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Santiago Gómez, de procedencia riosecana, posa con un saco de garbanzos entre los innumerables productos que venden en su tienda.

Patrones de España para suministrar a un barrio joven

Santiago y Pilar regentan la tienda de Santa María de la Cabeza desde hace una década, donde conviven con bares, carnicerías y peluquerías

Lorena Sancho Yuste

Miércoles, 16 de diciembre 2015, 18:08

Hay un sinfín de productos de alimentación, más allá de todos los imaginados. Y si no son todos, casi todos, encuentran un hueco, por mínimo que sea, en la tienda de Santiago y Pilar. Entre sacos de legumbres, latas de conserva, sección de repostería, y un amplio surtido de charcutería se asoma este matrimonio riosecano, dispuesto a abastecer las neveras y despensas de un barrio eminentemente joven. «Las casas tienen 14 años y nosotros abrimos hace nueve», se apresura a especificar Santiago Gómez. Directos desde Rioseco, aprovechando que su hija vivía en Valladolid, este matrimonio no quiso perder la oportunidad de adquirir un negocio que en un futuro pudiera servir para su retoño. «Pero ahora vemos que es muy esclavo». Tanto como apertura casi ininterrumpida de lunes a sábado. «Es una especie de mini autoservicio para que los vecinos del barrio puedan tener de todo a su mano».

Unas 150 piezas de pan diarias salen de Los Manjares, que es como se denomina el establecimiento. Y decenas de cientos de gramos de charcutería, que es su especialidad. «Porque fuimos carnicería, pero el médico dijo que había que quitar trabajo por la salud de mi marido, y quitamos esa sección». Pilar y Santiago, Santiago y Pilar, «los patrones de España», se apresura a decir el hombre, avistan ya la jubilación en próximos años. Hasta aquí bajan incluso vecinos de Las Flores para comprar, pero la tienda «que tiene un poco de todo», como la denomina Santiago, piensa ya en su cierre en un futuro no muy lejano. «Alguien la cogerá», dice Pilar.

Con poco más de ochocientos vecinos, Santa María de la Cabeza es un eje fundamental entre los barrios de Buenos Aires y Pajarillos. Su reciente construcción lo convierte en uno de los barrios más jóvenes, con matrimonios jóvenes y niños, muchos niños. Tantos que Javier Cano y su mujer, Chus, optaron hace poco por instalar en su carnicería un pupitre y cuatro sillas para que los más pequeños se distraigan cuando vayan a comprar con sus padres. «Sobre todo para que no nos mezclen los garbanzos, porque no paran», dice entre risas Chus.

Salchichas artesanas

Va a hacer cinco años que este matrimonio apostó por abrir una carnicería, denominada Hermanos Cano (el oficio viene de tradición familiar) en esta calle. El desempleo había azotado a Javier, de carnicero durante años en el barrio de La Victoria, así que cuando surgió esta oportunidad no quisieron desaprovecharla. «No nos podemos quejar, es un barrio joven pero nosotros vamos tirando», comenta. Seis mujeres y un hombre guardan cola en ese momento para adquirir alguno de sus productos. ¿Qué es lo más buscado? «Nuestra especialidad son las salchichas y el embutido. Hay una parte de productos que elaboramos nosotros mismos, como son las salchichas, las brochetas y los pinchos morunos. Las salchichas son naturales y de cerdo, íntegras, hasta la mano de obra», dice este carnicero entre las risas de sus clientes.

Pese a llevar solo un lustro en esta zona dela ciudad, Javier Cano nota la diferencia entre los consumidores de diferentes barrios. En especial entre el de La Victoria y éste, donde está ahora. «En La Victoria la gente ya es más mayor», especifica, «y sabe comprar mejor». Su teoría la secundan algunas clientas, aunque rápido sale en la defensa de los jóvenes y asegura que ya se encarga él de enseñarles a comprar. ¿Algún truco? «Los filetes siempre hay que cortarlos a mano, porque la máquina los quema y no saben igual», sentencia.

Entre el puñado de establecimientos que han abierto sus puertas en esta calle, colindante casi con el campo de tiro de San Isidro, destacan sobre todo bares y cafeterías, que conviven con otros de los negocios habituales de cualquier barrio.

La Donna, con nombre italiano, anuncia la peluquería que Tatiana Tofau, búlgara, abrió hace casi cinco años. Tras practicar el oficio durante tres años y medio en su país natal, esta joven viajó a España para buscar un futuro más próspero. Aquí encontró el local. Y no se lo pensó. «Venía de trabajar un día y vi que estaba libre, y la verdad es que llevaba muchos años trabajando por ahí y ya quería tener mi peluquería», comenta.

La experiencia es buena. La resume con «servicio y gente maja» y un número de clientas que le invitan a no quejarse. Lesli, argentina, le pide un corte a lo Mercedes Milá. «Somos como una familia», aclara Tatiana ante la confianza entre las clientas y peluqueras.

Clientas tradicionales

¿Qué es lo que más piden las clientes? Tatiana ni siquiera se lo piensa. «Las tres B. Que sea bueno, bonito y barato». ¿Y algo más? «Pues la verdad es que en Valladolid la gente es muy clásica, es algo que yo he notado con respecto a Bulgaria».

Justo antes de su local, Adan Pliego, un trabajador del barrio, abre a los consumidores su servicio de cloración, depuración y descalcificación de agua. Adán, que no escatima en humor cuando presume de que una de sus hermanas se llama Eva, decidió hace dos años trasladar su negocio de la calle Gallo hasta Santa María de la Cabeza. «Económicamente me cuadró y preferí comprar el local antes que seguir de alquiler». Lo suyo no es venta directa en tienda, sino prestar un servicio que normalmente tiene que desarrollarse en las viviendas. Pero aquí ofrece el muestrario de algunos de los aparatos que ayudarán a los vallisoletanos a sacar el máximo rendimiento al agua que se suministra desde el grifo. «Hay un estudio reciente que dice que el 75% de la población de Valladolid consume agua mineral. Solo hay que estar un rato en un hipermercado para ver la cantidad de gente que compra garrafas de agua», señala.

La cal sigue siendo la mayor preocupación de los consumidores. Al menos entre sus clientes, con un 90% de particulares y un 10% de empresas. «Hacemos análisis de agua gratuito al cliente y después ya la venta es directa de cualquier descalcificador». ¿Precio? Puede ir desde los 200 euros de uno normal a los 1.300 del único equipo del mundo que detecta la calidad del agua. «Sí, sí, somos conscientes de que es más fácil comprar el agua que invertir, pero esto al final se amortiza», concluye con tono comercial. En Aquafiter lo tienen claro.

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