Incluso los que estamos más o menos familiarizados con el mundo de la imprenta, creíamos que desde que Salvat Editores dejó de vender enciclopedias por fascículos y el libro electrónico amenazó con arrinconar al de papel, los encuadernadores eran una especie a extinguir. Es más: hasta ayer mismo creía que no quedaba ninguno ejerciendo, y si hubiera tenido necesidad de poner en bonito algún texto no sabría adónde dirigirme, porque las imprentas conocidas o han cerrado o se han convertido en un hotel, como sucedió con mi preferida, Gráficas Andrés Martín, en la calle Paraíso.
Por eso me sorprendió que Pedro Cuadrado Calvo, el protagonista involuntario de este rincón, siguiera dedicando toda su ciencia a la encuadernación y reparación de libros en la Universidad de Valladolid. El finado, desde su despacho-taller de la Facultad de Filosofía y Letras, se encargaba de una tarea poco conocida pero indispensable para una administración que maneja miles de tesis y textos que alguien tiene que preparar para que duren y puedan encontrarse en sus anaqueles.
Pero este artesano no solo dejó libros bien encuadernados, sino montones de amigos que lo dibujan como un hombre risueño incluso cuando supo que padecía un cáncer terminal. Un artista que saludaba a Carlos Barrena, el fotógrafo oficial de la Universidad, con un cariñoso «¡Hombre, Fellini!, ¿qué tal estas?».
Pedro, el Encuadernador del eterno sombrero, se ha marchado sin hacer ruido y sin dejar, que se sepa, dos guías: una para salvar libros, y otra para alegrar el día a día de sus compañeros y amigos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.