Las vallisoletanas valientes que plantaron cara al maltrato desde el siglo XVI
Un seminario de la Universidad analiza, a partir de documentos judiciales y desde una perspectiva histórica, cómo la sociedad se ha comportado ante la violencia hacia la mujer
María Muñoz, vecina de Alaejos en 1830. María Rodríguez, residente en Castronuño en 1831. Feliciana Rojo, habitante en Tierra de Campos, 1905. Teresa Morante, vecina ... de Valladolid a finales del siglo XVIII. Inés Martínez, en 1596. Todas ellas fueron víctimas de maltrato. Algunas murieron asesinadas. Sabemos sus nombres gracias a los procesos judiciales que se iniciaron contra sus parejas, contra los hombres que las violentaron o que de ellas se quisieron aprovechar. Y conocemos su existencia, además, gracias a la labor investigadora que un grupo de profesores y universitarios de la UVA ha emprendido muchas décadas después.
«El maltrato y la violencia hacia las mujeres son unos temas de vigente actualidad, pero desgraciadamente no son nuevos», asegura Alberto Corada, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Valladolid y uno de los coordinadores de 'Dar voz al silencio', seminario que esta semana ha abordado «desde el punto de vista histórico, cómo la sociedad se ha comportado ante los distintos tipos de violencia que las mujeres han sufrido a lo largo de los siglos». Porque ante situaciones de horror y maltrato, «la sociedad no ha permanecido callada ni ha hecho la vista gorda todo el tiempo», como explica Sofía Rodríguez, también profesora de la UVA y, junto a Gloria de los Ángeles Zarza, impulsora de una jornada que no solo busca «concienciar en torno a la violencia contra las mujeres», sino poner el foco en las investigaciones históricas y los proyectos de innovación docente que, desde la Universidad, se llevan a cabo sobre esta materia.
Entre los grandes referentes está Margarita Torremocha, catedrática de Historia Moderna de la UVA, quien, para empezar, deja clara una idea. «Los malos tratos seguramente se ejecutan de las mismas maneras y por los mismos motivos, pero la sociedad no los ve de la misma forma… porque aunque el maltrato pervive, las sociedades cambian». En una sociedad estamental y donde el concepto de igualdad no existe (y no existe hasta después de la Revolución Francesa), el hombre era el cabeza del hogar y «tenía la obligación de reprender a aquellos miembros de la familia que no tuvieran un comportamiento idóneo. Y eso valía tanto para los hijos como para los criados o la propia esposa. La sociedad incluso elogiaba y obligaba a esto: si la mujer es mala, el marido que no la ha corregido es culpable», explica Torremocha.
Es decir, «el maltrato, como corrección bien entendida del comportamiento de la esposa, de los hijos, estaba permitido», apunta Pilar Calvo Caballero, profesora de Historia Contemporánea. «Pero cuando la subjetividad de la mujer siente que eso es insoportable, busca ayuda, tanto en el vecindario como acudiendo a los tribunales de justicia eclesiástica o real». Es así como, gracias a unas mujeres valientes que presentaron denuncia, podemos conocer hoy, en el siglo XXI, cómo eran afrontados los casos de malos tratos ejecutados mucho tiempo atrás.
Defensa del sacramento del matrimonio
«A comienzos de la Edad Moderna, en Castilla, se implanta todo lo acordado en el Concilio de Trento. Se impone la defensa del sacramento católico del matrimonio. De tal manera que vemos discursos en los tribunales muy similares, a veces, a los que podríamos escuchar desde el púlpito. No se defiende al hombre o a la mujer, se defiende el sacramento del matrimonio», dice Torremocha. Y, por eso, «en muchos casos solo llegaban las denuncias de parte. Cuando la justicia actuaba de oficio, lo hacía porque el asunto estaba generando escándalo social. Si no, la propia justicia no actuaba». ¿Por qué? «Porque solía proceder con cierta cautela, ya que quería defender la unión sacramental. Por eso necesitaba testimonios contundentes y pruebas plenas para condenar». Tanto al hombre que cometía maltrato como a la mujer que era acusada de adúltera por su pareja. «Para la Iglesia, el pecado de adulterio existía tanto para el hombre como para la mujer. Pero, en las leyes había una clara distinción de género. Si lo cometía él era una falta. Si lo hacía ella, un delito», cuenta Torremocha, quien ha analizado numerosos procesos registrados en la Real Chancillería de Valladolid desde finales del siglo XVIII hasta primeros del siglo XIX.
