Valladolid, te quiero
Somos un equipoDel mismo modo que resulta imposible que una tragedia aledaña no te deje huella, también lo es permanecer ajeno a los éxitos que se celebran en las calles que pisas cada día
José Anselmo Moreno
Valladolid
Martes, 9 de diciembre 2025, 06:58
Soy como los árboles: crezco donde me plantan», decía don Miguel Delibes, un cascarrabias adorable que fue director de este diario. Así pasa con las preferencias deportivas. Suelen ser de lo más cercanas, aunque nadie dijo que fuera fácil ser de los equipos de Pucela, ni mucho menos. Pero son los nuestros. Eso pesa en la balanza. Nos han hecho sentir orgullo o nos han arruinado un fin de semana, pero son parte de nuestra vida, han latido con nosotros. Reconozco que siempre tuve debilidad por lo más próximo. Del mismo modo que resulta imposible que una tragedia aledaña no te deje huella, también lo es permanecer ajeno a los éxitos que se celebran en las calles que pisas cada día.
Empezando por el fútbol, vamos con un balance en positivo, que está la cosa como para evocar otros tiempos. El Real Valladolid durante las décadas de los 80 y 90 fue campeón de la Copa de la Liga, subcampeón de la Copa del Rey, hubo tres clasificaciones europeas y tuvimos un pichichi de Primera. En esas dos décadas, 19 de 20 temporadas estuvimos en Primera División. En este contexto, hay muchas cosas que nos distinguen: el gol más rápido de la historia de la Liga o un estadio donde se anuló por primera vez un tanto por un tipo con chilaba que bajó del palco. Aquí han jugado algunos de los mejores jugadores de la liga: Mágico González, Pato Yáñez, Caminero, Fernando Hierro, Eusebio Sacristán. También Higuita y Valderrama y, aunque ese año bajamos, he oído identificar a Valladolid en Río y Pekín por esos melenudos que, lejos de ser nuestros Beatles, ejercieron de «altavoces» por medio mundo. Hasta hemos tenido a Cantatore, que si no es Dios, le anda cerca.
Si escapamos del fútbol, tuvimos un equipo de baloncesto fundador de la ACB, que llegó a jugar una semifinal europea y casi ganarla. Aún sueño alguna noche que aquella jugada de Fede Ramiro acaba bien. También tenemos repartidos por medio mundo a técnicos de balonmano que han cambiado el paso a este deporte. Aquí están los mejores equipos de rugby y vivimos el partido con balón ovalado más mediático de la historia en España. ¡Si hasta vino el Rey!
Tenemos a Las Valkirias del Pisuerga, un grupo de mujeres coraje que hacen piragüismo tras haber padecido, y en algún caso todavía padecer, cáncer de mama. Son un orgullo y un ejemplo de vida. Tenemos a Miriam Blasco, la primera mujer española en colgarse un oro olímpico. A Narciso Suárez, otra medalla olímpica pero con anécdota, ya que en Los Ángeles una espontánea saltó al podio a darle un beso «por guapo», algo que él solo cuenta si le sacas el tema.
Tenemos a Javier Mínguez, el director ciclista más listo de la clase, que por fin hizo campeón del mundo a Valverde, cuando El Bala ya apuraba su munición. En el arranque de la Vuelta 2014 en Jerez me dio la mano y le dije: «Es la mano de un campeón del mundo». Admitió que eso ya era difícil. Lo fue hasta que al otro lado de su pinganillo apareció un estratega pucelano. Ese día quedó claro que el ciclismo está en las piernas, después en la cabeza y luego, mucho después, en los recorridos. Si seguimos con tubulares y desarrollos hay que decir que esta temporada tendremos hasta siete ciclistas en el pelotón profesional, más que nadie. De ellos, dos son hermanos: uno es sprinter y el otro, un potente rodador que mueve vatios como para alumbrar un edificio. Hay muchísimas más cosas, pero este texto va más allá de resultados, campeones y datos. Voy a darme un paseo por el corazón, las personas y las emociones. Pongamos nombre, cara y ojos a todo esto.
