M., el joven que casi muere en una patera por su sueño de jugar al fútbol en Europa y Valladolid
Llegó a España con 15 años, fue un menor extranjero tutelado por la Junta hasta que cumplió los 18. Hoy, de la mano de la Fundación Adsis, recibe formación para labrarse un futuro
El sueño de M. (después de tantas pesadillas) es hacerse un nombre en el mundo del fútbol. Que lo destaquen las crónicas deportivas, que miles ... de gargantas lo griten en los estadios, que llene (con sus letras todas)la espalda de una camiseta oficial. Que los niños lo elijan para el FIFA. Que después de tantos regates a la vida, el terreno de juego le regale una victoria. Aunque sea por la mínima. Incluso en el minuto final.
De momento, M. es una inicial. La de un chaval de Costa de Marfil que a los 15 años dejó atrás a su familia para intentar en Europa convertirse en futbolista profesional. La de un adolescente que vio cómo morían en el Mediterráneo tres compañeros de patera. La de un joven que llegó solo a la Península y se convirtió en uno de los menores extranjeros no acompañados (popularmente conocidos como 'menas') que recalan en España en busca de un futuro mejor (o un futuro a secas).
Los hay que huyen de la guerra, de la pobreza, de su familia incluso. Y los hay, como M. que persiguen un sueño.
El año pasado fueron 6.063 en toda España. En 2018, la Junta tuteló a 133 (el año anterior, 71; a 30 de junio de este 2019 son 109). Hoy, cuando M. ya ha cumplidos los 18, reside –junto a chavales que también llegaron solos de otros países–, en uno de los pisos que gestiona Adsis, entidad que acompaña a jóvenes tutelados y extutelados en su preparación a la vida independiente, a su plena autonomía, con la inserción laboral como «pilar fundamental».
M. quiere vivir del fútbol. Delantero. Su ídolo es Cristiano Ronaldo. Se entrena y juega en un equipo juvenil de la ciudad. Ha hecho pruebas en clubes de otras provincias. Sabe que conseguir una ficha profesional es un gol difícil. Muy difícil. Como si lo lanzara desde medio campo, con la pierna cambiada, con los ojos cerrados... y entrara por la escuadra. Por eso tiene plan B. Acaba de terminar un curso de carretillero. Ahora va a por el grado medio de Formación Profesional en mantenimiento de vehículos. Sabe que su partido –sea en el campo, en el banquillo, en la grada, desde el sofá de casa– se juega ahora en España.
«Desde pequeño siempre me gustó tocar el balón. Jugaba en la calle, con los amigos. Mi padre no quería apuntarme a una escuela de fútbol porque decía que lo primero eran los estudios». Así que llegó a un acuerdo con él. Si aprobaba, jugaba. Tenía 13 años. Con 14 ya entrenaba con un club local. A los 15, decidió que tenía que marcharse. «En mi país es muy complicado. Sabía que, si quería intentarlo, tenía que venirme a Europa a probar suerte».
¿Por qué en España? «Bueno, de niño veía al Barça, al Real Madrid, los mejores clubes del mundo... pensé que aquí tendría más suerte que en Francia». Un día, «de broma, para ver su reacción», le comentó a su padre la posibilidad de venirse a España. La respuesta fue un no rotundo: quédate en casa, sigue estudiando, busca luego un trabajo. Su padre comercializa herramientas de construcción.Su madre trabaja en una distribuidora de ropa. Seguro que algo saldría en el futuro. El fútbol no es garantía de nada. Pero M. lo tenía decidido.
Dos semanas después, el 12 de octubre de 2016, llenó la mochila del colegio con ropa (alguna camiseta, la cazadora...), le cogió 400 euros a su padre de la tienda y se subió en la estación de Man a un autobús con destino a Burkina Faso. De ahí a Níger. Luego Argelia. Marruecos. «Tuve suerte. Me encontré con muy buena gente por el camino. Siempre me trataron muy bien. Me ayudaban. Tal vez porque tenía solo quince años, era muy joven, me tenían simpatía. Alguno incluso me pagó el transporte». Hasta llegar a Nador. Allí, a las afueras, «en plena naturaleza», M. recaló en un campamentoa la espera de que le tocara turno para un pasaje en la patera. «Buf, allí había mucha gente. Dormíamos, bueno, ni siquiera en tiendas de campaña. Eran plásticos. Teníamos que ir a la ciudad a por agua y comida. Estábamos sin electricidad». Y en aquellas noches de espera (más de mes y medio), M. soñaba con mil toques a un balón.
