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María Loreto y Luis, en el patio de su vivienda. Gabriel Villamil
«Supe que necesitaba a alguien el día que me caí en la ducha»

«Supe que necesitaba a alguien el día que me caí en la ducha»

Luis Martín, usuario de la ayuda de asistencia a domicilio

Víctor Vela

Valladolid

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Martes, 10 de abril 2018, 13:40

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Dos caídas han marcado la vida de Luis Martín (Portillo, 1930). La primera ocurrió cuando apenas tenía 32 años y, milagro, volvió a nacer. Trabajaba en la obra, subido a un andamio del bloque entre San Ildefonso con el paseo de Zorrilla. Quinto piso. Los pies enredados en una cuerda que se tensó por un camión que, allí abajo, echó a andar. Luis cayó al vacío. Se rompió las piernas. Las dos. Pasó un año entero en el hospital hasta que los huesos soldaron. «Cuando me dieron el alta, tuvieron que tirar el colchón», recuerda un hombre que a fuerza de voluntad y rehabilitación ha vuelto a andar. Aunque nada desde entonces ya fue igual.

La segunda caída es de hace tres años. En la ducha de casa. Una tontería comparada con un quinto piso del paseo de Zorrilla. Pero le pilló con 85 años. Cuenta su mujer, María Loreto San Mamés (1932), que el susto de aquel día en el baño fue tremendo. «Yo no tenía fuerzas para levantarlo», recuerda María Loreto, operada de la rodilla derecha, «la otra no muy allá». Luis dice que, como pudo, se arrastró al lavabo para tener algo en lo que apoyarse y poderse levantar. Su hijo estaba entonces destinado por trabajo en Castellón. Aquello no podía volver a suceder.

«Tenía a mi hermana ingresada en el hospital», cuenta Loreto, «y cuando le fui a visitar y le conté lo que nos había pasado, la compañera de habitación nos comentó que fuéramos a la asistenta social, que le comentáramos la situación, que podía venir alguien a casa para echarnos una mano». Apenas unos días después, completada la valoración, Vanesa, la coordinadora del servicio, les informaba de que alguien se acercaría por su hogar cuatro horas a la semana, tres días. «Yo me valgo para hacer la comida, para limpiar la casa por encima, para planchar (aunque lo tengo que hacer aquí sentada)», dice Loreto, mientras señala una mesa camilla del salón, sobre la que descansa un cuadernillo de sopas de letras. «Pero no puedo limpiar los cristales, las ventanas, cambiar las sábanas, los azulejos». De eso se encarga la auxiliar de la ayuda a domicilio, quien también echa una mano con la ducha.

Luis es uno de los usuarios de un servicio que presta atención personal a 2.483 beneficiarios. Hay también 771 que reciben el servicio de limpieza y 479, la comida a domicilio (algunas personas precisan de las tres prestaciones). El pago se efectúa en función de la renta familiar. «Y la pensión tampoco da para mucho», cuentan quienes durante años tuvieron una tienda de alimentación en la plaza de las Batallas. «Hay gente que a lo mejor no quiere, que dice que se vale, que está mejor sola en casa, pero nosotros hicimos muy bien cuando nos apuntamos», cuentan Luis y María Loreto, mientras lanzan una petición. «Los coches van demasiado rápido por las calles de las Batallas y aparcan por todas partes... Póngalo en el periódico, póngalo».

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