Miguel, los goles y las canastas
Empezamos por una historia de fútbol y baloncesto. No hace mucho falleció la esposa de un amigo de mi padre. Ese hombre vivía los goles o los triples con pasión y vehemencia. La última vez que coincidimos fue precisamente en el velatorio y frente al féretro de su esposa, Teresa. Decía entre sollozos. «Qué voy a hacer sin ti ahora, mi Tere». Lloraba como un niño y se limpiaba con las mangas de su chaqueta. Me acerqué a darle un pañuelo. Le gustaban de tela, así que el clínex le resultaba entre incómodo e inútil.
–«Estas cosas de ahora, Jose. Donde esté un pañuelo como los de antes», me dijo.
–«Claro, Miguel, quita al Pucela de ahora y pon al de antes también», le respondí.
–«Y el de hace poco, Jose. ¿Te acuerdas del 3-8 en Oviedo? ¿Y del silbido de Lozano en el Bernabéu? los merengones se pararon pensando que era el árbitro. Éramos espabilados de cojones, ¿eh?». Después de eso cambió el gesto en una mezcla extraña de lágrimas y risa contenida. Enseguida se puso a recitar nombres de futbolistas. Ahí aparecieron Manolo Álvarez, Rusky, Landáburu, Cardeñosa, Pérez García... En unos minutos pasó de sollozar a contarme el ascenso de Tercera a Segunda con todo detalle. Y seguimos con el baloncesto.
–«¿Tú viste jugar juntos a Nate Davis y Carmelo Cabrera, Jose?
–«Sí, aquellos mates nunca vistos en Huerta del Rey».
Ahí salieron de su boca los nombres de Sabonis, Lalo García, Óscar Schmith, del «Barrilete» Williams... Teresa de cuerpo presente y él esbozando una sonrisa al recordar viejas glorias y, sobre todo, ese viejo Zorrilla que olía a farias, pipas y Soberano. Miguel estaba orgulloso de sus equipos, aunque perdieran más que ganaran. Las derrotas formaban parte de su vida. Le pertenecían. Eran suyas. Lo mejor fue cuando me dijo que iba a poner el fútbol en la tele, que en el estadio ya hacía mucho frío para él.
–«Voy a poner ese cacharro por el que dan todos los partidos del Pucela. Tere no quería gastar dinero en eso y ahora ya solo los escuchaba por la radio, ni siquiera iba al bar por no dejarla sola». A día de hoy, Miguel vive con su deco Movistar echando humo y ha visto al Pucela despeñarse hacia Segunda División. Sus hijos le han enseñado a manejar whatsapp y de vez en cuando le pregunto por escrito, ya que cada vez oye peor y los audífonos que compró los tiene guardados. Guardar cosas, una de sus costumbres.
–«Jose, el equipo es muy malo pero es el nuestro. Estamos enfermos de esto, qué le vamos a hacer», me escribe con las correspondientes erratas.
–«Bueno Miguel, por lo menos ahora tenemos el escudo bueno, el que dicen que es el más bonito de España»
–«No es que lo digan, es que lo es. Yo voy a hacer que me entierren con una bandera del Pucela, como Marcos Fernández.
Marcos Fernández, expresidente del club, era un leonés que se hizo pucelano de adopción, como el berciano Leo Harlem, el argentino King Africa y tantos y tantos otros. Todos ellos futboleros. El fútbol nos une a todos, humoristas como J.J. Vaquero, músicos como Celtas Cortos o el actor Diego Martín, orgulloso seguidor del Pucela y nieto de Francisco Javier Martín Abril, a quien bien conocieron en este diario.
A día de hoy, Miguel vive con su deco Movistar echando humo y ha visto al Pucela despeñarse hacia Segunda División
Diego se hizo famoso por la serie «Aquí no hay quien viva». En plena fiebre televisiva venía a Zorrilla cada dos semanas para ver en directo al equipo de sus amores. Se ponía en la antigua Tribuna B y cuenta que un día se le quedaron mirando unos chavales, murmurando si era o no el novio de la pija de la serie. «Que sí, que soy yo», les dijo. Desde más abajo le contestaron: «¡Qué vas a ser tú, flipao!»