«La patera en la que íbamos a pasar a España tenía seis plazas. Íbamos doce personas. No dejaba de entrar agua. Al final, nos cogieron de la marina marroquí y nos devolvieron a tierra», relata. Cuando se lo contó a su familia (en un viejo Nokia, de teclado, sin pantalla táctil), sus padres intentaban que el partido de M. llegara a su pitido final.«No merece la pena», le insistían. «Vuelve a casa». «Y yo les decía: 'Estoy bien, no os preocupéis, que estoy bien'. Pero no lo estaba, ¿entiendes? No estaba bien, pero no quería que se preocuparan. Les decía, tranquilos, no pasa nada».
Y pasaba. Después de mes y medio, cuenta que tenía las piernas y los brazos llenos de heridas. Todavía muestra algunas cicatrices en el antebrazo. «Aquello me volvía loco. ¿Cómo voy a jugar yo al fútbol si tengo tantas heridas?». Hasta que un día, cansado de guardárselo todo, se lo contó a sus padres por teléfono. Le recomendaron que fuera a un médico a Rabat. Lo visitó, le recetó un tratamiento, en apenas una semana su situación mejoró. Compró un teléfono con conexión a Internet y le mandó a su familia una foto de sus piernas magulladas.
«Mi madre se asustó. Mi padre me dijo que descansara un par de semanas, me recuperara del todo y volviera por fin a casa. Esa noche, en la cama, mi cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Cómo voy a volver ahora?». La almohada decidió que la liga se juega en Europa. «Así que cogí un autobús a Tánger, me enteré de que al día siguiente había sitio en una patera y allí me presenté». Comienza la segunda parte de su duro partido para atravesar el Estrecho.
La Junta atiende a 109 menores extranjeros no acompañados en Castilla y León
La Junta atiende (con cifras a 30 de junio)a 109 menos extranjeros que han llegado a España solos, sin compañía de adultos. La administración regional no ofrece datos provincializados, pero recuerda que su responsabilidad es «darles atención inmediata, en función de sus necesidades, y con el mismo tratamiento que a cualquier otro menor protegido por la Junta». En 2017 fueron 71. En 2018, se llegó a 133. Ahora, 109. La mayoría (67) llegaron de Marruecos, seguidos de Ghana y Guinea Conakry (con 12, cada país). A continuación, Costa de Marfil (4),Argelia(3), Siria, Guinea Ecuatorial, Mali (2)y Guinea Bissau,Gambia, Senegal, Nigeria y Libia, con uno. «La mayoría de menores no tiene conocimiento del idioma, llegan sin documentación (por lo que hay que iniciar el proceso para hacerla)y su objetivo es aprender español, formarse y encontrar un trabajo para ayudar a su familia», explican desde la Consejería de Familia, donde constatan que «la gran mayoría no presenta problemas de convivencia o conflictividad». «La potencialidad que tienen todos los menores migrantes en común es la total autonomía en las actividades de su vida diaria. Sus principales expectativas y objetivos:formarse y empezar a trabajar. El año pasado, la Junta lanzó un mensaje de atención por el hecho de que se duplicara, en apenas un año, el número de 'menas', por lo que insistió en la necesidad de una mejor «coordinación por parte del Estado y también una dotación económica suficiente para afrontar la atención. El año pasado sí que se generó ese apoyo económico, pero no ha sido el caso de este ejercicio, al haberse prorrogado los presupuestos del Estado». La Junta aseguró esta primavera que tuvo que recurrir a plazas concertadas con ONG para atender a los 'menas' al estar completas las plazas públicas.
«Éramos diez personas. Siete hombres. Tres mujeres. Y alrededor, una marea muy alta, con olas muy fuertes. Seguro que quienes sacaron la patera no sabían que iba a hacer ese tiempo. O a lo mejor sí». Su destino era Tarifa. Pero algo truncó la travesía. Entró agua en el motor. «Intentamos cambiar las bujías, porque nos dieron una pequeña caja de herramientas. Pero no pudimos arreglarlo. Así que tiramos el motor al mar. Si no funciona, ¿para qué tener exceso de peso, cuando ya somos más personas de las que caben? Teníamos cuatro remos y por turnos remábamos, dos por cada lado, mientras el resto sacaba agua. Hubo un momento en el que la balsa se volcó». Dos personas murieron en el mar. Otra mujer, en la barca. Era enero. Un jueves de enero. Hacía mucho frío. «Nos faltaba el agua, la comida. Cuando conseguimos volver a montar estuvimos dos días enteros perdidos. Con el móvil llamamos a la marina de Marruecos, a Cruz Roja, a la Guardia Civil. Nos decían que les dijéramos el nombre de algún barco que pasara cerca para intentar localizarnos. Algunos lloraban. Otros tenían mucho miedo».
