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José Luis Martínez López-Muñiz
Martes, 17 de enero 2023, 10:59
Gaspar Ariño fue catedrático de Derecho Administrativo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid seis años: desde septiembre de 1982 al mismo mes de 1988. Lo había sido antes de la Universidad de La Laguna (1978-1980) y de la Autónoma de Barcelona (1980-1982), tras ser Profesor Agregado en la Complutense desde 1972 a 1978. Había nacido en Utiel, en la Valencia interior, en 1936 y contaba, por tanto, con 36 años cuando superó la prueba de seis ejercicios que le hizo Profesor Agregado (una especie de catedrático «de entrada») y con 46 cuando vino a la Universidad de Valladolid.
Desde aquí, tras el correspondiente concurso, pasó a ocupar una de las cátedras de la Universidad Autónoma de Madrid hasta su jubilación. Su marcha coincidió con la de Luis Cosculluela Montaner, que había llegado dos años antes desde la Universidad de Córdoba y partió para la Complutense de Madrid. Quedamos entonces a cargo del Derecho Administrativo en Valladolid y Burgos, además de algún veterano Titular como Antonio Martín Descalzo, algunos profesores que le debíamos parte de nuestra formación o que habían venido recorriendo de su mano o en su entorno las primeras etapas de su vida académica –Antonio Calonge Velázquez, Jose Carlos Laguna de Paz, Alberto Gómez Barahona, Isabel de los Mozos Touya-, y que contribuirían a consolidar con los años, con diversas incorporaciones temporales relevantes, procedentes principalmente de la Universidad Autónoma de Madrid y muy cercanos al propio Gaspar Ariño (Ángel Menéndez Rexach, José Manuel Sala Arquer, José Manuel Diaz Lema), y otras varias permanentes que pronto fueron llegando del alumnado, de diversos escalones de edad conforme pasaron los años, los equipos que se han ocupado de esa materia en las Facultades de Derecho de Valladolid y de Burgos, y también en Segovia. Los catedráticos y casi la totalidad de los titulares de las dos Universidades de Valladolid y Burgos en la actualidad tienen, de uno u otro modo, ese origen.
La huella que dejó Gaspar Ariño Ortiz como profesor en Valladolid –consolidada en sucesivas presencias y encuentros posteriores durante los últimos treinta años- fue, pues, notable. También, sin duda, por su magisterio sobre varias promociones de juristas salidos de las aulas de la Facultad de Derecho vallisoletana en los ochenta o muy primeros noventa del pasado siglo. Algunos han alcanzado particular relieve académico, profesional o político y social y han testimoniado su deuda intelectual y personal con él, como Luis Garicano, profesor de la London School of Economics, o Rosa Mª de la Lastra, profesora también desde hace años muy reconocida en Inglaterra como titular de la Cátedra Sir John Lubbock de Derecho Bancario en la Universidad Queen Mary de Londres, quizás su más destacada discípula directa en el orden académico. Pero es muy común que el recuerdo del magisterio de Gaspar Ariño en quienes fueron sus alumnos despierte de inmediato una sonrisa de complacencia agradecida. Se recuerda su chispa, su rico tono humano, su sentido común, su embelasante discurso, llano, pero plagado de anécdotas y de observaciones ingeniosas sobre la vida mientras introducía a sus alumnos en las claves para entender el Estado y la Administración pública, y el papel del Derecho administrativo para organizarlos y tratar de garantizar su mejor servicio a las personas y sus derechos.
Se enamoró de la tierra y de la gente castellana, tan distintas en diversos aspectos, de las que habían conformado su carácter levantino. Hizo aquí grandes amigos. Algunos recordamos su arte para hacer una gran paella para un buen número de personas, como ocurrió en entrañable ocasión en Tudela. Pero no desaprovechaba ocasión de parar en Olmedo en sus viajes de regreso a Madrid –llegó a hacer buena amistad con José Antonio González Caviedes, por entonces el alcalde, y su familia- para llevarse a su casa en Majadahonda pan castellano y, a veces, un buen lechazo.
