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Javier Cañas. Antonio Tanarro

Vivir en ERTE desde mediados de marzo

Cuando llegó la pandemia y sus empresas cerraron, no podían imaginar que su vida iba a dar un giro absoluto, que la situación que les anunciaban como temporal se prolongaría tanto en el tiempo. La incertidumbre marca su futuro

Carlos Álvaro

Segovia

Domingo, 18 de octubre 2020, 08:54

Más de 2.000 trabajadores de Segovia percibían, a finales de septiembre, una prestación contributiva por suspensión de la actividad laboral o por encontrarse en situación de desempleo parcial, al estar incluidos en los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), aún vigentes por el impacto de la pandemia en la actividad productiva. El Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) distingue entre los afectados de manera parcial (son 747) y total (1.279). Muchos de ellos llevan parados desde marzo. La hostelería y el comercio son los sectores más afectados.

Javier Cañas Verdugo, panadero y pastelero

«Llegas a pensar que ya no van a contar más contigo, que estás medio acabado, y es duro»

El 14 de marzo fue su último día en el obrador del restaurante, «porque el 15, que fue domingo, ya no se trabajó», recuerda con precisión. Desde entonces está en ERTE, parado y alejado de la actividad laboral, situación que lo trae de cabeza. Panadero y pastelero de oficio, Javier lleva veinticinco años trabajando en un restaurante de la provincia cuyo nombre prefiere no desvelar. El Gobierno ha prorrogado hasta finales de enero los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, pero la situación no pinta bien, teniendo en cuenta que la segunda ola del virus sigue avanzando. El caso de Javier es extrapolable a otros muchos trabajadores que sufren en carnes propias los demoledores efectos de la pandemia en la hostelería segoviana.

«El restaurante cerró en marzo y reabrió el día de San Pedro. De los cincuenta y tantos empleados, ya habrán vuelto del ERTE entre treinta y cuarenta. Debemos de quedar unos veinte en esta situación. La sensación es un poco rara, extraña, contradictoria. Oyes y lees las noticias y se dice que en verano se ha trabajado bien, pero no entiendo que siga habiendo tanto personal en ERTE. Es verdad que el restaurante donde trabajo acogía muchas bodas y reuniones de empresa, y todo eso está perdido», expone Cañas, muy preocupado por si la crisis toma una deriva no deseada y los ERTE terminan perdiendo el componente de temporalidad para convertirse en ERE puros y duros: «Noticias como la del cierre de Madrid deprimen, que el virus siga ahí deprime..., todo deprime. Tenemos una sensación de indefensión absoluta. Durante estos siete meses no hemos recibido ni una sola llamada de la empresa. Nadie ha cogido el teléfono para al menos decirte que están intentando que vuelvas, y te sientes desamparado, como apartado de tu puesto de trabajo. Al fin y al cabo, sigo teniendo un contrato en vigor. Se pasa mal, muy mal. No recibes ningún tipo de llamada y la mente te juega malas pasadas, piensas que ya no van a contar contigo, que estás medio acabado. Es preocupante».

No es fácil asumir la situación de paro y tener la mente ocupada. Javier trata de hacerlo: «Soy miembro de la junta directiva de la Escuela de Dulzaina e intento involucrarme, seguir haciendo cositas relacionadas con la música. Estoy mucho en casa... Ahora tenemos la casa más limpia que nunca porque la dedicamos más horas. En fin, trato de llenar el tiempo para no pensar en la realidad tan dura que nos está tocando vivir, aunque es complicado porque ves las cifras, tan negativas, y la situación política que nada ayuda y no atisbas el final». A Javier le gustaría que las noticias abordaran más el estado en que se encuentran muchos trabajadores. «Se habla de que los empresarios han perdido tanto y cuanto, que las empresas están a punto de cerrar, pero igual habría que hablar también de los trabajadores, que estamos cobrando –gracias a que se ha logrado una nueva prórroga de los ERTE– el 70% de la base de cotización, pero seguimos perdiendo dinero todos los meses, y si bajáramos al 50% no podríamos llegar a final de mes. Es lógico que los empresarios traten de defender sus empresas, pero nuestra empresa es nuestro puesto de trabajo y también tenemos que defenderla. Los trabajadores estamos en una situación muy complicada, bastante complicada. Incluso cobrando el 70%, tiene que haber muchas familias que se las vean realmente mal para llegar a final de mes», afirma.

De momento, está percibiendo su prestación en tiempo y forma. En este sentido, no ha tenido problemas. «Desde el primer momento se me reconoció la nueva situación y he cobrado a mes vencido», añade. Económicamente, va capeando el temporal: «Estoy casado y tengo una hija, pero está emancipada. Sí me preocupa la situación de mi mujer, que sufre ansiedad precisamente a causa de la pandemia. Yo pienso mucho en el futuro, que no es bueno. Tengo 57 años y sé que es una edad complicada, fastidiosa, porque ya no es fácil reciclarse laboralmente. Además, sabes que las empresas tampoco quieren a gente mayor, aunque tengamos cierta experiencia y un oficio bien aprendido. El próximo 31 de enero llevaré cuarenta años cotizados, pero, si por algún motivo, tengo que jubilarme, cobraré bastante menos que una persona que tenga treinta años cotizados. En esta reforma laboral hay muchos aspectos que corregir. No es justo, por ejemplo, que solo tengan en cuenta los últimos años cotizados porque puedes haber estado trabajando toda la vida y los últimos, precisamente, en el paro». No queda otra que mirar al futuro de la manera más optimista que se pueda: «Se intenta pero es complicado. Las perspectivas no invitan a ello».

