Erotismo fatal en Urueña
Una leyenda romanceada relata cómo al conde Pedro Vélez le fueron amputando miembros del cuerpo hasta morir, en castigo por acostarse con una prima carnal del Rey
Situada en una loma, en la falda del monte de Torozos y acorralada casi por completo por sus magníficas murallas, la villa vallisoletana de Urueña atesora historias increíbles ligadas casi siempre a su Castillo. Este, situado en el extremo suroriental de la población, fue mandado construir hacia el año 1060 por el monarca castellano Fernando I sobre los restos de una antigua fortificación romana, es de forma rectangular y todo su perímetro aparece adornado con cubos semicirculares salvo el situado en el sur. Junto a su torre del homenaje, de planta cuadrada, destaca el llamado Peinador de la Reina o Torreón de Doña Urraca, un cubo de grandes dimensiones que une la fortaleza con la muralla y sirve de privilegiado mirador.
En su interior -ahora ocupado por el cementerio municipal- se desarrollaron hace siglos impactantes episodios amorosos, algunos más románticos que otros. Es bien sabido, por ejemplo, que el rey Pedro I lo utilizó como morada para su amante, María de Padilla, a la que las crónicas describen como «pequeña de cuerpo pero grande en hermosura, dotada de potencias y de genio agradable y compasivo». Se la había presentado Juan Fernández Hinestrosa, tío de la joven, durante una visita a Sahagún, y en poco tiempo se convertiría en amante dominadora y de armas tomar.
Menos romántica y mucho más dramática fue la otra historia de amor que acogió la fortaleza en torno al siglo XII, si bien en esta ocasión hay que situarla en el campo fabulado de la leyenda. Habría tenido como protagonistas a un tal Pedro Vélez, afamado conde castellano de la época, y a una prima carnal del rey Sancho III. Y se trataría, a decir de un romance compuesto presumiblemente en el siglo XVI, de un auténtico despliegue de erotismo y ardor amoroso, perpetrado a espaldas del monarca:
«Alterada está Castilla/ por un caso desastrado,/ que el conde Don Pedro Vélez/ en palacio fue hallado/ con una prima carnal/ del rey Sancho el Deseado,/ las calzas a la rodilla/ y el jubón desabrochado.
La infanta estaba en camisa/ echada sobre un estrado/ casi medio destocada,/ con el rostro desmayado».
Si gráfica es la descripción del delito carnal, no lo es menos el trágico resultado del mismo. Y es que, sorprendidos ambos por don Sancho, a éste no le tembló el pulso a la hora de someter al conde al castigo más macabro: cada cuatro meses le sería amputado un miembro del cuerpo hasta morir de dolor y, por supuesto, desangrado: «De modo que estaba el rey/ suspenso y muy alterado// en fin, por darle castigo/ a muerte le ha condenado (…) No le den cosa ninguna/ donde pueda estar echado/ y de cuatro en cuatro meses/ le sea un miembro quitado/ hasta que con el dolor/ su vivir fuese acabado».
Autores como Enrique Gavilán han contrapuesto este incendio erótico del siglo XII con el más devastador de octubre de 1876, cuando ardieron cien casas del pueblo -la mitad casi exacta de su caserío- incluido el viejo Ayuntamiento, arrasando así con toda la documentación histórica de la villa.
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