El coloso sin suerte
PPLL
Viernes, 4 de junio 2010, 02:36
El elefante se derrumbó. Cayó sobre la ladera, hundió su cabeza en el follaje, esbozó una mueca de dolor y rindió su alma. Su majestuosa biografía acabó en una colina cerca de Banarhat, una pequeña ciudad de Bengala (la India). Había intentado cruzar la vía del ferrocarril para proseguir su perezoso paseo matutino cuando un tren lo arrolló. El estruendo, los pitidos, los gritos..., todo fue en vano. Sorprendido en mitad de la selva, en un territorio que siempre fue suyo, el elefante no acertó a escapar. Se quedó quieto, asombrado, estupefacto. Hasta que se derrumbó.
En cualquier otro lugar, el animal hubiese sido arrinconado, expuesto a una lenta y nauseabunda descomposición. Pero los indios profesan un respeto profundo por los elefantes y decenas de habitantes de Banarhat fueron llegando a aquella colina con el ánimo compungido, como quien se dirige al sepelio de un amigo. Con el semblante grave, en silencio, derramaron flores sobre el cuerpo vencido del coloso. Una mujer, incluso, quiso dedicarle una postrera caricia.
La convivencia entre hombres y elefantes en la India nunca fue sencilla. Más de 150 paquidermos mueren al año abatidos por cazadores borrachos de marfil. Y unas 50 personas fallecen por culpa de las manadas salvajes y agresivas que vagan por la selva y destrozan las aldeas en busca de alcohol y de comida. Pero cuando un elefante cae en su propio territorio, arrollado por un tren invasor, sólo cabe lanzarle flores, rezar por su alma y lamentar su mala suerte.
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