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Gabriel hace todas las tareas de su casa, en Muriel de Zapardiel. Gabriel Villamil

26.478 mayores de 65 años viven solos en Valladolid, el 23% de la tercera edad de la provincia

El Instituto Nacional de Estadística prevé que esta cifra aumente en casi 12.000 en una proyección hasta 2031

Ana Santiago

Valladolid

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Domingo, 18 de noviembre 2018, 09:08

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El envejecimiento encuentra cada vez más compañía en la soledad. Aislamiento, abandono, tristeza y hasta desesperación llenan las horas de las, cada vez más, personas a las que los años les han cambiado el ruido de los hijos, las fiestas con los padres y hermanos, los viajes y el paseo con la pareja por un silencio que ha conquistado la casa y sus rincones. La añoranza invade sus días, los recuerdos persiguen sus pasos y la noche se llena de fantasmas. No siempre es una opción rechazada, en ocasiones es una elección de vida; pero lo más frecuente es que la desaparecida juventud se haya llevado consigo la compañía sin pedir ningún permiso.

Aumenta la soledad a la par que lo hace la supervivencia y cada vez hay más mayores, incluso ancianos, que se defienden solos tanto en la ciudad como en los pueblos. El 23% de los mayores de 65 años y el 34% de los que suman más de 85 viven solos en Castilla y León, un 4% más que hace cuatro años y la proyección de Instituto Nacional de Estadística es de que, en 2031, el porcentaje alcance al 33,2%. La provincia vallisoletana, la más joven por otra parte de la comunidad, registra actualmente 26.478 mayores que viven solos y alcanzará los 38.220 en algo más de un decenio. La soledad tiene muchos nombres, enormes historias. Muchas más viudas que viudos, cinco veces más, y también más hombres solteros o divorciados que mujeres, el doble en este caso y, en cambio, la soltería es algo más frecuente en ellos. Datos, tal vez, que indican que los hombres buscan más renovar la compañía cuando la pierden y por eso, junto con que la mayor esperanza de vida es de las mujeres, la soledad se escribe en femenino en el 72% de los casos.

Las ciudades ofrecen más recursos institucionales, las zonas rurales unos vecinos más cercanos, capaces de acercar más calor; pero la soledad hace grietas donde se instala.

El aislamiento tiene muchos nombres, también el de Adela o el de Gabriel. Castronuño, una localidad con 871 habitantes de padrón –muchos menos en un día de otoño– es el pueblo de Adela García Diez, en él nació, y a él volvió. A sus 76 años, y pese a tener a sus tres hijos en Alemania y ser viuda desde hace siete años ha podido, y sabido, acomodarse a una vida en un hogar que solo ella llena. Ella, y las fotografías de sus dos chicos y una hija, además de su nieta y sus recuerdos.

A Gabriel, en cambio, en el más pequeño Muriel de Zapardiel –de 140 vecinos empadronados– y pese a haber sido siempre soltero, a sus 73 años le pesan más las añoranzas. Su familia, su numerosa familia de ocho hermanos además de sus padres ya ha perdido a cinco de sus miembros y los sonidos de su vida han cambiado hasta emocionarle su soledad y ahogarle en sus malos ratos.

El 44% de los usuarios de teleasistencia y ayuda a domicilio está solo en su hogar

En Valladolid hay 5.687 usuarios de la teleasistencia y el 49% vive solo y de los 5.412 personas que optaron por la ayuda a domicilio, solo el 60% tiene compañía en su hogar, según los datos de al Consejería de Familia. Son dos soportes, junto a otros programas, que amparan la vida en soledad. Esta última prestación ha tenido un considerable despliegue en los últimos años; ya que, en 2014, había solo 2.444 usuarios. En respuesta al fuerte peso de la soledad en la vejez, la Junta ha impulsado diversas medidas al respecto además de las dos citadas con una reducción del copago en ambas. La propuesta es que la ayuda a domicilio sea gratuita a partir de este año para las personas con renta inferior a 570 euros al mes y, en el horizonte del año 2020, la aplicación progresiva de la gratuidad para las personas que viven solas y tienen una renta inferior a 700 euros y la reducción del precio en un 20% de media para las personas que están solas y que tienen rentas medias o bajas, aspectos que se negociarán con las corporaciones locales. En cuanto a la teleasistencia, el proyecto es el de incrementar el porcentaje de usuarios con acceso gratuito y la reducción progresiva del copago en un 20%, según destacan fuentes de Familia.

Los multiservicios son otra apuesta para paliar la soledad dado que permiten seguir en casa pero con apoyos o disfrute de servicios del entorno. Quince pueblos, además de la capital, disfrutan en Valladolid de estos centros con 83 servicios prestados. Y un proyecto todavía en pilotaje en Ávila pero que se extenderá por toda la comunidad es el de 'A gusto en mi casa? que busca prestar en el propio domicilio los apoyos sociales y sanitarios necesarios.

Ambos tienen hermanos y amigos que alivian la incomunicación, un cierto desamparo; pero mientras Adela, pese a haber tenido una vida que le dio la oportunidad de crear su propia familia y al fallecimiento prematuro de su marido hace siete años, ha conseguido encontrarse «a gusto viviendo sola», a Gabriel le duele más la soledad y ello, a pesar de que sus hermanos viven en el mismo pueblo, en el cercano Salvador o en Viana de Cega, la única chica.

