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Álvaro Méndez, en una sesión de fisioterapia. Antonio Tanarro

Joven, sano y en la UCI: «Me despedí de mi familia por teléfono»

TESTIMONIO ·

Tener solo 31 años y una buena salud no libró al segoviano Álvaro Méndez de vivir una pesadilla por el coronavirus, que le sigue impidiendo «ser el de antes» siete meses después

LAURA LÓPEZ

Segovia

Martes, 22 de diciembre 2020, 07:08

Después de siete meses, si no fuera por lo de la pierna, podría decir que estoy normal. Bueno, psicológicamente no, no estoy bien». Álvaro Méndez, un joven enfermero segoviano de 32 años, rememora su terrible historia con el coronavirus a principios de 2020, cuando aún tenía 31 y se enfrentó a un mes y medio de hospital que le ha dejado como secuela la falta de movilidad en una de sus piernas, por lo que acude a sesiones de rehabilitación, y de una parte de su capacidad pulmonar.

El inicio de su «odisea» comenzó en marzo, cuando en la Residencia Mixta, donde trabaja, empezó a notarse la llegada de la pandemia. Como coordinador de los enfermeros, recibía día tras día llamadas de trabajadores para decir que habían notado síntomas y no sabían qué hacer. Hasta que le tocó a él. Después de que dos enfermeras con las que había estado trabajando presentaran algunos síntomas como la pérdida del olfato y el gusto y mucho cansancio, él comenzó a notarse raro: «Era una sensación extraña, como fuera de lo común, no sabría explicarlo», trata de describir Álvaro. Después llegó el cansancio, pero él ya no sabía qué creer: «No sabes si achacarlo al covid o a lo estresados que estábamos, porque en aquel entonces trabajábamos más de la cuenta».

Y a continuación, la fiebre. El 27 de marzo tenía 39 grados, aunque su sensación no se correspondía con la alta temperatura: «No es que pudiera bailar una jota, pero no sentí que tuviera tanta fiebre», comenta. Después de cinco días, un episodio que le asustó hizo que se decidiera a ir a Urgencias. Cuando fue a darse una ducha, de repente notó como todas sus extremidades se quedaban paralizadas y permanecieron así durante unos minutos. «Cuando me vio un médico me dijo: 'Usted no debería estar aquí', porque era joven y solo tenía fiebre. Por suerte, me hicieron una placa de tórax y vieron que tenía una neumonía bilateral y me ingresaron». Cuando le llevaron a planta, otro doctor de Medicina Interna le dijo que si hubiera sido por él, no le habrían ingresado, puesto que no sentía dolor ni falta de aire.

Seis días después de su ingreso, cada cual peor que el anterior, le dijeron que le iban a intubar. El día 6 de abril entró en coma inducido y lo siguiente que recuerda es despertar el día 14 en el Hospital Clínico de Valladolid, a donde le habían trasladado el día 11, según supo después. El 17 le volvieron a dormir y estuvo intubado hasta el 3 de mayo. Como un mazazo cayó sobre él una nueva pésima noticia: «Me dijeron que había cogido una bacteria multirresistente a los antibióticos y esto me había generado otra neumonía, justo cuando empezaba a mejorar del covid», narra ahora Álvaro, quien explica que el 22 de abril ya había dado negativo por coronavirus.

De aquellos días, el enfermero recuerda poco, pero sí que fue «una pesadilla». Durante el tiempo que estuvo sedado, conserva algunos recuerdos de cosas que no tienen sentido y que, según ha asimilado, debieron ser alucinaciones o sueños mezclados con la realidad mientras estaba dormido o incluso una vez despierto. Aun así, lo peor para él fue la soledad. Debido a la situación sanitaria, el personal del hospital intentaba evitar lo máximo entrar a la habitación. Después de ver cómo su situación no mejoraba, sino todo lo contrario, llegó a tener la convicción de que no iba a salir de allí vivo: «Me despedí de mi familia por teléfono».

Después de volver a pasar por la UCI en mayo, a mediados de mes, por fin, empezó a mejorar. Para entonces había perdido veinte kilos y su musculatura se había ido «al garete». Además, un nervio de la pierna sufrió daños a la altura de la rodilla por la falta que había tenido de oxígeno, por lo que había perdido la movilidad, la principal secuela de la que trata de recuperarse hoy. Cuando salió del hospital el 2 de junio no era capaz de hacer prácticamente nada solo, ni siquiera sostenerse en pie, después de haber estado un mes y medio sin moverse. Ahora puede dar paseos de veinte kilómetros, afirma con orgullo.

Otra huella importante que le queda del covid es la psicológica: «Te vienen los recuerdos, sobre todo a la hora de dormir, o empiezas a pensar por qué me habrá pasado esto a mí». Después del alta, estuvo tomando antidepresivos y ahora está más tranquilo, pero aún hay ciertas cosas que le cuestan. «He tenido temporadas de no querer salir para nada de casa, y eso te deja con los ánimos muy bajos, hay que tener mucho cuidado porque te puede llevar a una depresión», explica. Es este pesar de la mente y el temor a volver a contagiarse lo que le impide sentirse preparado para volver al trabajo: «Tal vez cuando llegue la vacuna y la hayamos recibido todos me vea capaz», señala.

Después de su experiencia, Álvaro considera que el coronavirus es una enfermedad tomada un poco a la ligera por los más jóvenes: «Yo, por lo que veo a mis amigos y por cómo actúa la gente, creo que está subestimada. Pero no solo porque aunque seas joven lo puedes pasar mal, sino porque lo puedes contagiar a una persona mayor o más vulnerable». Por ello, considera que muchas personas son «un poco egoístas» y solo piensan «en sí mismas».

En el camino hacia su total recuperación, Álvaro acude dos veces por semana a sesiones de rehabilitación en las que le movilizan los pies, hace ejercicios para fortalecer su musculatura y le aplican corrientes eléctricas.

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