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Vista desde una de las mesas del Café del Norte de dos jóvenes que conversan mientras toman un café. Al fondo, una familia posa en la que fue su primera fotografía tras el confinamiento. Ramón Gómez

Una mañana para comprobar cómo retoma el pulso un bar

El Norte pasa cuatro horas y media en una terraza de la Plaza Mayor para conocer cómo actúan empleados y clientes durante la reapertura de la hostelería

Eva Esteban

Valladolid

Lunes, 25 de mayo 2020

Hay dieciséis mesas y una distancia entre las personas marcada por el virus. Son las diez en punto, pero los camareros del Café del Norte llevan encarando al sol de la mañana desde bien entrado el día. El primero tras una estación eterna que ha dejado por el camino vidas y ausencias. 73 días esperando a que girase la moneda. Hay, además, una voluntad entre los vallisoletanos de volver a disfrutar del extraño lujo de pasar una mañana soleada sentados en la terraza de la céntrica cafetería mientras charlan de forma distendida sobre cómo la pandemia ha roto su hoja de cálculo. La suya y la de medio mundo. También de explicar a las calles el por qué de su desatención durante los dos últimos meses. De disfrutar de un pedacito de normalidad. Pero nada es lo mismo. La crisis de la covid-19 ha hecho una mella irreparable en los ciudadanos. Ha traído consigo un cambio en los hábitos de consumo. Una nueva era marcada por las distancias, las sonrisas ocultas y los fríos saludos con el codo.

Esta es la crónica de una bienvenida inesperada. De cómo se vive en primera persona desde una terraza, en este caso la del Café del Norte, el primer día de la vuelta al ruedo de la hostelería vallisoletana. Casi cinco horas, las comprendidas entre las diez y las dos y media, para comprobar la respuesta de la ciudadanía a la llamada del sector. Para cerciorarse de cómo se adapta a las nuevas prácticas.

Carlos Castro, uno de los dueños del local, camina a buen ritmo por los pasillos laberínticos que dibujan las mesas y sillas. Lo hace parapetado bajo una mascarilla blanca que le cubre dos tercios del rostro. Pulverizadores y bayetas sustituyen a las tazas de café y los cruasanes en su bandeja. No despega la mirada del mobiliario. Está constantemente pendiente de él para que, en cuanto se levanten unos clientes, desinfectar el entorno. «Aún nos estamos organizando, estamos un poco todos pendientes de todo porque la verdad es que no hemos parado; mira cómo está la terraza y son solo las once de la mañana», reconoce con los ojos rasgados, que dejan entrever la sonrisa que se esconde bajo el protector.

El día 1 d. C. (después del confinamiento) revela que, en los bares, es tiempo de reaprender: a fumar, a beber, a comer, a saber esperar a que los trabajadores acondicionen el espacio entre cliente y cliente y lo rocíen con desinfectante. También a expresar el afecto salvaguardando las distancias, tan solo con la baza de la mirada. A lo sumo, un choque con el codo. En una mesa situada junto a uno de los paneles de separación hay cinco chicos que han quedado para desayunar. Cada uno tiene su mascarilla personalizada. Unos la llevan colgada al cuello; otros la dejan suspendida de una oreja para poder dar caladas al cigarrillo. Al lado, una pareja no levanta la vista de la pantalla de su teléfono móvil más para hacerse un 'selfie' y plasmar en sus redes sociales el momento. Enfrente, el efusivo encuentro entre dos jóvenes constata que llevan tiempo sin verse. «Tía, qué guapa estás», dice una. «Cuánto tiempo», responde la otra. Se echaban de menos. Se lo dicen. Pero, sin embargo, apenas cruzan palabras. Sus 'smartphone' acaparan toda su atención.

Entre tanto, un empleado hace 'guardia' durante gran parte de la mañana junto a la puerta del emblemático establecimiento. No se despega de la zona de paso. De sus tripas solo entran y salen hombres ataviados con pantalón oscuro, camisa blanca, mascarilla del mismo color y una bandeja metálica sobre la que llevan las consumiciones. Además de ellos, un goteo de clientes –apenas cuatro hacen lo propio durante cuatro horas y media– acceden dentro del café para ir al aseo. Nada de eso ha cambiado. Tan solo hay que extremar precauciones y preguntar a los trabajadores si está ocupado para evitar aglomeraciones.

No sucumbir al contagio de sentarse a tomar un café o un refresco se antoja misión imposible. Prueba de ello es que, durante toda la mañana, apenas dos mesas permanecen vacías de forma simultánea.

Hora del vermú

Son las doce. Suena la alarma de un teléfono móvil, aunque la sintonía trae además consigo un salto temporal. Se acabó la «hora del desayuno». Comienza el primer vermú en la fase 1. Jarras heladas de cerveza sustituyen a los cafés con hielo. Los pinchos de tortilla reemplazan a las tostadas. Tampoco faltan los cuencos de patatas fritas para picotear. Conforme pasan los minutos, aumenta el trasiego por la Plaza Mayor. Son las 14:00 horas y el Café del Norte está a rebosar. Unas cuarenta personas devuelven la vida a este bar, del mismo modo que lo hace la clientela que está disfrutando de la mañana en otras terrazas. Valladolid, como Sevilla, recupera parte de su color y olor especial.

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