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Aspecto de la Plaza Mayor ante el discurso de Franco el 20 de mayo de 1945.
Hasta el 53, una vida marcada por la escasez y el racionamiento

Hasta el 53, una vida marcada por la escasez y el racionamiento

Hasta que EEUU y el Vaticano rompieron el aislamiento internacional del Franquismo con importantes acuerdos, la vida de los españoles estuvo marcada por la escasez y el hambre

Enrique Berzal

Valladolid

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Miércoles, 22 de noviembre 2017, 18:20

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El 1 de abril de 1939 se emitía el parte que anunciaba el fin de la Guerra Civil, con la famosa frase que comenzaba: «Cautivo y desarmado el Ejército Rojo…». Precedida de la conquista de las capitales de Almería y Murcia, de Cartagena y su base naval y, sobre todo, de la toma de Madrid, la terminación del conflicto iba indisolublemente unida a la exaltación de la figura de Francisco Franco como ‘Caudillo victorioso’.

Pero el final de la guerra no trajo, sin embargo, la paz ni la reconciliación, sino la victoria impuesta por el general Franco, una victoria que pasaba por yugular todo atisbo de contestación social y política. Así pudo comprobarse en Valladolid a través de la durísima represión de postguerra y de noticias como la publicada en El Norte de Castilla el 4 de febrero de 1948, que daba cuenta de la detención de un «Comité Comunista» al que se le requisó armas y explosivos.

Eran también tiempos de hambre y escasez. Un mes y medio después de terminada la contienda, el Nuevo Estado franquista establecía la normativa que guiará el racionamiento de alimentos de primera necesidad, a causa de la penosa situación económica y material del país. El Norte de Castilla se hizo eco de la Orden del 14 de mayo de 1939, que establecía esta rigurosa medida para los productos designados por el Ministerio de Industria y Comercio. El objetivo, según el preámbulo, era asegurar el normal abastecimiento e impedir el acaparamiento de algunas mercancías, lo cual, sin embargo, sería incumplido de manera sistemática. Aparte de establecer las raciones tipo, la normativa creaba dos tipos de cartillas: una para la carne y otra para el resto de los comestibles. El racionamiento estuvo en vigor hasta 1952.

La postguerra iba a estar condicionada además por la suerte de las potencias enfrentadas en la Segunda Guerra Mundial. De hecho, aunque formalmente España no participó al lado de las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón), sí les dio apoyo militar en forma de tropas voluntarias que lucharon junto a la Alemania nazi en suelo de la Unión Soviética. Era la ‘División Azul’, enviada a principios de julio de 1941.

Por eso el devenir de la contienda, desfavorable a Alemania e Italia, llevó a Franco a realizar retoques cosméticos para lavar su cara exterior. Además de sustituir a Serrano Suñer en Exteriores y nombrar en su lugar al católico Alberto Martín Artajo, en el interior quiso dar apariencia democrática mediante la creación de las Cortes orgánicas. Creadas por Ley el 17 de julio de 1942, estas Cortes eran concebidas como un órgano de colaboración y contraste de pareceres en la elaboración de leyes, y en modo alguno fiscalizaban la acción del gobierno. Su sesión inaugural se celebró ocho meses después, el 17 de marzo de 1943, y en ella el Jefe del Estado, general Franco, incidió en el peligro del comunismo ruso para el orden internacional.

Al poco tiempo, concretamente el 13 de julio de 1945, las Cortes aprobaban por aclamación el Fuero de los Españoles, una de las ocho leyes fundamentales del Régimen. Era otra estrategia de legitimación internacional en medio de un panorama cada vez más hostil, pues aunque a través de este Fuero se daba una apariencia de Estado de Derecho, lo cierto es que no se garantizaban los derechos fundamentales y que la propia formulación de algunos de ellos era fraudulenta. Por ejemplo, la libertad de opinión de los españoles quedaba supeditada a la aceptación sin fisuras de «los principios fundamentales del Estado», siendo las jurisdicciones especiales las encargadas de definir el ataque que pudieran sufrir dichos principios fundamentales.

Con todo, el ambiente internacional no parecía decantarse del lado de la dictadura: en diciembre de 1946, la ONU acordaba la retirada de los embajadores de España, a lo que el Régimen contestó con imponentes manifestaciones de adhesión al Caudillo. La más multitudinaria, la de la Plaza de Oriente, que congregó a 700.000 personas según datos oficiales. También Valladolid «vibró de entusiasmó patriótico contra el intento de intervención extranjera en España», podía leerse en la portada de El Norte de Castilla del 10 de diciembre de 1946.

Meses más tarde, en julio de 1947, se celebraba el referéndum de la Ley de Sucesión, que declaraba al Estado español constituido en «Reino católico, social y representativo», siendo el propio Franco, expresamente declarado Jefe del Estado, el encargado de «proponer a las Cortes la persona que debía ser llamada en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente». Se regulaba así el orden sucesorio y se creaba el Consejo del Reino. La intensa propaganda, los duros rigores de la postguerra –económicos y represivos–, la debilidad de la oposición y la manipulación electoral no dejaron lugar a sorpresas. En el conjunto nacional, el ‘Sí’ triunfó con el 92,94% de los sufragios; el ‘No’ se quedó en el 4,75% y los votos nulos representaron un escueto 2,21%. La victoria del ‘Sí’ en Valladolid rebasó incluso la media nacional, pues si en la capital los 72.175 votantes que otorgaron su aprobación a la Ley representaban el 92% del censo, en la provincia, los 133.392 votos afirmativos constituían el 96,2%.

El fin del ostracismo internacional llegaría en 1953, cuando, al calor de la Guerra Fría y de los intereses estratégicos de Estados Unidos, Franco y el presidente norteamericano Eisenhower firmaban un acuerdo que, como señalaba en portada el 27 de septiembre de ese año, contenía tres convenios: defensivo, de ayuda mutua y económico: «Doscientos veintiséis millones de dólares como primera anualidad para España», destacaba este periódico. A ello habría que sumar el Concordato con el Vaticano, firmado al mes siguiente, otro importante balón de oxígeno para la dictadura y una relevante fuente de beneficios para la Iglesia católica. Ya entonces, Valladolid había comenzado su particular despegue industrial con la inauguración, en marzo de 1950, de las factorías Endasa y Nicas, que contó con la asistencia del mismísimo Franco, pero sobre todo con la creación, al año siguiente, de la fábrica de automóviles FASA, hoy Renault, gracias a la tenaz labor del teniente coronel Manuel Jiménez-Alfaro.

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