Siempre alababa –también años después de su marcha- el sabor histórico y el carácter de Valladolid y de su Universidad, y valoraba mucho las muchas horas que podía pasar tranquilo, con los libros y la jurisprudencia, en su despacho de la Facultad durante los días en que atendía sus obligaciones docentes, sin el bullicio y el ajetreo madrileños.
La contribución de Gaspar Ariño al moderno Derecho público, en España y en numerosos países de Iberoamérica, ha sido muy importante y se dejará sentir por años. Muy destacadamente en Derecho público económico y en Regulación de servicios esenciales –señaladamente en energía, telecomunicaciones o agua-, pero también en otros muy diversos campos, como la organización administrativa, los contratos y bienes públicos, la autonomía territorial, cajas de ahorro, etc., etc. En su extensa obra queda la impronta de su conocimiento del Derecho norteamericano desde los años setenta, de su labor docente e investigadora en la que impulsó la creación de la Fundación de Estudios sobre Regulación y de la Revista de Derecho de las Telecomunicaciones e Infraestructuras en Red (REDETI), así como de la Asociación Iberoamericana de Estudios de Regulación (ASIER), y de su intenso trabajo como abogado y consultor, fundador de un importante despacho madrileño.
Contribuyó de manera determinante a la creación de organizaciones que aúnan en congresos o coloquios periódicos a los profesores de Derecho Administrativo de España desde 2005 (la AEPDA), o a estos con los de Portugal, desde 1993.
Desplegó durante un tiempo, en los ochenta y principio de los noventa, una relevante actividad política como miembro y vicepresidente del Partido Liberal, en la coalición de entonces con AP y la democracia cristiana de Alzaga, y luego en el nuevo PP, que contribuyó a generar. En 1987, estando aún en Valladolid, tuvo una intervención decisiva para que Aznar fuera designado candidato a las elecciones autonómicas que este acabó ganando, abriendo camino para los cambios de alcance nacional que desde aquí se desencadenaron.
Redujo primero su acción política –tenía un escaño en el Congreso por Valencia- para retirarse poco después completamente de ella, cuando en 1991 fue designado profesor del entonces Príncipe de Asturias, el actual Felipe VI.
Desde su jubilación, hace bastante más de tres quinquenios, no ha dejado de publicar importantes libros sobre los más relevantes temas de la realidad política española, como la financiación de los partidos, el populismo, la Corona, o Cataluña. El último lo terminó el pasado noviembre y acaba de salir (La batalla de los precios y la reforma de los mercados eléctricos), y pocos meses antes había publicado La revolución de hidrógeno. Su inquietud por los problemas del país le llevó a formar parte del Foro de la Sociedad Civil, de la que venía siendo vicepresidente. Durante años ha sido colaborador habitual de diversos medios de prensa general o económica, lo que, entre otras cosas, le valió, ya en 1985, recibir el Premio Luca de Tena. Entre otros reconocimientos, en 1998 recibió asimismo el Premio del Club Español de la Energía.
Ha fallecido de un derrame cerebral el pasado 5 de enero. Hasta el día antes pudo leer y escribir. Habría cumplido 87 años el día de Reyes, aun añorando desde hace 4 años el momento de volver a reunirse con María Gutiérrez Noguera, la inteligente mujer catalana que conoció en Wisconsin y dejó sus investigaciones biológicas para unir su vida a la de Gaspar, hasta su fallecimiento en los finales del año 2018.
Su sepelio, en el cementerio de Pozuelo de Alarcón, fue el día 7. Desde entonces se han sucedido manifestaciones públicas de condolencia y aprecio, tanto en España como en diversos lugares y medios de Iberoamérica.
Sus hijos Mónica, Mayte, Ana, Gaspar y Jorge han dado a conocer la celebración de una Misa funeral por su eterno descanso en la Parroquia de Santa Maria de Caná, de Pozuelo de Alarcón (Madrid), el viernes, 24 de febrero a las 6 de la tarde.
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