Existía, por lo tanto.en ese momento, esa idea de que el hombre tenía cierto derecho a «corregir» a su mujer. «Pero cuando la mujer 'no se lo merecía' (y esto es algo que se ha seguido diciendo hasta el siglo XIX y XX), el vecindario criticaba el maltrato. Si la mujer no ha dado motivo, si ha cumplido los modelos que la propia Iglesia señala, el marido no tiene ningún derecho». «Pero en todos los casos estudiados de uxoricidio (muerte causada a la mujer por su marido), siempre aparece algún atenuante o la complicidad de los tribunales con castigo débiles, el intento de reconstruir el vínculo…», apunta Alberto Corada, quien recuerda que «cuanto más avanza el siglo XVIII, la prueba penal tiene más peso». Así, con la llegada de la Ilustración, los tribunales comenzaron a ser «más receptivos, más sensibles a las quejas de las mujeres y frente a la brutalidad», apunta Pilar Calvo, quien ha estudiado a fondo un caso muy curioso de doble maltrato.
Teresa Morante fue una mujer ciega, casada con Hermenegildo, un albañil que trabajaba para el cabildo catedralicio. El matrimonio iba bien, tienen varios hijos… pero ella notó, en un determinado momento, que él ya no era tan amable y que tal vez tenía una amante. «No sabemos quién es el lazarillo de Teresa, quien le ayuda a ver, pero le informan de que Hermenegildo se cita con Joaquina Barba, una mujer que vive en la Rúa Oscura y que, según sabe todo el vecindario, tiene tratos adúlteros con varios hombres. Entre ellos, Hermenegildo». Ante esta situación, Teresa cuenta lo que le ocurre al vicario y este amenaza al marido con despedirlo. La respuesta de él es tomarla con la mujer y pegarla. Ella acude a la Real Chancillería para denunciar al marido y él, por celos, apuñala a Joaquina por tener otros amantes aparte de él». Este caso, explica la profesora Calvo, es relevante para ver cómo «los vecinos y la familia son claves para resolver o para perpetuar la conflictividad conyugal». El apoyo de los más cercanos, entonces como ahora, es fundamental ante los casos de violencia y maltrato. No es posible mirar hacia otro lado. Y además, subraya Calvo, es importantísimo rescatar los casos de todas esas mujeres que «con su riesgo defendieron ante los tribunales su razón».
Durante el seminario celebrado en la Facultad de Filosofía y Letras, también se presentaron otras investigaciones, como la llevada a cabo por Jesús Ángel Redondo, quien ha analizado la documentación judicial que habla de casos de violencia contra la mujer en la sociedad rural de Tierra de Campos, desde 1900 a 1923. Hay 23 sentencias criminales de violencia sexual y se aprecia una falta de denuncias «porque la mentalidad de la sociedad a principios del siglo XX todavía culpabilizaba a las víctimas y las disuadía de denunciar porque quedaban estigmatizadas». En todo caso, es posible ver cómo muchos casos son de jóvenes que ejercían la violencia contra la mujer en su primer encuentro sexual.
Sandra Bertolini se fijó en los casos de violencia estudiantil cometidos en Valladolid durante el siglo XVI. «Y hay que tener en cuenta que solo se constatan los casos llevados ante el tribunal, por lo que no tenemos una perspectiva total». Aún así, hay constancia de numerosos casos de estupro, en los que un hombre engañaba a una mujer para tener relaciones sexuales y luego abandonarla. Este uso del engaño invalidaba el consentimiento… y por eso era importante que la ley ofreciera la posibilidad de compensación a la mujer frente a la afrenta sufrida.
El seminario, celebrado este año por primera vez, «responde a la necesidad de dar a conocer cómo la sociedad se ha comportado ante la violencia sufrida por las mujeres desde una perspectiva histórica que permita entender los cambios en su percepción, en las normas locales que la han sancionado y en cómo las propias mujeres han sido capaces de generar un discurso de denuncia a través de sus testimonios». La Universidad de Valladolid inició hace casi dos décadas este tipo de estudios históricos y forma parte relevante de un grupo de 16 investigadores que abordan estos asuntos en universidades de Salamanca, Lisboa (Portugal), Lorena (Francia) y Rosario (Argentina).
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