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Obras de construcción del Ayuntamiento actual, escenario de duros altercados en febrero de 1903. ARCHIVO MUNICIPAL

Obreros en paro incendian las calles del centro

Cuando hace 120 años el Ayuntamiento se quedó sin dinero para pagar las «obras del plus», cientos de trabajadores apedrearon comercios y a otros compañeros

Martes, 7 de febrero 2023, 00:12

Al obrero de 1903, que cobraba un salario de miseria y vivía en condiciones deplorables, le esperaba algo todavía más duro si el trabajo escaseaba: ... la mendicidad. No había entonces seguro de desempleo y solo la caridad podía aliviar en algo la terrible situación de quedarse en paro. Para las autoridades municipales aquello no era únicamente un dilema moral, sino también una cuestión de orden público. Sabían que cuando aumentaba el paro hasta proporciones alarmantes, cono ocurrió en Valladolid hace 120 años, se avecinaban altercados.

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Por eso los Ayuntamientos recurrieron a los llamados «trabajos municipales de invierno», también conocidos como «trabajos del plus». Se trataba de destinar partidas presupuestarias a obras como remozamiento de fachadas o arreglos de calles para ocupar a los obreros en paro. El presupuesto se estiraba, incluso se pedían créditos, para darles trabajo y emitir bonos o comidas que contuviesen el malestar social. El consistorio vallisoletano, como ha escrito Guillermo Pérez Sánchez, dio carta de naturaleza a los trabajos municipales de invierno a partir de 1896, incluyéndolos en el presupuesto, aunque ya se venía recurriendo a ellos desde hacía tiempo.

La normativa establecía, entre otras cosas, que el beneficiario debía ser un trabajador en paro avecindado en Valladolid y no menor de 15 años (salvo hijo de viuda o huérfano). En 1883 se endurecería la primera condición, exigiendo al menos dos años de residencia en la provincia. Los trabajos de invierno solían repartirse en obras de jardinería, cantería y albañilería, carpintería y movimientos de tierras. Aquel año de 1903, por ejemplo, trabajaron en las «obras del plus» 1.532 personas, cuyos jornales diarios iban desde las 0,52 pesetas de los peones hasta las 2 de los encargados de pelotón.

Entonces ocurrió lo inesperado. Decía este periódico, en su edición del 4 de febrero de 1903, que no se explicaba cómo los obreros de Valladolid, por lo natural gente «prudentísima», habían sido capaces de crear tanta alarma en la ciudad. Alarma en forma de comercios apedreados, cristales rotos, enfrentamientos con las fuerzas de orden público y amenazas a algunos compañeros. Todo comenzó el día anterior, cuando desde el Ayuntamiento, cuyas oficinas estaban en la calle López Gómez pues el edificio actual se encontraba en pleno proceso de construcción, se hizo público el agotamiento de las partidas del plus, que aquel año ascendían a 40.000 pesetas. Y sin trabajo no había jornal; y sin jornal, sobrevenía el hambre.

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Una comisión de trabajadores, formada por Rufino Antón, Miguel Moro, Mariano González Hernández, Luis Díez, Cástor Sandino y Valentín Busnadiego se presentó en la casa del alcalde accidental, Quintín Palacios, en la calle del Doctor Cazalla, para exigir explicaciones y apaciguar a los más de 800 obreros que pedían seguir trabajando. Palacios les apaciguó asegurándoles que esa misma tarde se aprobaría una nueva partida de crédito para reanudar las obras. Pero las buenas noticias no fueron suficiente para calmar los ánimos. Minutos después, cientos de trabajadores en paro, acompañados de mujeres y niños, salieron a las calles en manifestación improvisada. Una mujer portaba una bandera nacional en la que, poco después, pintaría el lema «Pan y Trabajo».

La Plaza Mayor, con el consistorio en obras y la caseta donde tuvieron que refugiarse los portugueses. A. MUNICIPAL

No solo recorrieron a gritos la Plaza de Orates, la calle de Regalado, la de Alfonso XII, la calle del Duque de la Victoria y la Plaza del Campillo, sino que detuvieron tranvías y apedrearon comercios. En la calle de Santiago llovieron adoquines y «enormes morrillos» que rompieron cristales y vidrieras, en el almacén de la viuda de Jorge Sáez no quedó un escaparate en pie, y hasta uno de los empleados a punto estuvo de ser alcanzado por una violenta pedrada. Las calles céntricas de Valladolid se convirtieron, de súbito, en un improvisado campo de batalla. Minutos después, uno de los obreros dio el grito de «extranjeros fuera» y se dirigió, junto a varios compañeros, a las obras del consistorio, en la Plaza Mayor, donde trabajaban obreros portugueses que sustituían a compañeros en huelga.

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«Sobre estos trabajadores cayó tremendo chaparrón de piedras», informaba el periodista. Aquello, en efecto, fue una batalla campal: « Con piedras unos, con tablas de la empalizada que rodea a la construcción otros, y hasta con más formales armas algunos, se acometieron con tanta saña, que de la obra salieron hasta algunos disparos». Los portugueses tuvieron que esconderse en la caseta que utilizaban para guardar las herramientas, situada en la esquina del solar.

Finalmente, tres disparos al aire frenaron a los asaltantes. En ese mismo instante llegó una sección de guardias civiles a caballo, quienes, sable en mano, dispersaron a la multitud. La jornada se saldó con siete detenidos. Horas después se hacía pública una partida de 15.000 pesetas para reanudar los trabajos. Una inmensa cola de obreros en paro se presentó en las oficinas municipales: eran más de 700. Como no había trabajo para todos, continuaron los alborotos. Un herido y nuevos detenidos fue el saldo final de aquel inusitado episodio.

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