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mARTA MARRERO
Jueves, 17 de septiembre 2015, 21:04
Es la calle de más edad de un barrio que fue muy joven. Una zona parcialmente apartada del resto de la ciudad, donde aventureros en tiempos de bonanza apostaron por establecerse «a ver qué pasaba». En ella se sucedieron historias del gusto de Agatha Christie, y habitan mascotas de lo más peculiar.
Ahora, la calle del Profesor Adolfo Miaja de la Muela es una vía asentada con negocios que la han visto crecer. «Todo nació a partir de esta calle», explica Asunción Arranz, de Mercería Nadel.
La propietaria de la primera mercería de Parquesol y profesora de patchwork técnica que une telas y diseños para hacer colchas o similares vivió ese crecimiento del barrio al igual un jardinero contempla cómo se multiplican sus plantas. «Aquí no había prácticamente nada construido, era casi todo campo, y probé suerte al instalarme».
Asunción vive y trabaja en Parquesol, y está «encantada de la vida» por estar en una zona: «Muy tranquila, con una convivencia muy buena y en la que nos conocemos desde siempre». Define a sus vecinos como «una gran familia» que ya llega a su tercera generación: «Al principio las mamás venían con sus hijos, y ahora esas mismas señoras vienen con sus nietos».
Niños que no son tantos como eran; se decía de Parquesol que era el barrio con mayor población infantil de Europa. Pero eso fue hace años. Ahora «no es un barrio joven, pero tampoco mayor», que sentencia Asunción.
Regenta una «tienda pequeña de barrio que es la solución a los problemas cotidianos»; un negocio al que le ha venido bien el «en cierto modo aislamiento de la vía», porque facilita que los vecinos prefieran ir a Nadel antes que trasladarse al centro para buscar telas, hilos, botones, lanas o bordados.
También como una inversión, «por probar», se instaló en el barrio Tintorería Ledo, de Jesús Pérez Ledo. Tras 25 años en la calle del Profesor Adolfo Miaja de la Muela, este negocio que fundaron los padres de Jesús puede afirmar que «salió bien».
Jesús coicide con Asunción en su concepción del barrio: «Me encanta», pero si le tiene que poner una pega, también la encuentra: «Hay mucha cuesta, eso no me gusta».
Ascenso hacia el cielo
La inclinación de las calles, en cambio, es una de los puntos fuertes de sacarse el carné de conducir en Parquesol. Son tramos repletos de subidas y bajadas, en las que el novel se amiga con el freno de mano. Y eso, afirma Jesús, de la Autoescuela Estrella, «beneficia al alumno».
Este centro de enseñanza es, también, el más antiguo del barrio en su sector. Suma más de 35 años en la calle, y 15 regentado por su actual dueño. Jesús eligió la zona «por ser un barrio nuevo», del que se alegra que no se haya «venido a menos» sino que esté estabilizado. En verano, entre 40 y 50 alumnos ocupan las sillas de su clase, en una calle en la que «jóvenes siempre hay».
Ejemplo de esa presencia juvenil son Hugo y Erik, dos vallisoletanos que disfrutan de los últimos días de verano en el paseo de los Almendros junto a su padre, Samuel. Allí almuerzan y juegan en su pequeño Central Park personal.
Con la llegada del más pequeño, Hugo, la familia se trasladó desde la Rubia a Parquesol por sus zonas verdes y servicios como el centro de salud o el colegio. «Muchos días no necesitamos bajar al centro, y eso se agradece», afirma Samuel, el padre, quien añade que es una buena zona para salir de paseo en bici.
Fauna diversa
Con respecto al barrio, la variedad reina en Parquesol. Son vecinos a los que califica como «un poco de todo» debido a que el barrio se fue haciendo en fases. Por eso, cuando la familia sale a tomar el aire y jugar en el parque, no son «de los pocos», como les ocurría en La Rubia, sino que hay padres que salen con sus hijos al parque «y podemos charlar, aunque sea del tiempo o el fútbol».
De media, Samuel calcula que la edad de los vecinos es de entre 30 y 50 años. Eugenio tiene unos cuantos más. Es uno de las tantas personas que tiran para mayores y salen al parque de los Almendros a pasear a sus mascotas. Freud es la suya, un perro ya anciano, pero con mucha energía.
