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Ignacio Peyró. Elvira Megias

Una 'gravitas'

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Ignacio Peyró: Habitualmente los escritores perviven por la devoción de unos pocos. El caso de Delibes es llamativo –y consolador–, pues fue, al mismo tiempo, capaz de llegar muy hondo a mucha gente y capaz de ganar la admiración de los expertos»

Ignacio Peyró

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:45

Túmulo de vanidades literarias, las librerías de viejo nos ponen frente con frente con no pocos escritores caídos de un éxito aparatoso a la discreción injuriosa del olvido: cinco millones de ejemplares vendió Pérez y Pérez, y hoy solo nos sirve de apólogo moral. Habitualmente los escritores perviven por la devoción de unos pocos. El caso de Delibes es llamativo –y consolador–, pues fue, al mismo tiempo, capaz de llegar muy hondo a mucha gente y capaz de ganar la admiración de los expertos.

Nada en su porte –cómo se agradece esa 'gravitas'– parecía justificar la menor autoimportancia: con la mitad de su obra ya hubiese tenido lectores y Parnaso asegurados. Pero, fiado a una admirable obediencia a la vocación, cuajó una obra tan extensa como milagrosamente salva de altibajos. Así logró ser, sin más reclamo que sus libros, el escritor por antonomasia para varias generaciones de españoles. Su querido Jiménez Lozano dijo que nunca había conocido a nadie verdaderamente grande que se creyera nada: son palabras muy adecuadas a Miguel Delibes.

Una ironía que nos regaló Delibes: en el siglo en que la novelística en lengua española se desplaza a América, él reafirma su lugar con un castellano de Castilla siempre, como diría uno de sus personajes, con «el punto de sazón y propiedad», «la precisión y rigor» de lo rústico. Con el conservadurismo de la lealtad a un paisaje y sus vidas, Delibes fue a la vez hombre de audacias y aperturas, siempre bajo el signo –como Jiménez Lozano– de la cruz, con la verdad y la sencillez de quien habla a nuestros adentros. Esto es así. Pero, si me lo permiten, déjenme gozarme, como un secreto, en alguna otra hermosura de Delibes: la Ávila de frío y sabañones, la España que fumaba Farias, las partidas de caza por la mañana, los enamoramientos de siempre, esos personajes, ay, que se llamaban Onésimo Navas o Próspero Mediavilla. Ese mundo tan suyo y que fue tan nuestro.

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