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Pedro Resina

El misterio del hombre degollado en una posada de la calle Alfareros

Crónica negra de Valladolid ·

Se llamaba Juan Pérez y amaneció vestido sobre la cama, sin alpargatas y con dos tremendos cortes en el cuello. Era octubre de 1905 y nadie se lo explicaba

Martes, 29 de octubre 2019, 07:17

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Nada más sentarse a la mesa comenzaron las sospechas. Su silla vacía, la puerta de la habitación cerrada.... Precisamente él, que nunca faltaba, solícito y puntual, a las comidas. Era lo que más y mejor le caracterizaba: no importaba la hora a que saliera a trabajar, siempre aparecía en su silla cuando servían la mesa. Menos aquel fatídico sábado de octubre. Nadie en el 'Salamanquino' podía imaginar el cuadro dantesco que les aguardaba.

Se llamaba Juan Pérez el afable vendedor de vinos que aquel martes, 24 de octubre de 1905, abrió la puerta de la posada, situada en la calle de Alfareros, actual Claudio Moyano. Nacido en Logroño, anunció que se quedaría al menos hasta el sábado. El periodista que tuvo que cubrir la trágica noticia aseguraba que era un «honrado trabajador» y que, como nota curiosa pero punzante, «su comida era frugalísima. Sufría cruelmente del estómago».

Llevaba Juan una vida rutinaria, apenas madrugaba. Se levantaba a las diez y media de la mañana, se tomaba una copa en la cantina y marchaba al trabajo, que consistía en la venta a comisión de vino y aguardientes. Puntual en las comidas, salía nuevamente por la tarde y regresaba a cenar a las siete y media. A las ocho ya estaba acostado.

Su carácter afable le procuró dos amistades: la de un hombre apodado 'El Gallo', natural de Alaejos, y la de Pedro San José, que trabajaba en la sección de jardines del Ayuntamiento. A los tres se los vio salir juntos aquella fatídica noche del viernes, 27 de octubre de 1905, y entrar en el café 'El Español', en la calle del Duque de la Victoria, para tomar la última. Juan se pidió un té. Al despedirse, les dijo: «Mañana a la una ya no estaré con vosotros». Pedro y 'El Gallo' creyeron que se refería al viaje que tenía previsto realizar a Bilbao.

Las sospechas comenzaron al ver su puerta cerrada. Era la hora de la comida y Juan no se había despertado. Llamaron un par de veces pero no hubo respuesta. La posadera envió a la criada, quien, al mirar por el ojo de la cerradura, solo pudo atisbar las alpargatas en el suelo y su cuerpo tendido en la cama. Pensando en lo peor, llamaron al inspector de Vigilancia, señor Fajardo, que apareció en pocos minutos acompañado del cabo Salgado y algunos guardias.

«Cuadro horroroso»

Como seguía sin responder, encomendaron a un muchacho de la posada, Lázaro San José que rompiera el cristal. La habitación de Juan Pérez daba a la calle de Miguel Íscar. Por el hueco abierto entró otro compañero que, rápidamente, sin mirar, abrió la puerta. La escena era tremenda: «Al penetrar, un cuadro horroroso se ofreció a su vista. Las ropas de la cama en que yacía Juan se hallaban teñidas en sangre, la que le inundaba también toda la cara. En el cuello presentaba terribles cortaduras». Nadie se lo explicaba.

En la mesa había una nota: «Me llamo Juan Pérez y soy de Logroño». A su lado, una cajetilla de tabaco, once reales y un lápiz. Y debajo de la cama, una navaja y un pañuelo. El juez Suárez, el actuario de turno y el forense Toraya no pudieron hacer otra cosa que certificar su muerte. En el juzgado, 'El Gallo' contó que días antes, su amigo había intentado tirarse al Pisuerga.

Según la reconstrucción de los hechos, cuando aquella noche del viernes Juan llegó a la posada, lo primero que hizo fue entrar en la habitación y cerrar la puerta. Luego se quitó las alpargatas, se metió vestido en la cama, «empuñó una navaja de afeitar y dándose tremendos tajazos se seccionó el cuello. La horrible herida provocó hemorragia abundantísima, de modo que la muerte debió de sobrevenir a los pocos momentos de consumar el suicida su propósito». Como posible razón se barajó «el padecimiento que sufría Juan Pérez en el estómago».

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