–¿Y tú?
–Yo pasé mucho tiempo dormido. Decía: 'Tranquilo, tranquilo. De aquí no te muevas. Mientras estés en la barca, estarás con vida. Yo tenía claro que no iba a dejar el barco. Era mi seguridad'.
También su única oportunidad de llegar a España, de intentar su sueño, de volver a jugar al fútbol.
El sábado por la tarde, un avión los localizó. Un helicóptero luego inició el rescate. Los llevaron en ambulancia a un hospital de Ceuta. «Yo no podía comer nada. Ni beber. Tenía algo aquí en la garganta que no me dejaba. Y eso que no estaba mal, no estaba herido.Pero no tenía hambre».
Le llevaron luego al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta. Le enviaron a la Península y estuvo dos semanas en Sigüenza, en un programa de primera acogida de Accem. Después, dos años en Ávila, en un centro tutelado por la Junta para menores extranjeros que llegan a España sin compañía de adultos. Lo tuvo que abandonar al cumplir la mayoría de edad. Fue entonces, el 22 enero de este año, cuando recaló en Valladolid, cuando accedió a una de las viviendas que gestiona Adsis para acompañar a esos jóvenes que ya no están bajo el amparo de la administración y que, solos en un país que aún no es del todo suyo, necesitan ayuda para encauzar su futuro.
Aurora Corona es la directora de Adsis en Castilla y León.Cuenta que la asociación atiende a menores y jóvenes de nueve nacionalidades (además de Costa de Marfil –como M.–, de Marruecos, Nigeria, Bolivia, Cuba, Brasil, Bulgaria, Bangladesh y la República Dominicana). Les ofrecen alojamiento y la manutención básica en unas viviendas específicas durante año y medio, donde viven junto a un educador que les acompaña en su camino para tomar «decisiones por ellos mismos», para conseguir una «vida organizada y estable».
«La prioridad es que se formen para encontrar un trabajo», dice Corona. «Cuando cumplen 18 años, estos jóvenes dejan de estar tutelados y se encuentran, de un día para otro, sin hogar y sin ningún tipo de apoyo». Ahí entra el papel de Adsis, primero con esas viviendas de transición. Después de esos 18 meses llega el reto, el momento en el que han de vivir de forma independiente.«Por eso es tan importante el papel de las empresas colaboradoras, que ayudan a que estos jóvenes tengan un empleo.Son supervivientes. Jóvenes muy responsables que saben lo que cuesta conseguir las cosas, que viven aquí el duelo de la distancia familiar», asegura la directora de Adsis. «La mayoría escapan de una situación complicada. Otros, como M., lo hacen para conseguir una vida mejor. Seguramente, esa motivación extra del fútbol fue la que le puso a salvo», dice Corona.
Fundación Adsis (Mirabel, 9, teléfono 983 37 82 85), entidad sin ánimo de lucro reconocida por la Junta como centro integral de inmigración, mantiene abierto un programa de alianzas con empresas locales para facilitar (a través de prácticas laborales y contratos)la inserción profesional de jóvenes que han estado tutelados por la administración.
«Son jóvenes que no cuentan con una red social familiar que pueda suplir sus carencias y, por tanto, una vez que salen del sistema de protección, solo se tienen a sí mismos para hacer frente a la vida adulta a través del trabajo que puedan conseguir». Adsis los define como un colectivo de «personas silenciadas, ya que conviven en nuestros entornos y suelen pasar desapercibidas por el miedo a contar su historia y ser injustamente señaladas». En muchos casos, «son víctimas pasivas de realidades familiares cuya crudeza les ha obligado a vivir lejos y no pueden contar con nadie». Sin embargo, añaden en la fundación, «tienen valía, capacidades, deseos y, sobre todo, necesidad de que la sociedad les dé una oportunidad». La colaboración puede hacerse a través de aportaciones económicas, actividades de voluntariado corporativo y ofertas laborales.
Ahora, M. espera una oportunidad para calzarse las botas, saltar al campo y, con suerte, meterle a la vida un gol.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión