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Sara Baras, en el recital del martes en La Granja. / A. TANARRO
SEGOVIA

Clase y condición

Sara Baras entusiasma en el Festival de La Granja con una exhibición técnica y su actitud entregada

ALFONSO ARRIBAS

Jueves, 7 de agosto 2008, 03:06

Tiene un marcado sentido del espectáculo que encandila al más escéptico. Tiene una técnica soberbia, ante la que los puristas que tanto han criticado su querencia y hechuras de bailarina más que de bailaora no tienen más opción que rendirse; y tiene una gracia artística de las que no se vende en las academias. Con todo eso, Sara Baras emocionó al respetable que llenó casi por completo el patio de la Real Fábrica de Cristales de La Granja, un auditorio por cierto al que ya le salen las primeras calenturas: la ausencia de inclinación de las filas de butacas impide la visibilidad de una parte del escenario, la inferior, muy importante cuando la propuesta es un espectáculo de danza. Más si cabe en el caso de la Baras, con esos taconeos de vértigo que son especialidad de la casa.

La gaditana trajo hasta Segovia un espectáculo con partes recuperadas del 'Sabores' que pudimos ver en el teatro Juan Bravo, acompañada por un cuerpo de baile -invitados incluidos- muy disciplinado y efectista, unos músicos estupendos (percusionista, violinista, tres guitarras) y unos cantaores bien integrados en el conjunto, que recorre distintos palos flamencos y variaciones sobre ellos con los que Sara se encuentra a gusto. Ella es la estrella indiscutible, cuando voltea los vestidos que llevan también su firma, todos espectaculares, cuando crea coreografías de conjunto o cuando ejecuta las ajenas. En sus solos brilla cada vez más, es entonces cuando saltan todos los 'flashes' y los corazones se disponen a recibir emoción a chorro.

Y es que Sara Baras no pasa por ser rácana en eso de compartir entusiasmo. Una de las claves de su éxito popular reside en esa capacidad de contagiar alegría y arte, en esa expresividad que alcanza a su rostro, casi siempre risueño, y en lograr que todo el público quede a la expectativa cada vez que baila para ver qué crea esta vez. Como pasó en La Granja.

Su cuerpo se ha estilizado hasta el extremo en los últimos años, y ese factor junto a su afán de mejora continua, demostrado sobre todo en el cada vez más perfeccionado manejo de los brazos, consigue que los montajes a los que se entrega la bailaora resulten cada vez más espectaculares.

Aunque su verdadero elemento diferenciador reside en los zapateados, manejados con precisión suiza y expresados con pasión y energía. En la Real Fábrica de Cristales sus exhibiciones se amplificaron a través de pasillos sonoros dotados de micrófonos que permitieron que hasta el último asiento la percusión corporal se escuchara con rotundidad.

El broche lo puso la Baras con otro derroche de piernas recorriendo el escenario de lado a lado como si se hubiera subido a una rampa automática, sólo que esta vez lo único que la elevaba era un taconeo de repetición, un traqueteo fantástico que adornó con una postura final digna de una contorsionista. Sara Baras cree que gustar a todo el mundo, o casi. No sólo no es un objetivo despreciable sino que otorga credibilidad a un artista. Popularidad y calidad no siempre se pelean por las esquinas.

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