Ambos encuentran entre sus vecinos compañía, cierran cada día la puerta de su casa en busca de un contacto que sí encuentran. Ambos pueden llenar de campo su mirada y de aire fresco sus paseos en la tranquilidad que regalan los pueblos. La ciudad es más hostil. Y los dos participan en aulas y actividades que organizan la Diputación o la Federación de Jubilados, al menos cuando las hay, como gimnasia o charlas.

Adela insiste en que «procuro no encerrarme en casa para evitar que me entre angustia, busco el contacto con la gente». Y así esta mujer de intensos ojos verdes, que ha vivido por cuestiones laborales de su marido 43 años en Alemania –por eso sus hijos han hecho allí sus vidas– ; ahora llena sus días entre ocuparse de la casa, la compra, la cocina y mucha, mucha lectura, algo de televisión, una radio que le repasa lo que pasa por el mundo y música, desde boleros a la clásica. Pasó la niñez y la juventud en Castronuño, hasta que se casó, pero cada año volvía tras los pasos de la infancia y la familia. Después, la jubilación permitió al matrimonio vivir la mitad del año en cada país y fue en los meses de primavera y verano cuando recalaba en Castronuño, en busca de ese paisaje único del embalse de San José y de la reserva natural, de los hermanos y los reencuentros, hasta que su pareja enfermó y falleció. Las dudas fueron todas para Adela, pero decidió quedarse en su casa, cerca de sus amistades y de sus hermanos.

Gabriel Moreno de la Fuente es de Muriel «de toda la vida», nació y vivió y lo hará hasta el final «salvo que no pueda valerme y tenga que ir a una residencia; pero tengo miedo porque no sé si podré pagármela si la necesito». Las muchas enfermedades y una importante dolencia de cadera (coxalgia) no solo le han dejado desde los 20 años una marcada cojera sino la imposibilidad de estudiar y prácticamente de trabajar por lo que su juventud transcurrió bajo los cuidados de su madre. Año y medio con un escayola, complicaciones posteriores por lo mismo, «con diviesos que no cerraban, quistes... varias operaciones y viajes a Madrid. Al abrir el Clínico en Valladolid al menos no tuve que volver, me dieron el alta»; aunque cojo para siempre y con un aparato en el pie para poder andar. Y vaya si lo hace, porque el caminar de Gabriel es rápido y con empeño, diaria una larga caminata –aunque haga mal tiempo– y nada le impide ocuparse de sus ocho gallinas, matar de vez en cuando un gallo de corral «que está sabrosísimo. Yo me encargo de todo, lo mato, lo desplumo y me lo preparo» o ocuparse de un pequeño huerto con tomates, cebollas y pimientos además de del jardín de rosales que recibe en la entrada de su casa. Él se limpia una casa en la que no asoma ni polvo ni desorden.

También Adela es de paseo diario, muchas veces acompañada y también su intención es «vivir aquí siempre, no pienso mucho en el mañana. A veces veo las escaleras de casa y me preocupan un poco por si algún día son un obstáculo; pero no pienso mucho porque nunca se sabe lo que la vida te traerá; ya se solucionará». Y con un carácter que aparta estorbos emocionales, Adela, que lleva ya 28 años en la misma casa, asegura que, en realidad «no me encuentro sola. Hay mucho que hacer en el pueblo, no te aburres, tengo mucho contacto con mis hijos, mucha paz y me valgo perfectamente sola, de momento». Adela solo cuenta con la ayuda de la teleasistencia; aunque «el botón me olvido de colgármelo mucho. Sí, lo sé, lo sé... tengo que llevarlo siempre».

Gabriel no cuenta con ningún tipo de apoyo de momento y resuelve su vida con una pensión de 656 euros que no admiten imprevistos. Él cuido durante los últimos años de su vida a sus padres, que murieron con solo medio año de diferencia. «Mi madre se dejó ir, se negaba a comer cuando murió mi padre, no quería vivir», recuerda y repasa también la muerte muy prematura de tres hermanos, el trasplante de corazón de otro y su propia intervención para quitarle un riñón además de haber superado un infarto. Sus padres murieron hace 25 años, con 89 y 88 años y durante algún tiempo compartió días y casa con un hermano soltero; pero hace 14 años que también falleció. Gabriel se hace paella los domingos y compra a Javi el pescado que trae en la furgoneta desde Arévalo, también viaja con otros jubilados a Salou o Benidorm y a Galicia; pero Muriel ya no tiene bar ni centro para jubilados y para jugar la partida tiene que irse al pueblo de al lado. Le hubiera gustado casarse, «ya lo creo; pero como mantener una familia sin trabajo. Tuve novia pero lo dejamos. Me llevo bien con ella y su marido que viven en el pueblo».

Gabriel reconoce que la soledad lo abruma en ocasiones. El día da luz a sus pensamientos y la rutina de barrer, cocinar, recorrer las calles de un pueblo que le enorgullece «sobre todo la plaza y la iglesia con la torre separada, es única» le regala optimismo; pero las noches le traen los recuerdos y la memoria rebusca en la nostalgia . Entonces llega el miedo, «miedo sí tengo, la verdad, ante cualquier ruido, el temor a que vengan a robar aunque nada tengo y el pueblo es tranquilo; pero pasan tantas cosas». Y con miedo se duerme.

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