Las fotos rescatadas del abuelo Pedro, el médico que retrató la vida cotidiana de Galicia y Valladolid
El centro cívico Zona Sur acoge una exposición con estampas de la ciudad y su provincia, como un limpiabotas en la Plaza Mayor o varios niños jugando en la plaza del Coso
Mayo de 1965. Pedro Hernández Andueza, médico y aficionado a la fotografía, pasea por la Plaza Mayor cuando una inesperada escena interrumpe su caminata. El ... veterano limpiabotas que a diario ofrece paño y betún en los soportales, frente al escaparate de Deportes Moral, ha caído derrotado por el sueño y echa una cabezadita mientras la ciudad continúa con su rutina alrededor. La pierna cruzada, la mano en el regazo, la cabeza vencida por el sopor. Dos perros se acercan a su taburete. Uno de ellos, el de más claro pelaje, tal vez ha olisqueado un poco la zona antes de tomar la decisión. Y entonces, levanta la pata, muy cerquita del limpiabotas dormido, y comienza a mear. El paseante que observa la escena, que posiblemente ha visto la aproximación de los perros, prepara raudo la cámara que le acompaña siempre en sus paseos por la ciudad. Mira el objetivo, enfoca a toda velocidad y aprieta el botón del clic antes de que el perro baje la pata y se vaya de allí.
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«Es una escena, absurda y real, donde la dignidad del oficio se enfrenta, sin saberlo, a lo inesperado de la calle», dice hoy, sesenta años después, Clara Berbel (Valladolid, 1964), la nieta de aquel fotógrafo aficionado que captó la imagen en la Plaza Mayor.
Esta fotografía es una de las 39 instantáneas (diez de ellas, de Valladolid y su provincia) que forman parte de la exposición que hasta el 31 de octubre puede visitarse en el centro cívico Zona Sur, en la plaza Juan de Austria (junto a El Corte Inglés). Son estampas cotidianas, postales llenas de vida, que Pedro Hernández Andueza (Madrid, 1898) atrapó en las tripas de su Rolleiflex, artefacto de fabricación alemana (con visor superior), con el que tomó miles de fotografías. Muchas de ellas, casi todas, descansaban medio olvidadas en la vieja casa familiar. Los cajones llenos de negativos. Las estanterías repletas de imágenes (todas en blanco y negro) reveladas que Pedro nunca se ocupó de catalogar.
«No tenía un registro exhaustivo de su trabajo. Ha sido uno de mis tíos quien se ha encargado de digitalizar las imágenes, de fecharlas y ordenarlas». De poner en orden el tesoro. «Cuando veo el resultado, pienso en los grandes fotógrafos costumbristas del siglo XX. Y creo que el trabajo de mi abuelo, sin ser profesional, está perfectamente a la altura», dice Clara Berbel, quien se ha encargado ahora de seleccionar las mejores fotografías («las que más me han gustado y llamado la atención») para esta primera exposición pública de Pedro Hernández Andueza.
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«Mi abuelo no era fotógrafo. Para él era una afición, como la lectura, el arte, el ajedrez. Y tal vez encontró en la fotografía una vía para canalizar su sensibilidad artística», aventura Clara, quien apenas conoció a su abuelo materno durante la infancia, ya que murió (a los 77 años, en 1975) cuando ella apenas tenía 11. Pedro Hernández estudió en el instituto San Isidro de Madrid (por cuyas aulas pasaron también los hermanos Machado, Pío Baroja, Vicente Aleixandre). En 1920 se licenció en Medicina, una carrera que cursó mientras trabajaba en una frutería. Su trayectoria laboral incluyó varios años en el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Provincial de Madrid, donde trabajó a las órdenes directas de Gregorio Marañón. Después, ingresó por oposición en el Cuerpo Médico de Sanidad Nacional y fue destinado a Pontevedra, a Burgos y, finalmente, a La Coruña, donde se jubiló.
