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Villabrágima rinde homenaje a Teresa Mancho Cuadrado por sus 93 años como chivarraEl reconocimiento a las personas mayores debería ser una constante en la vida de las sociedades como signo de gratitud a los hombres y mujeres ... que han dado posibilidad a todo lo que sucede en la actualidad. Algo que lleva haciendo desde hace años la localidad de Villabrágima en el último día de sus fiestas patronales de la Santa Cruz en un acto organizado por la Asociación de Jubilados El Arco y el Ayuntamiento chivarro que el presente año tuvo lugar este lunes con un sentido homenaje que recibió la vecina Teresa Mancho Cuadrado, en unas fiestas en las que, en feliz coincidencia, su nieto Víctor Hugo Martín ha sido el flamante pregonero, para recordar con emoción que «en tiempos de la matanza, mi abuela Tere nos dejaba meter la carne en la picadora y dar vueltas a la manivela mientras ella iba atando los chorizos».
A media tarde, al ritmo del pasodoble tocado por una charanga, Teresa Mancho encabezó una comitiva que, junto a familiares, reina y damas de las fiestas, autoridades y vecinos, llegó desde la plaza del Palacio hasta la Casa de Cultura, donde tuvo lugar el homenaje, que inició el alcalde, Víctor Arce, manifestando que las personas mayores «sois unos pilares fundamentales de la sociedad, nos apoyáis, nos dais consejos», añadiendo que «nos gustaría teneros muchos años con nosotros». Por su parte, Lourdes Pérez, de la Asociación de Jubilados El Arco, destacó que «las personas mayores sois pilares de sabiduría», a la vez que dio las gracias a Tere «por estar con nosotros».
María Edesia Caballero Mancho, hija de la homenajeada, fue la encargada de expresar la felicitación «por continuar, fiesta tras fiesta y ya desde hace un considerable número de años, con este reconocimiento a las personas mayores». Además hizo ver que en la sociedad actual, tan distinta a la de su madre y su generación, cuando de niñas, de jóvenes y también de casadas, recorrían las calles, bailaban en la plaza o compraban en sus diferentes comercios o tiendas de ultramarinos, «la vejez tiende a ser apartada en vez de ser escuchada», por eso aseguró que es de agradecer que, en unas fiestas patronales como son estas de la Santa Cruz, «haya un momento para las personas que han constituido los pilares de la sociedad y que, como todo lo finito, han llegado a la plenitud de la vida con flaqueza en las fuerzas, pero no en el deseo de ser oídas y atendidas». Un agradecimiento que se hace aún mayor, si cabe, «al ser mi madre, Teresa, quien es homenajeada».
No dejó la hija de Teresa de recordar el dolor de su madre al tener que aprender desde niña a vivir sin padre «por una guerra incivil que tanto daño causó». Un sufrimiento que «se acopla en el alma sin poder salir ni olvidar y que le hizo ser una mujer firme en su forma de hacer y de actuar». En este sentido señaló su terquedad, «sin que dé su brazo a torcer, porque siempre ha pensado que jamás nadie le podría ver como vencida, después de lo que le ocurrió a su padre Atanasio Mancho». Por todo ello, agradeció «esta visibilidad que hoy se da a su persona, aunque por desgracia su marido, mi padre, Víctor, ya no esté, al igual que no están presentes por los motivos que sean otras personas de su edad o mayores que ella».
Además, manifestó la necesidad de vivir el tiempo presente y participar en las actividades socioculturales: leer, viajar si es posible, «gustar y degustar del vivir, no perder el tren de la existencia», y seguir facilitando, aunque sea de la forma que sea, «todo nuestro bagaje y conocimientos a los demás, porque, en definitiva, eso es lo que nos hace ser felices». El cantante Juan Manuel Hurtado puso el mejor ambiente festivo con un homenaje a Manolo Escobar.
Teresa Mancho Cuadrado nació en Villabrágima en 1931 dentro de una familia humilde. Con 93 años, toda su vida ha estado marcada por la muerte de su padre, Atanasio Mancho, asesinado en la Guerra Civil cuando ella tenía cinco años. A los diez años tuvo que abandonar la escuela para convertirse en cuidadora de niño, que se conocía como rolla, en un trabajo que llevó a cabo hasta que se casó, a los veinticuatro años, con Víctor Caballero.
Cuando todos los años el uno de noviembre coloca unas flores en la tumba colectiva en la que están los restos de su padre, al depositarlas, Tere repite siempre lo mismo: «Ojalá que nuestros hijos y nietos no pasen lo que nosotros hemos tenido que pasar, que estas heridas tan profundas se cicatricen y que nadie, por nada del mundo, las alimente». Es la misma Tere que todos los días de su vida, y desde que su padre desapareció, sigue imaginando que al volver una esquina de nuevo se va a encontrar con él.
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