El fortín de Las Delicias
La vía de Delicias acoge a uno de los cinco videoclubes que todavía sobreviven en la ciudad, además de carnicerías y fruterías con solera
Víctor Vela
Miércoles, 16 de marzo 2016, 14:12
Cuelga un llavero de plástico negro debajo de Everest. Otro más junto a Ocho apellidos catalanes. Otro al lado de Regresión. Y así, un llavero negro tras otro, de vez en cuando alguno amarillo, para identificar las más de 2.500 películas que componen el fondo de Alter, uno de los cinco videoclubes que aún sobreviven en la ciudad. Cinco. Solo cinco, cuando Valladolid llegó a tener 44 en aquellos años de fiebre vhs sin Internet a la vista. Hoy la cosa ha cambiado.
Pero tampoco nos tenemos que extrañar mucho. Cervantes lo escribió hace 500 años. Los españoles somos así. Un país de pícaros. Por eso nos pasa lo que nos pasa.
Habla Paco del Valle, desde 1987 al frente de este videoclub que abraza la calle Andalucía con el paseo de San Vicente, también de otro cerquita de San Pablo.«Aunque no sé hasta cuándo». Cuenta que llegó a este negocio procedente de las máquinas recreativas cogió el traspaso de un frutero mayorista del mercado central que lo explotó durante dos años, que su pasión por el cine le animó a gestionar un videoclub en aquellos años en los que parecía buen negocio. Pero ahora... «No sé cuánto tiempo aguantaremos», explica con la incertidumbre de un futuro que, asegura, no estaría en el aire si viviera en otro país. «España es el país con mayor número de descargas ilegales. Solo aquí hay tanta piratería como en el resto de Europa y América junta. Y nadie le mete mano. Lo intentó González-Sinde, en el Gobierno de Zapatero, y se le echaron encima. El PP ni lo intentó. Y ahora, como no tenemos ni Gobierno...». Habla desde el interior de este local «el sitio es inmejorable» lleno de carátulas, pelis de estreno y filmes de ocasión. Habla también a las puertas de la tienda, mientras los rostros de Tom Hanks, Matt Damon, Jennifer Lawrence se asoman a este escaparate de las Delicias.
Y no es el único de la calle con especial atractivo. Están también los del bar Horus. Con esa colección de playmóbil que representan el antiguo Egipto. Con ese festival de maquetas, de dioses, de máscaras funerarias y retratos de farones. «Son regalos que me han ido haciendo los amigos, la familia, también algunos clientes». Clientes como los que abarrotan el bar en esta hora punta, las diez y media de la mañana. Llegan mujeres que comparten café en vaso de cristal, con el carrito de la compra al lado. Llegan amigas que compaginan charla y desayuno (su café con leche, su zumito de naranja, su tostada con pan, tomate y aceite). Llegan repartidores, comerciantes del entorno, tipos que dicen buenos días.
Yal otro lado del mostrador, Laura Alonso devuelve el saludo. «¡Hola, Juan! ¡Hola, José! ¡Adiós, Eva!», exclama mientras hace kilómetros barra arriba y abajo. La máquina de café echa humo sin que apenas le den órdenes. Laura empieza a poner vasos y tazas encima de las mesas sin que apenas medie petición. Son clientes habituales. Y ella sabe lo que suelen tomar.
Arte egipcio
Lleva nueve años con el bar. Estudió Historia del Arte. Es una apasionada de los tesoros del antiguo Egipto, de ahí el nombre del bar. Dice que se cansó de estudiar. Que una vez terminada la carrera, la perspectiva de miles de folios de oposición no le terminó de convencer. Y comenzó a trabajar. Primero de cocinera en un bar. Después aquí, en su propio negocio, en este bar Horus que atiende junto con su hermana Sara. Las dos, abrazadas, protagonizan un dibujo expuesto en el bar y que es obra de Sonia Sanz, una ilustradora vallisoletana cuya obra puede verse estos días en una muestra fantástica de la Casa Revilla.
Esta familiaridad de Laura con los clientes de su bar se reproduce unos metros más allá en el negocio de alimentación de Milagros Martín. Tanto, que no duda en invitar a Tere y Feli, habituales de la tienda, a que posen con ella para la fotografía del periódico. El marido de Mila, Luis Ángel González, se asomó hace casi dos años (el 10 de marzo de 2014) a esta misma sección de El Norte de Castilla. El reportaje A pie de calle estuvo entonces dedicado a Silió, vía en la que tiene su tienda Luis. Contaba entonces que llevaba en la calle 17 años (ya son 19), pero que su aventura empresarial en la ciudad comenzó en Delicias, en la calle Andalucía. Y aquí estamos para que su mujer lo confirme. Cuenta Mila que ella y Luis se vinieron desde Medina del Campo cuando apenas tenían 21 y 23 años, respectivamente. Explica que su marido empezó de pequeñito, con tan solo ocho, como aprendiz de panadero. «Empezó a trabajar muy pronto. Fíjate, al colegio entraba por la puerta y salía por la ventana», dice Mila, un derroche de sincera simpatía. Cuando llegaron a la capital, se enteraron de que traspasaban una panadería en la vecina calle de Pedro García Lobato. Poco después se mudaron a esta Andalucía, donde Mila dice que se quedará hasta que se jubile. «Con 67 años o con lo que quiera el Gobierno. Pero yo aquí aguanto», dice con una sonrisa que se tuerce un poquitillo cuando reconoce que «la cosa está complicada». «En el pequeño comercio cada vez lo tenemos más difícil. Pero siempre digo una cosa. Lo de los precios se lo dejo a otros. Ahí a lo mejor no puedo competir, pero la calidad es para mí y para mis clientes».
Y la veteranía en la calle la pone José Luis Velázquez, integrante de una estirpe de carniceros que tiene presencia en varios barrios de la capital. Sus padres ya tenían carnicería, la primera desde hace 47 años en la calle Gallo (Pajarillos). Esa la atiende ahora Casimiro, uno de los hermanos. Carlos está detrás del mostrador en otra de la calle Mota, en la Rubia. Manuel regenta la de Relatores. Y aquí está José Luis, el cuarto de los hermanos.Comparten criadero en Villanueva de Duero. «Allí cuidamos terneros y terneras. Los compramos pequeños, con seis meses y los criamos nosotros. Les alimentamos con pienso propio». Y con 14 meses, cuando ya están cebados, los llevan al matadero. «Yo me acuerdo de, con diez o doce años, ir al matadero del Paseo de Zorrilla.Empecé muy joven a ayudar a mi padre», rememora José Luis, quien fue uno de los carniceros que estrenó el matadero de Laguna.«Fui el primer día. Fíjate que tengo el número 12 y uno de mis hermanos, el 11», explica este industrial, protagonista comercial de la calle Andalucía.
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