Cada triunfo de un equipo de Valladolid me hace sentir orgullo, como cada recinto deportivo de la ciudad
Si será Valladolid bonita y acogedora que aquí residen más de 50 exjugadores del Pucela que llegaron de fuera y alguno, como el uruguayo Álvaro Gutiérrez, se quedó con las ganas. La fachada de la iglesia de San Pablo le tiene loco. Igual que a Ginés García Millán, otro actor famoso, murciano él, que fue portero del Promesas. Pienso a veces en las miles de historias que hay detrás de esas personas que llevan toda su vida siguiendo a los equipos de la ciudad. Padres que inculcan a sus hijos los colores y que hacen que esta rueda siga girando. Eso ya es para siempre. Probablemente no seamos conscientes de la importancia que tiene el deporte, no solo en la repercusión de una ciudad, sino en el vínculo entre padres e hijos que van al rugby, al fútbol o a ver al Aula porque «hoy debuta la hija de un vecino, que es de la cantera».
Manolo, el zamorano de Valladolid
Como representante de esos aficionados que han vivido por y para el deporte pucelano me voy a quedar con un personaje de mi juventud: Manolo, el de la carnicería. Era joven y no tenía más vida que su trabajo y sus equipos. Tal vez era su único vicio. No se le conocía novia, y apenas amigos. Él se montaba en el autobús cada domingo a las cuatro de la tarde con los auriculares puestos y un buen abrigo, tanto para ver al Promesas como al primer equipo. Su momento era un gol del Pucela. Una victoria le salvaba la semana. Esa pasión se la transmitió su padre. Suele pasar. Los sábados, a Manolo le tocaba el Fórum en Pisuerga y los domingos por la mañana, el rugby en Pepe Rojo. Nunca supe si era del Quesos o de El Salvador porque animaba a los dos. Tremenda paradoja. También iba al balonmano, pero solo a los partidos grandes. Manolo era zamorano porque, como el chiste de vascos, los de Pucela nacen donde quieren. Hay un cómico que dice que el Real Madrid o el Barcelona no saben lo que es celebrar un ascenso. Para un modesto es lo equivalente a un título y de esos, aquí tenemos muchos. Así pues, cuando la sufridora afición de Zorrilla canta aquello de «vamos mi Pucela, vamos campeón» es porque, de alguna manera, lo quiere ver así. A pesar de todo.
Germán y el patio de La Salle
Dejen que hable también de Germán. Le conocí siendo director de banco y lo suyo era el balonmano. Se había destrozado las rodillas de pequeño en el patio de La Salle. Hay que tener valor para tirarse a un suelo de cemento como hacen los profesionales sobre el parqué. Me contaba que en el recreo jugaba con pantalones cortos y sus rodillas estaban plagadas de tiritas. Cuando Germán se jubiló y, por fin, pudo dejar de hacer la pelota a los clientes del banco, siempre aparecía silente, cabizbajo, reflexivo, como si estuviera de ejercicios espirituales en un monasterio.
Me lo encontré una mañana por Viana en bici, a unas horas en que sólo se escuchaba cantar a los pájaros, cuyo sonido, agudo y aleatorio, se confundía con el ruido de los frenos de su bicicleta, que «chillaban» como un cerdo a punto de ser sacrificado. Estaba ya enfermo y, de vez en cuando, se bajaba de la bici. Caminaba agarrando el manillar, como si fuera la mano de su nieto pequeño. En verano solía dar larguísimos paseos, aquel año cada vez menos largos y cada vez más esporádicos.
