Saturnina, 103 años de vida entre carcajadas y costuras
La foto de mi vida ·
La vecina de Torrelobatón, que pasa el invierno en La Rondilla, tiene una receta imbatible: «Los malos ratos hay que pasarlos sola; si estás con los demás, no hay por qué amargarles»Entre una carcajada y la siguiente, en medio de una conversación trabada por los problemas de oído, Saturnina Díez González (Torrelobatón, 1916) imparte lecciones de ... vida, pronuncia frases sabias que se asoman a la charla como guarnición para tan buen humor. «Los malos ratos hay que pasarlos cuando estás sola. Si estás con los demás, no hay por qué amargarles la vida». Lo dice Satur ahora que ya ha cumplido los 103 años y que, como asegura, no tiene intención alguna de morirse. ¿Para qué, si viva se está tan bien? «Yo lo que quiero es que, cuando vaya al cementerio y la gente se de una vuelta por allí, no haya una lápida con más edad que la mía».
Habla Satur en torno a una mesa camilla, en la casa de La Rondilla en la que pasa los meses más fríos del invierno mesetario.En las manos, un ganchillo de labor. Sobre el cristal, una pizarra y rotulador rojo con el que le escribe su hija Julia («no sabes lo que sufro por no oír»). A su lado, una foto, blanco y negro, la mano en la mejilla, de hace más de 80 años.
«Yo debía tener 18 o así. Me la hicieron en Valladolid. En Fructuoso Bariego, que era un fotógrafo que estaba en los soportales de Fuente Dorada» (en el número 28). Era Bariego en aquellos años, durante el primer tercio del sigloXX, uno de los retratistas más famosos de Valladolid. Inmortalizó la visita del rey Alfonso XIII con motivo de la inauguración de la Academia de Caballería. Fue fotógrafo oficial del Arzobispado durante la Segunda República. Y miles de vallisoletanos posaron para el objetivo de su cámara. Entre ellos, Saturnina, que aprovechó una de sus escasas visitas a la capital para hacerse la foto. «A la ciudad solo se venía a comprar vestidos para la fiesta, por Pentecostés. Yo tenía 18, que fue cuando empecé a estudiar confección, el corte con una modista». Su maestra era doñaHerminia, una mujer que ofrecía clases en Villasexmir, a tres kilómetros de Torrelobatón.«Iba a clase, con unas amigas, todos los días a pie y andando».
Antes, estudió con doña Petra en las escuelas del pueblo. «Me gustaba mucho escribir. De cuentas iba un poco fatal», dice, al tiempo que recuerda a María y Angelita, sus mejores compañeras de juego: la comba y el areo (que es como en el pueblo llaman a la rayuela). «Te voy a decir una cosa, pero no lo escribas, ¿eh? No lo escribas», bromea:«En mi época íbamos un día a la escuela y faltábamos ciento. En principio nos salíamos al cumplir los 13, pero antes ya faltábamos mucho porque teníamos que ayudar al trabajo de casa. En las tierras. Cogía el azadón y a ayudar a mi padre, que tenía mucha hortaliza.Patatas, alubias, cebolla sobre todo. Mucho repollo. Y eso era lo que casi siempre comíamos en casa, lo que sembrábamos». Hay un silencio. Satur levanta la mirada y sentencia: «Se vive mejor ahora. Es una pena haber nacido tan pronto. Ahora se vive como Dios. Se trabaja menos y se come mejor».
Saturnina se quedó huérfana muy joven. Su madre falleció cuando ella tenía siete años. Su hermana Bernarda, tres menos.«Murió en el parto. Y el niño que venía de camino, también. Yo me acuerdo de aquel día, de haber visto al bebé muerto encima de la cama de casa, que es donde mi madre dio a luz y se murió». Su padre, Benigno, se casó dos años después con una hermana de su primera mujer (la madre de Satur). Juntos, tuvieron tres hijos más, «que son hermanos y primos a la vez:Julia, Nieves y Nino, que es más joven que mis hijos».
En la crianza de Satur tuvo mucho que decir su abuela María Nieves. «Tenía en casa un horno que era donde iba mucha gente a hacer las pastas, las pelusas, que son un bollo blanco». Recuerda Satur otras incomodidades de la época, como tener que acercarse al río, con la banquilla y la pozaleta, para hacer la colada. «Los domingos preparábamos el jabón en la artesa y los lunes (bueno, y los jueves, los martes...) nos íbamos al Hornija a lavar».
Recuerda Satur que con 14 años empezó «a tontear» con Teófilo Gordoncillo, también vecino de Torrelobatón, con quien comenzó a salir después de que le invitara a bailar un día de verbena en el pueblo. «Antes eran los chicos los que iban a buscarte. Empezamos a bailar, siguió la amistad... Y nos casamos». En mayo de 1940. Después de la iglesia, «comida con los familiares y amigos en casa».
Estuvieron casados 58 años, hasta que Teófilo falleció en 1998. Y juntos se convirtieron en una institución en los montes Torozos, ya que su casa, en los soportales de la plaza de Torrelobatón, se convirtió en parada obligada para los habitantes de la zona que querían ponerse guapos. Él era sastre. Ella, costurera. Juntos vistieron a cientos de vecinos (de Castrodeza, San Pelayo, Villasexmir...), que confiaban en las buenas manos de Teófilo y Satur para confiarles sus ropas nuevas y los arreglos, sus abrigos y vestidos. Satur tenía además una mano fantástica. Nunca le hizo falta sacar patrones. Cortaba y cosía a ojo.Y jamás se equivocaba.
Entre los encargos que le hicieron, coser las banderas y estandartes para el rodaje de la película 'El Cid', protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren. «Todos los chicos del pueblo trabajaron en el rodaje. Les vestían de época. Les decían que corrieran de aquí para allá mientras les grababan y les daban cien pesetas al día». En su casa, fueron sus tres hijos:Julia, Jesús y Begoña. Con lo que ganaron con 'El Cid' arreglaron la fachada de su casa. Y eso que hubo triquiñuelas. Como la de Teófilo, el padre de familia.
«Mi marido se vestía por la mañana, hacía como que iba a ir de extra, pero luego se quedaba en casa trabajando y, al final del día, se iba a cobrar», sonríe Satur, quien recuerda, eso sí, que a ella no le pagaron por las banderas. «Me dieron unos carretes de hilo y listo». Delante de la aguja, el dedal y la máquina de coser se pasó Satur horas y horas. Enviaba a su hija Julia, la mayor, a Valladolid en el coche de línea para adquirir las telas, los botones, los cuellos de pieles que adquiría, sobre todo, en Almacenes Olmedo, en el 24 bis de la calleSantiago. El gen de la confección ha continuado en la familia, ya que su hijo también se dedicó al oficio y hasta su jubilación tuvo la sastrería Gordoncillo, en la calle Góngora, en La Rondilla.
«Cuando eres joven y tienes trabajo es muy difícil no ser feliz.Luego ya es cuando te haces mayor, te vuelves una pasa y te vienen los achaques. Ojalá que más gente cumpla los cien años. Pero voy a decir una cosa:cuando llegas a los 80, ya verás que vas perdiendo, que te va fallando algo». Y eso que Satur se sabe una privilegiada. Cuando con 101 fue al médico por piedras en la vesícula, apenas tenían allí historial suyo. «Lo peor es el oído. No oír.Pero por lo demás... Como de todo, aunque poca grasa, porque también hay que cuidarse». Reconoce que no le gusta quedarse sola en casa, que agradece toda compañía, y por eso espera cada año la llegada del verano, para regresar a Torrelobatón y disfrutar en su casa de toda la vida.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión