Un hombre rebusca en un contenedor en la calle Padilla. :: RAMÓN GÓMEZ
VALLADOLID

Parado ante un contenedor

Un obrero sin trabajo, de 57 años, relata cómo se gana la vida a diario buscando en la basura

J. SANZ

Lunes, 23 de mayo 2011, 15:24

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Tiene su horario fijo, como cualquier obrero, porque para él es su trabajo y el dinero que saca es el que ayuda a mantener a su familia a final de mes. El paro, la crisis y la vida misma le empujaron hace muchos meses, quizás años, a recorrer las calles de la ciudad a lomos de su vieja vespino para rebuscar en los contenedores algún tesoro escondido inservible para su dueño, pero muy útil para sacarse «unas perras» en el rastro dominical.

A sus 57 años, y con muchos 'tiros' pegados a sus espaldas, este veterano de la tradicional rebusca confiesa que ve su futuro «muy mal porque la vida está así, muy mal». Fatal, desde luego, en su caso. Su nombre se lo guarda para sí por una lógica cuestión de decoro -«a nadie le gusta que le vean así»- durante una breve conversación mantenida entre contenedor y contenedor de Parquesol, el barrio que más alegrías le da, esta misma semana.

En la caja acoplada al sillín de su motocicleta atesora un destartalado reproductor de DVD y alguna otra joya rescatada del olvido. «La gente tira de todo y a veces te encuentras algún trastillo que se puede reparar, mucha ropa que está nueva y, sobre todo, calzado bueno», resume el curtido motorista.

Todos estos tesoros van a parar al puesto que monta desde hace años en el mercadillo del estadio. «La verdad es que sí que renta», reconoce. Acto seguido rectifica y aclara que tampoco le queda otra. Pero lo cierto es que hay días en los que se saca un «buen dinerillo». Siempre, claro, en función de cómo transcurran las labores de recolecta.

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Casado y con cinco hijos

«Sacas muy poca cosa, unos 100 o 150 euros a la semana, aunque a veces consigues un poco más». Y ese día es fiesta en la casa de realojo de la calle Niña Guapa, una perpendicular a Labradores, que tuvo la suerte de conseguir hace algunos años para dar cobijo, al menos, a su mujer y a sus cinco hijos. Todos son mayores, pero la vida tampoco sonríe a su prole. «Tengo a uno que trabaja en un puesto de fruta en el mercado de la plaza de España, pero los demás...», suspira mientras se coloca el 'quitamultas' en la cabeza.

El reciclador forzoso recuerda que hubo tiempos mejores para su familia. «Sí que tuve un trabajo bueno en una constructora y luego ibas tirando con algunos trabajillos», relata. Pero de eso hace «muchísimo tiempo». Después llegaron algunos contratos, o no, para la remolacha y otras artes del campo. Pero eso es historia. «A ver si cambia la situación porque desde que empezó esta maldita crisis no veo otra salida que el puesto de los domingos», desea.

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Allí precisamente tuvo la suerte de toparse con el alcalde durante su visita electoral al rastrillo de la semana pasada. «Solo le pedí que mejorara las cosas después de las elecciones». Ojalá. Para él no será fácil al no contar con otro espacio para dar salida a sus perlas de la basura: «Los trastos viejos no nos dejan ponerlos en los otros mercadillos».

El tiempo pasa y el motorista pide casi perdón para poner fin a la conversación y seguir con su trabajo. «Es lo que hay». Antes de salir pitando lamenta que su radio de acción se limite a Parquesol. «Aunque parezca increíble, este 'mercado' está saturado y hay muchísima gente» que copa otros barrios, lamenta. Son, a su juicio, profesionales de la rebusca organizados con furgonetas y carretillos. Él, anticipa, seguirá con su moto por su urbanización fetiche y su gancho artesano para poder llegar hasta el oscuro fondo del contenedor. En ello está de diez a una y otro tanto por la tarde. Horario de funcionario, vamos. Y con la que está cayendo.

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