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Mauro del Olmo, Maurín. EL NORTE
Maurín, siempre ahí
Obituario

Maurín, siempre ahí

Mauro del Olmo Guadarrama, administrativo del Ayuntamiento de Montemayor de Pililla y de la Hermandad de Labradores

a. garcía simón

Valladolid

Jueves, 28 de marzo 2019, 07:40

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El pasado 21 de marzo murió en Valladolid, a los 76 años, Mauro del Olmo Guadarrama; en su pueblo, Montemayor de Pililla, y toda su comarca pinariega, más conocido, de toda la vida, como Maurín. Su muerte nos priva de uno de esos raros ejemplos que, en la sociedad rural castellana, cierran los ciclos seculares, pasando definitivamente a la historia o al olvido. Pero cuando la trayectoria personal y el ejemplo de vida son auténticos, la figura que los encarnó prevalece en la memoria de quienes le conocieron y trataron, y su comportamiento se engrandece o aquilata en el recuerdo.

Ese es el caso de Maurín, una referencia indeleble en su pueblo y en las localidades comarcanas, donde durante muchos años llevó a cabo las labores administrativas con una eficacia que solo ahora, en tiempos de disolución, emergen como las virtudes antiguas. Durante largos años, especialmente durante el franquismo y las décadas de la Transición, Maurín fue en Montemayor el secretario de facto de su Ayuntamiento y el más eficiente administrador de la Hermandad de Labradores, verdadera piedra angular de su existencia y funcionamiento.

Una presencia de normalidad y concordia imprescindibles en todo cuanto intervenía y, desde luego, de resolución en el arduo e intrincado mundo del papeleo político-administrativo. Pero su capacidad y trabajo no se limitaron solo al mundillo administrativo oficial, sino que, con una generosidad que ahora, tras su muerte, emerge en toda su grandeza, la hizo extensible al común de las gentes, ayudando a pequeños y grandes, hombres y mujeres, familias y pequeñas sociedades, que durante muchos años requirieron su ayuda en el tenebroso mundo burocrático y judicial, tan ajeno para aquella sojuzgada y ya fenecida sociedad rural.

Hombre de profundas convicciones, de valores impregnados de tradición y moderación, nunca pidió nada a cambio de su generoso comportamiento y sus favores, verdadera solidaridad social; ni discriminó jamás a nadie por su condición social o ideológica. Como su inteligente ironía, su proceder fue siempre de una elegancia contenida, de una sobriedad callada, de un perfil sencillo y aquietado; de una vida sin afectación, comedida, de una naturalidad como el fluir de la vida misma. Creo que siempre buscó ese equilibrio personal que en los pequeños-grandes hombres se muestra en esa forma de respeto que, al final, acaba favoreciendo a los otros.

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