Me acompañó durante algunos kilómetros con su vieja bici descolorida y llena de pegatinas. Me dijo que el día antes había visto por el pueblo al seleccionador de balonmano, Juan Carlos Pastor, tomando una cerveza con uno que fue alcalde. De vez en cuando, sin venir mucho a cuento, Germán lo mezclaba todo con algún apunte taurino, ya que lo que realmente le interesaba eran el balonmano, las películas del oeste y los toros. Cada diez minutos, clavados, solicitaba una parada para tomar aire.
Era relajante conversar con aquel hombre. Nos paramos al lado de una vieja portería «híbrida» de balonmano y fútbol sala. Había por allí un balón de fútbol que al estar pinchado nos hacía el apaño para jugar al balonmano. «Deja que te tire unos penaltis, Jose», dijo en plan desafiante. Me puse bajo los palos y él lanzó sin piedad. Una de las veces, del impulso, ya no sé si se tiró adrede o se cayó a cámara lenta. Mi intención era ayudarle a ponerse de pie, pero ambos nos quedamos sentados. Allí, uno con chanclas y otro con un chándal lleno de bolas, me contó la época del Balonmano Michelín, cuando al equipo lo patrocinaba la factoría. Me habló de un tal Molina, que debía ser un fenómeno pero a quien yo ya no recordaba. Dijo que había visto a España ganar mundiales y medallas olímpicas con medio equipo de aquí y, sobre todo, al Balonmano Valladolid levantar una Recopa de Europa y dos Copas del Rey: «Quién me iba a decir a mí que iba a tener una vida con tantos éxitos». Hacía suyos todos esos trofeos. Suyos eran.
Falleció ese otoño, unos meses después, y aquella mañana contaba las alegrías de su vida por los títulos de sus equipos: Valladolid y España, por ese orden. Cada lanzamiento de siete metros en Viana fue como el último recreo de un niño de La Salle, orgulloso de sus goles ya de anciano.
La chica que corre mucho
Vamos con el atletismo. La primera entrevista que le hicieron a la atleta Mayte Martínez fue en la antigua sede de este periódico en la calle Duque de la Victoria. Hablamos de 1993. Lo sé bien, se la hice yo. Ese día fue con su padre. Aquella adolescente acabó ganando varias medallas para España en campeonatos internacionales y aunque ahora se dedica a la política siempre será para mí la Gacela de Santovenia. Recuerdo la primera vez que a mi hijo le interesó el deporte. Tenía tres años y vino corriendo a la cocina diciendo: «La chica que corre mucho está en la tele». La conocía porque su entonces marido y entrenador venía a casa a jugar al pádel y ella pasaba a buscarle. Tras ver aquella carrera de Mayte en la televisión, mi hijo se apuntó a la escuela de atletismo Isaac Viciosa y disfrutó corriendo unos años, justo hasta la adolescencia. Llegué a pensar que el atletismo y aquella muchacha que corría tanto le iban a marcar de por vida, como a mí otros acontecimientos deportivos. Y aquí es donde voy a acabar con mi propia historia.
La primera vez que fui al viejo Zorrilla se cantaba al árbitro «Tío pelele», que es un insulto muy de Valladolid. Era un partido nocturno y entre las luces del viejo estadio asomó el violeta de una camiseta majestuosa y un golazo de Pepe Moré, el mismo que años después levantó nuestro único trofeo. Aquella noche me cambió la vida. No pidáis que lo explique. No se puede. Yo siempre he sido de nuestros equipos, como Germán, como Manolo, como Miguel. Siempre he estado orgulloso de Valladolid y de sus deportistas en una pertenencia sobrevenida porque yo llegué a esta ciudad, a la antigua capital del reino, hace ahora 53 años. Ha sido suficiente para escribir todo esto. Cada triunfo de un equipo de Valladolid me hace sentir orgullo, como cada recinto deportivo de la ciudad. Ya sé, son muy mejorables al lado de otros míticos en los que estuve, pero como dice otro mítico, Ramón Martínez, la infancia te marca para siempre y yo solo siento emoción cuando veo saltar al campo al Real Valladolid o estoy en Zorrilla. De hecho, ha sido el último lugar donde he llorado... De emoción.
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