En este espacio verde se pueden ver personas de todas las edades recorrer sus árboles acompañados por sus canes o a los canes acompañados por sus dueños, pero también mascotas que no son canes precisamente. Son cerdos. Cerdas, más exactamente. Y vietnamita, para más datos. Se llama Diva, tiene dos años y alcanza un metro de longitud. Su dueña, Pacita Ron, la acogió cuando, de cría, fue un regalo de bodas a unos conocidos de la familia y los novios no podían adoptarla. Una historia preciosa, si no fuera porque el año pasado fue envenenada o eso cree su dueña y ahora está ciega y con la movilidad reducida.
Su presencia alegra a muchos, desagrada a otros y es indiferente para los restantes. A Samuel, Hugo y Érik les incomoda: «Está muy mayor, apenas se mueve y nos resulta algo extraño verla por aquí», declara Samuel.
A pesar de que Pacita la proporciona una alimentación equilibrada, su tamaño y longitud va acompañado a su peso. Para ello, en versión humana, Mythos Gym puede ser la solución.
El gimnasio lleva 25 años ubicado en la calle del Profesor Adolfo Miaja de la Muela, aunque sus nuevos dueños asumieron su control en mayo. Son Rebeca y Peque, una pareja que venía de trabajar para otra gente y decidieron invertir.
Su reciente negocio ha aumentado clientela, mitad porque lo cogieron en verano, mitad porque han dado uncambio de estilo al sistema.
Su apuesta, las actividades dirigidas, sin abandonar a los «machacas» que acuden a romper camisetas. La edad de sus asistentes va desde los 18, edad mínima para entrar a sala, a los 67 de quien participa en pilates. Y la mayoría, del barrio, aunque las artes marciales, dice Rebeca, sí que atraen a personas de otras zonas que «siguen a sus instructores allá donde impartan».
La acogida en el barrio de los recién llegados ha sido «estupenda», y es que en ocasiones es el destino el que juega por cada uno. Así les ocurrió a ellos: «El sitio nos eligió a nosotros, conocíamos a los dueños y quisieron que fuéramos Peque y yo quienes cogieran el relevo», afirma Rebeca. El dinero, cierto es, también influyó.
Parquesombra
Quizás los vecinos no se acuerden, pero en este barrio en las alturas ocurrieron escenas más propias del distrito neoyorquino del Bronx. Fue hace años, y afortunadamente no se han vuelto a repetir, pero Stephen King y Agatha Christie encontrarían inspiración en un paseo por un barrio con un nombre que camufla sucesos trágicos, y algo macabros.
En 2005, hace diez años ya, tres supuestos neonazis asaltaron a una chica de 14 años y la marcaron afuego una esvástica en el muslo con un utensilio metálico. También corrió el bulo de que componentes de los Latin Kings habían violado y hecho la sonrisa del payaso a una joven. Leyenda urbana esto último. Pero no sorprendente en una suma de hechos reales. En 2008, una mujer fue asesinada a golpes por su expareja, y después de matarla, el asesino ocultó su cadáver en una maleta que enterró en una finca. Dos años después, en 2010, otra vallisoletana de Parquesol murió acuchillada en su domicilio por su marido, que acto seguido se suicidó.
Son algunos ejemplos de lágrimas que encapotan el sol de Parquesol, y que un vecino del barrio enumera para que no se olviden.
Los comercios nada saben de ellos. Sí recuerdan, en cambio, y porque quizás les afecte más directamente, una oleada de robos que tuvo lugar años atrás.
Corcheas y ¡gol!
En el límite de Parquesol, pero fuera de él, está la meca de muchos. El fin de una peregrinación de jóvenes y no tan jóvenes, que ascienden, instrumento a la espalda, la avenida del Monasterio de Nuestra Señora de Prado. Su fin, el Auditorio Miguel Delibes, conservatorio y centro cultural. En sus cabinas practican músicos, cantan barítonos y miden futuros directores de orquesta.
En su escenario actúan grandes artistas que deleitan a melómanos vallisoletanos y de pueblos vecinos. Es una de las últimas superestructuras de la zona. La primera, antes de que el barrio fuera barrio, fue el Hospital Psiquiátrico Doctor Villacián. El templo de muchos también se localiza en el perímetro que rodea a Parquesol. Es el Estadio José Zorrilla, sede del pucela. A su lado, el Real de la Feria acoge risas y gritos de familias, niños e individuales que disfrutan estos días de las atracciones, casetas regionales y fuegos artificiales.
En Parquesol hay, sobre todo lo demás, valientes que no abandonan, que pronuncian palabras que no envejecen. Hay juventud. Hay inversión. Y buena suerte.
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Fernando Morales y Álex Sánchez
J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
Sara I. Belled y Jorge Marzo
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