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Dice Marcos Restegui (Santander, 1955) que si por él fuera, seguiría a pie de mostrador. Con 70 años y ese espíritu jovial que transmite en ... la conversación, aún mantiene intacta su ilusión por una profesión, la de comerciante, que aprendió de su suegro, Luis Tremiño Alonso, y que ha situado a su boutique, en el número 1 de la céntrica calle Claudio Moyano, como un referente de la moda femenina más exclusiva durante cuarenta años. Pero la salud le ha dado un susto de los de verdad. Una operación a corazón abierto, que se ha saldado con tres 'by-pass' en su pecho, ha sido el aviso definitivo para tomar la decisión de frenar. Se puede decir que lo suyo es una jubilación forzosa.
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«Los médicos me lo dejaron muy claro: 'tienes que parar ya'», recuerda este viajero impenitente, que ha recorrido las principales ciudades del mundo para traer a su negocio las últimas tendencias para vestir a la mujer. Milán, Roma o Nueva York han sido escalas continuas en esa búsqueda, además de acudir a las principales pasarelas nacionales e internacionales. «La verdad es que para mí trabajar ha sido un placer», reconoce este hombre, que no deja de sonreír en ningún momento.
En los escaparates de esta tienda que alquiló en octubre de 1985 y que antes habían ocupado la confitería Burgueño y luego el comercio de complementos Arnés, se anuncia ahora la liquidación por cierre, una clausura que se formalizará en pocos meses cuando dé salida al género que todavía lucen los percheros y estantes de este local de 180 metros cuadrados, plagado prendas y complementos de las grandes firmas con la que ha trabajado siempre.
«He tenido fama de caro, pero lo que he intentado es traer artículos exquisitos, la máxima calidad al mejor precio», explica. Versace, Armani, Korks, Vuitton... «Calidad en el diseño y exclusividad en la mercancía, esos caprichos que a todos nos gustan», resume. Y esa propuesta ha tenido éxito, como lo acreditan cuatro décadas de ventas.
Este chico del Sardinero, hijo del que fue el pionero en la exhibición de cine en la capital cántabra y dueño de salas como el Capitol o Los Ángeles, entre otras, se fue a Bilbao a estudiar Económicas en la Facultad de Sarriko. Por entonces, ni se le pasaba por la cabeza que terminaría como propietario de una tienda. Fue el amor el que le trajo a Valladolid. Se prendó de Lola Tremiño en su ciudad y la siguió a la capital castellana. Corría el año 1981. El padre de su novia fue el que le introdujo en el negocio. Primero, echando una mano en la distribución de relojes al por mayor y luego aprendiendo las herramientas básicas del oficio: importación, exportación, gestión...
«Me encantaba el trato con la gente y me decidí a montar mi propio punto de venta. Como íbamos a ferias internacionales, la primera idea fue una tienda de bisutería de calidad, pero un amigo de Santander, Lucio Herrezuelo, que era comercial de confección de piel para mujer, me enseñó el género y empecé con la peletería», rememora. «La primera vez puse solo un perchero con 14 prendas, porque no tenía dinero para comprar más género y las vendí enseguida», relata. Esa fue la señal para confirmar que no se le daban nada mal un oficio que ama.
El «boca a boca» y su forma de ser, atenta y detallista, le ayudaron a consolidarse. Cuenta que cuando era joven su padre le regaló un mechero Dupont. Un día, al encender un pitillo, dejó de funcionar. «Lo llevé a una tienda muy conocida de Santander y cuando fui a recogerlo no me cobraron el arreglo, porque había sido cosa de poco, pero a mí me impresionó; digamos que esos detalles son los que marcan, los que fidelizan», subraya. Y esa ha sido su máxima y la de su personal, Chus y Pilar, dos grandes profesionales que han contribuido a culminar con éxito esta aventura. «Siempre con una sonrisa, con educación y cuidando al cliente», incide.
Contar con una nómina de compradores tan fiel es un orgullo para Marcos, muchos de aquí, pero otros tantos de fuera, en especial de Madrid. «Quiero agradecer a Valladolid todo su afecto, su entrega y cariño, he tenido la suerte de que muchos clientes se han convertido en amigos y ha sido un trato muy entrañable; dicen que los castellanos y los santanderinos somos fríos, pero no es así, esta es una tierra muy cálida», valora.
Se despide este referente en moda femenina de «la plaza» vallisoletana con una anécdota que no quiere dejar pasar. «Tengo una clienta de 97 años que está genial y que sigue escribiendo la carta a los Reyes Magos; siempre pide que le compren algo en Marcos Restegui», relata ufano. Y él le ha devuelto la misiva, como si fuera la de un mago de oriente, para dar las gracias por esa amistad y confianza e incluir, además, un regalo de parte de la casa.
¿Y ahora qué, si encima las ganas de trabajar no se le han pasado? «Supuestamente a descansar, porque me dicen que tengo que hacerlo, que no me debo someter a ciertas tensiones. No sé, Dios proveerá, pero no creo que me aburra», confía este comerciante, que sustituirá percheros, pedidos y albaranes por la lectura, los paseos y los viajes. Eso sí, todo con más calma.
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