La diábolica calzada del Puerto del Pico
Una leyenda popular explica el origen de esta histórica vía en la desesperada peripecia de un pastor perdido y temeroso
Nuestra historia discurre en el sur de la provincia de Ávila, concretamente en el llamado Puerto del Pico, emblemático puerto de montaña que ofrece una de las calzadas romanas más importantes del país. De hecho, esta vía de comunicación, revolucionaria en su época, sirvió durante mucho tiempo para comunicar, a través de la Sierra, las tierras llanas de la Meseta Norte con las del Valle del Tiétar, y, a través de éste, con las de Toledo y Extremadura.
Pero el Puerto abulense del Pico es también un paso obligado para la trashumancia de las vacas de raza avileña, pues a través de la calzada romana pueden subir a pastos altos en la época de verano y bajar a los valles en invierno. El protagonista de nuestra leyenda es, precisamente, uno de los vaqueros que frecuentaba este paraje a causa de su trabajo, y el objeto de la misma no es otro que ofrecer un relato mágico sobre el origen de la calzada.
Ocurrió un día que el muchacho andaba ensimismado, pensando en su inminente boda: sin darse cuenta, el tiempo se le echó encima y, rezagado durante el descenso, cayó en la cuenta de que se había perdido en medio del monte. Era invierno. La noche estaba a punto de llegar y no se le ocultaban los peligros de la zona. Con desazón buscaba una salida segura, algún camino conocido que le permitiera ponerse a salvo del inminente riesgo.
Desesperado, el muchacho lanzó el grito que nunca antes hubiera osado proferir: «¡Daría mi alma por un camino que me llevara de vuelta a casa!». De pronto, un silencio espeso se apoderó del puerto. Una elegante silueta, oscura y sin rostro, se acercó hasta él: «Tus deseos son órdenes», le susurró; «esta misma noche te construiré un camino para que mañana, a primera hora, puedas llegar a tu casa. Y entonces, una vez en ella, me entregarás el alma».
Como el pastor mostrase su reticencia a pernoctar en medio de un paraje que no le ofrecía más que inseguridades, el misterioso personaje, que no era otro que el diablo hecho carne, redobló su oferta: «No te preocupes: allanaré un pedazo de terreno y construiré una cabaña y una cerca para que podáis pernoctar tranquilamente tú y tus vacas». El muchacho aceptó con la condición de que el camino a construir fuera de piedra, mucho más seguro que una ruta a base de barro.
A la mañana siguiente, nada más despertar, comprobó sorprendido la magna obra del diablo: una hermosa vía empedrada les condujo, a él y a sus vacas, hasta la misma puerta de su casa. En cuanto abrió la puerta, sus padres, que ya lo daban por perdido, se abalanzaron hacía él dando gracias al cielo. Pero su hijo no era el mismo: la tristeza de saber que había vendido su alma al diablo lo estaba consumiendo.
Avergonzado, le confesó el pacto a su madre y ésta, serena y confiada, le tranquilizó: «Como quedaba poco para la boda, tu padre y yo adquirimos para ti, hace unos días, una casa en el pueblo vecino. Pretendíamos darte una sorpresa: lo importante es que, en realidad, ésta ya no es tu casa, por lo que el camino que ha construido el diablo no cumple con lo pactado. Tu alma está a salvo». Era cierto: el joven conservó intacta su alma y siguió faenando con sus vacas, que ya podían subir cómodamente por la magnífica calzada del puerto abulense.
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