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Abraham Adeli, con un jembé a las puertas de su tienda Samarcanda, con el grafiti que remite al Taj Mahal que identifica su negocio.
El persa que estudió en la India para acabar en Valladolid

El persa que estudió en la India para acabar en Valladolid

Abraham llegó desde Irán para regentar una de las tiendas de regalos más famosas de la ciudad, en una calle que mima la tradición y artesanía

Víctor Vela

Miércoles, 17 de febrero 2016, 17:43

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Este reportaje comienza con un érase una vez.

Las noches de Abraham Adeli podrían haber estado llenas de patitos feos, de zapatos de cristal, de manzanas envenenadas y guisantes bajo el colchón. Podrían. Pero el cuento que más veces escuchó Abraham en casa, en su Irán natal, miraba hacia la mansión de un emperador persa. Cuenta la leyenda que aquella vez el emperador ofreció una fiesta en su palacio y que, para amenizarla, invitó a las mejores bailarinas del país. Entre ellas, se coló una joven que no era tan guapa como las demás, que no mostraba tanta destreza, que tenía unos pies tan feos que cualquiera diría que con ellos pudiera bailar. Pero bailó. Y tan bien lo hizo que el emperador, encandilado, no dudó en regalarle la ciudad de Samarcanda.Toda la ciudad. Para ella sola. Esa bailarina, con sus velos y adornos, es el símbolo de la tienda de regalos Samarcanda que Abraham abrió hace 21 años en la calle Esgueva. Pero el érase una vez de su vida comenzó mucho tiempo atrás y se ha escrito a través de casualidades, de inesperados giros que le han llevado desde Irán hasta el corazón de Valladolid, con el amor como guía y una incansable defensa de la paz.

«Cuando acabé el servicio militar en Irán me marché a la India para estudiar», comienza Abraham su relato. Siempre quiso estudiar Medicina, pero al llegar a la Universidad se encontró con una desagradable sorpresa. Le pedían dinero, mucho dinero, para cubrir la matrícula. Y él, en ese momento, no disponía de tal cantidad.

Así que pregunté:¿Hay alguna carrera en la que me pueda matricular de forma gratuita?.

Le contestaron que Empresariales. Dicho y hecho. En tres años remató sus estudios en Aligarh, en el estado de Uttar Pradesh.

Al terminar la Universidad, me encontré con que mi país estaba en guerra con Irak. Tenía dos posibilidades:volver para matar o volver para que me mataran.

Y en tal callejón sin salida, decidió apostar por la paz. Pidió ayuda en numerosas embajadas de Nueva Delhi: Estados Unidos, Inglaterra, Canadá. «Me cerraban la ventanilla justo un segundo después de haberla abierto», reconoce. Hasta que llegó la embajada española. «Y tuve suerte. Me dijeron que había un acuerdo entre nuestros países, que no me hacía falta visado. Al día siguiente cogí el billete, no fuera que cambiaran de idea», bromea Abraham. Y así fue como llegó a España, en 1982, «en plena campaña electoral, con las calles llenas de banderas. Recuerdo que por aquel entonces también se hablaba de crisis, de millones de parados». Montar su propio negocio parecía la mejor opción y marchó a Salamanca, donde vivía un compatriota. Allí ya emprendió con una tienda de regalos, la Boutique India, en una galería de la Plaza Mayor. La vida le trajo tres años después a Valladolid. Abrió Coquette, en el Val.En 1995 se mudó hasta esta calle Esgueva con Samarcanda, la ciudad persa. «Pensé en otros nombres, como Persépolis o Pasargada. Pero hice una encuesta con amigos y esta fue la que ganó», explica Abraham en una tienda que es bazar persa, de Marruecos, Sudamérica y la India. Aquí hay bolsos, hay mochilas, camisetas y pendientes, collares y quitapenas, hay más bolsos, más mochilas, cachimbas y jembés, velas de miel y monederos, biombos, marcos, morteros, gafas de sol, más bolsos, más mochilas. «Me gusta trabajar con producto exclusivos, que no se vean mucho por aquí», apunta con amabilidad extrema, sonriente, simpático y cercano, el dueño de una tienda que se ha convertido en emblema de la calle Esgueva, con ese dibujo de un Taj Mahal que da la bienvenida al negocio.

Versos al pan

El paseante puede fijarse en otros detalles. Como esa poesía que Alfonso Usero escribió para el negocio de Raquel Rodríguez, su mujer. «¿Que cómo he llegado a viejo? Siendo persona cabal:bebo el vino bien añejo, como pan de trigo candeal, de mi suerte no me quejo y no pienso en mi funeral». La Antigua Candeal es la panadería que hace año y medio abrió Raquel Rodríguez en esta esquinita de Esgueva con la calle Moros. Tenía ella un negocio similar en la calle Merced y, cada vez que volvía a casa, se fijaba en este local que antes ocupaba una tienda de gominolas. «Mi marido decía: Cuando cierren ellos, alquilamos nosotros el local». La oportunidad llegó dos meses después. Y fue así como recaló aquí este negocio que ofrece pan de Laguna, de Viana, de Zamora y de León, junto con dulces típicos de pueblos de la provincia:los bollos bañados de Portillo, las rosquillas tontas de Tiedra, las magdalenas de Villabáñez, las ciegas de Pedrajas. Y junto a eso, otros dulces sin azúcar y vinos de la tierra. Los productos de cercanía como emblema.

Filosofía similar es la que trajo a Montse Gallego desde su Villalón natal. El El día 6 su tienda, La casa del sabor, cumplió un año. «Me vine del pueblo con la idea de ofrecer en la capital alimentos de mi comarca». Primero, el queso artesano. Y luego, la carne. Como paradoja tal vez. Reconoce Montse que ella no es muy carnívora. Al menos, no mucha ternera, poco cerdo. Quizá por eso, y aunque también ofrece las otras, se ha especializado en pollo y pavo. «Es mucho más sana, la piden mucho los deportistas... y he visto que ofrece muchas posibilidades». Aquí hacen, por ejemplo, chorizos o jijas con pechugas de pollo. Hamburguesas vegetarianas:de espinacas, con dátiles, pasas, de kebab turco, curry y queso. Están los pasteles caseros de puerro (riquísimos), los de champiñones y bacon. « Ytodo elaborado de forma artesanal. Deshuesamos los pollos alimentados de cerealesa mano. No metemos máquina eléctrica. Creo que al final ese tipo de cosas se notan», apunta Montse, quien entiende que el boca a oreja le está trayendo nuevos clientes al local.

Hay más vida en la calle Esgueva. Como ese templo de los combinados y el gin tónic que es El Niño Perdido. O la taberna flamenca La Acequia, punto de reunión para los aficionados al género, que encuentran aquí un lugar con altarcitos en las paredes dedicados a Pastora Pavón, Pepe Habichuela, Enrique Melchor o Pablo de Alba. Los muros de La Acequia llenos de fotos de bulerías y olés.

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