Esta es la razón por la que muchas de sus fotografías tienen como escenario Galicia. Allí tomó varias imágenes impresionantes que pueden verse en la exposición. Como la de esa mujer que hace la colada en unas eras (las sábanas extendidas en el suelo) mientras al fondo la catedral de Santiago dibuja su perfil. O como esos fieles que participan (el 9 de septiembre de 1962) en la romería de Los Milagros, en Amil, una procesión que se remonta al siglo XVIII y en la que personas que han sobrevivido a un difícil trance son paseadas dentro del ataúd. Y junto a ellos, afiladores, fruteros, ganaderos, pescaderos, paisanos con el paraguas colgado en la espalda, del cuello de la camisa…
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«A mi abuelo le interesaba mucho la gente de la calle, los oficios. Sus fotos no son monumentales, en el sentido de captar lo grandioso, lo extraordinario de la ciudad. Se fija en el detalle de la gente corriente. Y creo que esas personas y esas profesiones son de algún modo dignificadas a través de sus fotografías», explica su nieta. Una de las preferidas de Clara se titula 'Compañía desigual' y fue tomada en Pontevedra en el año 1960. En ella, tres personas comparten banco. Los dos hombres de la izquierda parecen un prototipo de la burguesía acomodada: el sombrero, los zapatos lustrosos, en las manos un ejemplar del 'ABC'. En el otro extremo del banco, con un pequeño hueco entre ellos, hay un hombre de zapatos rotos que mira al infinito con tranquilidad.
¿Y por qué hay en la exposición varias fotografías de Valladolid? «Mi abuelo nunca vivió aquí, pero visitaba a menudo la ciudad porque aquí vivía una de sus cinco hijos», cuenta Clara. En concreto, la tercera, Ángeles 'Chiqui' Hernández. «Mi madre se casó con el abogado José Berbel, que se vino a Valladolid a trabajar y aquí se quedó nuestra familia». En esos viajes para ver a la hija, Pedro venía con su inseparable cámara de fotos. Y fue así como captó escenas como esa del limpiabotas en la Plaza Mayor. Pero hay más. En 1958, retrató al fotógrafo del Campo Grande en plena faena, mientras hacía fotos a unos viandantes, con el Teatro Pradera al fondo. En 1962, en ese mismo escenario, captó a tres niños que miraban los cisnes.
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«Hay una foto muy curiosa, de la Semana Santa de 1960. Y es la única de la exposición que no fue tomada por él… porque sale en ella. Están su mujer (mi abuela), mis padres. Están sentados, con sillas de madera, en la plaza de Zorrilla (al fondo se ve la Casa Mantilla) mientras esperan a que pase la procesión». Pero su mirada no se detuvo en la capital, sino que también viajó por la provincia. Hay una imagen tomada en 1964 en Peñafiel, con unos niños jugando en la plaza del Coso, mientras en los balcones ondean las sábanas tendidas al sol. Hay otra estampa de una pareja de vareadores de piñas, que se dirigen hacia el castillo de la localidad. «Esta imagen de 1965 es muy curiosa, porque sus siluetas parecen las de Quijote y Sancho. Y me llama la atención porque hay otra fotografía en la muestra que es también muy quijotesca», cuenta Clara.
Se trata de una instantánea, tomada en mayo de 1958, de un niño cuya sombra, es verdad, recuerda de forma directa al inmortal personaje de Cervantes. La exposición también incluye fotos de Villalba de los Alcores, de campos castellanos en Montemayor de Pililla y, en esta misma localidad, junto al caño de la fuente, un retrato de la joven niña Clara junto a la mujer que la cuidó.
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«Elegir entre tantas fotos ha sido muy difícil. Tenía claro que quería dar prioridad a las que hizo en Valladolid. Y luego hay muchas de Galicia, porque allí era donde mi abuelo vivió. Pero, al hacer la selección, me he sentido como un entrenador de fútbol, convencido de que en el banquillo se han quedado muchos buenos jugadores que, sin duda, también merecían ser titulares», explica Clara, quien baraja posibilidades para que las fotos de su abuelo puedan verse en muchos sitios más. «Me gustaría llevar la exposición a Galicia, a través de la familia que vive allí, pero también a esas localidades vallisoletanas donde hizo algunas fotos», asegura Clara, la vallisoletana que ha recuperado del olvido el tesoro fotográfico de su abuelo Pedro.
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