María Ángeles Peña. Antonio Tanarro

María Ángeles Peña, trabaja en el Hospital de Segovia

«Siete meses son demasiados y sigue habiendo los mismos gastos»

Cada día que pasa, María Ángeles asume un poco más que va para largo. Desde hace treinta años trabaja en la cafetería del Hospital General de Segovia, adonde no ha vuelto desde el mediodía del 16 de marzo, cuando se ordenó el cierre de la instalación. En ese momento, ni se le pasó por la cabeza que pocos días después su lugar de trabajo estaría ocupado por camas y pacientes enganchados al oxígeno. María Ángeles Peña, de 49 años, tiene desde entonces la vida enganchada a un ERTE que le está dando muchos quebraderos de cabeza. «Siete son demasiados meses, y no se ve el final. Estoy separada, tengo dos hijos, uno de 15 y otro de 18 años, y en mi casa solo entra mi sueldo. Los gastos siguen siendo los mismos, pero el salario no, porque la prestación que percibo es de 700 euros. Además, el SEPE se retrasó casi dos meses en comenzar a pagarnos, pues no empezamos a cobrar la prestación hasta mediados de mayo. Ahora, en septiembre, tampoco sé lo que ha pasado pero hay otro retraso. Acabará octubre y todavía no habremos cobrado septiembre», desvela María Ángeles, tan «enfadada» como las compañeras que están en su misma situación.

La cafetería del Hospital General tiene quince trabajadores, aunque cinco de ellos no están en ERTE completo porque la instalación abre unas horas al día para ofrecer un mínimo servicio. «A veces pensamos en si nos sacarán del ERTE a unos y meterán a otros, pero no recibimos información alguna y la incertidumbre es grande. No piensas tanto en el futuro como en el presente. La edad no ayuda, porque son 49 años y quieres tener ya una seguridad. La cabeza da muchas vueltas, precisamente porque no ves esa seguridad por ningún lado», añade.

Durante todo este tiempo parada, María Ángeles ha pensado mucho en aquellos días de marzo que tantos riesgos corrió. «Estuve expuesta al virus, como lo estuvimos todos. Es curioso, pero los días previos al estado de alarma fueron muy normales. No se percibía nada raro ni en el personal médico que bajaba a la cafetería. Sé que ahora se baja con guantes y mascarilla, y lo hace muy poca gente, pero entonces no. Hasta el último día no fuimos conscientes de lo que se nos venía encima», relata.

Mantenerse activa durante este obligado parón es un reto: «Con los chicos tengo trajín, también ayudo a mi madre, que vive cerca de mí, y a veces, cuando mi hermana y mi cuñado no pueden, cuido a mis sobrinos, que son pequeños. Tengo un perrillo que saco a pasear todos los días... Es cuestión de no pensarlo demasiado. Si encima de pagan tarde, te tiras de los pelos».

Raquel Piñuela. Antonio Tanarro

Raquel Piñuela, trabaja en la estación del Ave

«Al principio piensas que es algo pasajero, pero ves que pasa el tiempo y te agobias»

También Raquel vive en ERTE desde mediados de marzo. La cafetería de la estación Guiomar –donde trabaja– cerró, y hasta hoy, porque el negocio reabrió los meses de verano y la empresa que lo explota llamó a otros compañeros que , después, en septiembre, regresaron al ERTE. «El primer y el segundo mes piensas que va a ser algo pasajero, pero cuando ves que se va alargando, te empiezas a agobiar. Ha llegado un momento en que he decidido no ver las noticias porque son contradictorias y lo único que hacen es meter miedo. Al final no sabes si todo es 'marketing' político, si el virus está realmente ahí... Sinceramente, pensé que la pandemia se iba a gestionar de otra manera. No sé si lo mejor es pararlo todo como lo están parando», subraya.

Vivir inmersa en la incertidumbre no es aconsejable, pero no queda más remedio que acostumbrarse. «Ganas un 30% menos y si ya de por sí tienes que estirar... Es complicado. ¿Problemas para cobrar del SEPE? Los he tenido en agosto y septiembre. Ahora acabo de cobrar los dos meses juntos. La empresa me decía que era culpa del SEPE y este me remitía a la empresa, un jaleo que te pone aún más nerviosa», se queja Raquel Piñuela, que trata de adaptarse a esta situación de crisis total y vivirla con la mayor naturalidad. «A la covid no le tengo miedo. No imaginaba que esto pudiera prolongarse tanto tiempo, pero es lo que está pasando. Hago yoga y estoy tratando de disfrutar más del tiempo con mis hijas, con las que apenas convivía antes por motivos de trabajo. También hago manualidades y estoy entretenida, aunque me preocupa el empleo, claro», dice mientras recuerda el cierre de la cafetería: «Reabrieron en junio y en septiembre han vuelto a cerrar. No hay viajeros, la gente ya no se mueve, hay menos trenes, los turistas han dejado de venir... La cerraron porque era inviable».

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