancho espacio que rodea a la iglesia. Un saludo y el resto es silencio.
Pedraza sin su olma
Igualmente silenciosa nos recibe Pedraza de la Sierra, la villa con sus casas señoriales, que muestran orgullosas los escudos nobiliarios. El lugar que fascinó a artistas como Ignacio Zuloaga cuyo castillo convirtió en residencia y estudio y hoy alberga un pequeño museo en su memoria.
Pero sin duda, aparte del paseo por sus calles empedradas, el principal activo de la villa medieval es su plaza porticada. Lástima que, como en tantos otros pueblos españoles, haya desaparecido la vieja olma que en un lateral a la entrada era una de sus señas de identidad. Pero su ausencia no resta valor al conjunto, declarado histórico artístico en 1951. Nuestro paseo por la plaza tiene un punto agridulce. Encuentro cerrada la que era sin duda una parada obligada para propios y extraños: la Taberna de don Mariano, con su histórico mostrador de madera y estaño con doscientos años de antigüedad. Intuyo que ha cerrado quizá de forma permanente. Una auténtica pérdida.
Salimos por el único acceso con la única compañía de unas cigüeñas en vuelo rasante. Salimos a la luz declinante de una tarde que pone sombras suaves en el paisaje. Ha refrescado, pero ya apetece volver.
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