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Imagen del Paseo Zorilla donde tuvo lugar el suceso. Archivo Municipal / Cacho
Tiro a bocajarro por un borrico

Tiro a bocajarro por un borrico

Valladolid, crónica negra ·

Pedro Jiménez Duval, un gitano tratante de caballerías de 25 años, recibió en el cuello un escopetazo de otro gitano al que perseguía junto a un compañero

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Martes, 1 de octubre 2019, 07:14

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Parecía una discusión normal, sin acaloramiento excesivo ni malos modos que presagiaran algo peor, la de aquellos tres gitanos que departían en las inmediaciones del Paseo de Zorrilla y la Plaza de Tenerías. Trataban sobre la venta de un borrico que traía consigo uno de ellos. Y lo hacían en medio del frío, pues era 15 de enero de 1899, domingo, para más señas.

La charla no dio para mucho, pues enseguida se evidenció que eran incapaces de llegar a un acuerdo. Aun así, los tres, en aparente confraternización, se dirigieron al estanco situado en el número 54 del Paseo de Zorrilla. Compraron tres paquetes de tabaco de a real. Cada uno pagó el suyo sin problemas. La estanquera lo dejó claro: la imagen que percibió era la de tres colegas que charlaban de manera cotidiana en plena calle, sin pendencias de ningún tipo. Por eso le extrañó sobremanera escuchar una fuerte detonación justo al final de la calle de Tenerías, frente al Hospital Militar. Era la una de la tarde. El ruido sobresaltó a los viandantes. Se trataba, sin duda, de un arma de fuego ¿Qué había sucedido?

Quienes paseaban por las inmediaciones pudieron verlo con total claridad: tras el estruendo, un hombre caía desplomado al suelo. Otros dos que estaban frente a él parecían vacilar; enseguida emprendieron la huida.

Era el trío de gitanos el que había protagonizado tan triste episodio. El caído, para sorpresa de todos, logró ponerse en pie. A duras penas logró emprender una fatigosa marcha sin que nadie quisiera o se atreviera a acudir en su auxilio.

El juez del distrito de la plaza, Eduardo González, y los policías que le acompañaban no tardaron en presentarse en el lugar de los hechos. Inquirieron a cuantos testigos encontraron y reconstruyeron la escena. Casi todos los interrogados coincidían en el mismo relato.

Curiosa arma

Vieron a los tres gitanos parados en la acera, observaron sus movimientos y, atónitos, contemplaron cómo dos de ellos agarraban unos palos y los utilizaban para armar una 'herramienta' que, en el argot germanesco, se denominaba 'chopa'.

Con ella apuntaron amenazadoramente al tercero, y este, al verse acosado, huyó corriendo. Pero al comprobar que ambos le perseguían y que no podía quitárseles de encima, dio media vuelta, sacó una escopeta y disparó un tiro a bocajarro. El disparo fue certero: alcanzó mortalmente en el cuello a uno de sus perseguidores.

Testigos presenciales aseguraron que el agresor se quedó un instante meditando para, de súbito, emprender la huida en dirección al Puente Colgante.

En un lugar denominado 'La Laguna', más allá del fielato del Paseo de Zorrilla, se topó con unos operarios de una tenería, a quienes conocía de antiguo. El diálogo fue apresurado:

-«¿A dónde vas con esas prisas, a estas horas y por estos pagos?»

-«Vengo de comprar un borrico», contestó el gitano con turbación antes de proseguir su huida.

El otro colega, de nombre José, que acompañaba al herido en la trifulca, se dio a la fuga por la calle de Tenerías.

Se llamaba Pedro Jiménez Duval, alias 'Pedrín, el que salió peor parado. Tenía 25 años, era soltero y trabajaba como tratante de caballerías.Aunque logró correr unos metros, 50 en total, con una mano agarrada al cuello para contener la hemorragia, las fuerzas le abandonaron sin remedio. Agotado y casi sin vida, se desplomó sin poder rebasar el número 54 del Paseo de Zorrilla.

Raudos llegaron en su ayuda una joven gitana y un gitano mayor, tío suyo, que muy pronto recibieron el apoyo de numerosas personas que habían presenciado el trágico desplome de Pedro.

Por el cuello de este, brotaba una ingente cantidad de sangre. También aparecieron cientos de espectadores, entre ellos un nutrido grupo de gitanos afín al malherido. Todos a una le condujeron al Hospital Militar para tratar de salvarle la vida.

Pero el cabo del Cuerpo de Sanidad Militar, Pablo Bravo, que ese día estaba de guardia, les hizo ver la imposibilidad de ingresarle. No obstante, él mismo, una vez requeridos sus servicios por el alcalde de barrio, Esteban García, trató de contener la tremenda hemorragia en la misma puerta del establecimiento, a base paños y gasas.

Pero lo cierto es que poco podía hacer: la bala no solo le había perforado gravemente el cuello, sino que había seccionado la vena femoral. Minutos después de la improvisada cura, Pedro falleció. Era la una y media de la tarde. Su madre y su tía, a las que mantenía con su mísero sueldo y con las que compartía vivienda en el número 55 de la calle del Sacramento, quisieron morir al escuchar la triste noticia:

«En el fondo de un patio se ve una inmunda cuadra (?); allí estaba la pobre madre del muerto, que, dando grandes muestras de dolor, se mesaba los cabellos y se golpeaba el rostro», relataba el plumilla encargado de cubrir el suceso.

El nombre del agresor se conoció de inmediato: era Juan Bautista Escudero y vivía en la calle de Capuchinos. Aunque llevaba poco tiempo en Valladolid, su trabajo le había permitido entrar rápidamente en contacto con Pedro: se dedicaba a «los tratos de compras, ventas y cambios de caballerías, oficio natural de todos los gitanos», informaba EL NORTE DE CASTILLA.

«¿Quedará impune este hecho, como tantos otros que se vienen sucediendo en Valladolid?», se preguntaba mucha gente. La respuesta, afortunadamente, fue negativa: a últimas horas de la tarde del miércoles, 18 de enero, en el llamado apeadero de Coruñeses, inmediato a Medina de Rioseco, fue apresado el asesino.

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