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Autobús de la empresa Carrión en los 50 Archivo Municipal de Valladolid
Un camino de baches para los autobuses urbanos

Un camino de baches para los autobuses urbanos

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

El ofrecimiento de Cipriano Díez, en 1928, dio comienzo a un servicio de transportes plagado de problemas económicos y en competencia con los tranvías

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Martes, 23 de junio 2020, 10:58

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Aseguraba «El Norte de Castilla» que la empresa pionera contaba «con la simpatía del pueblo de Valladolid», pues, a esas alturas de septiembre de 1928, estaba dispuesta a «resolver el difícil problema del transporte de vecinos en algunos barrios». Un problema acuciante que los tranvías, en funcionamiento desde 1910, no habían conseguido atajar.

El servicio de autobuses comenzó a gestarse un año antes, a partir de una petición del empresario de Peñafiel Cipriano Díez Platero. El 28 de octubre de 1927, escribía al Ayuntamiento, presidido por Arturo Illera, ofreciendo establecer «un servicio de transporte de viajeros en autobuses con itinerarios fijos»; su pretensión era «poner en mejores condiciones de comunicación algunos barrios de la periferia con el centro y mejorar el de la estación en medios cómodos y rápidos a la vez que económicos de transportes de viajeros».

La autorización del Consistorio otorgó a Cipriano Díez Platero la licencia de explotación del servicio urbano de autobuses, sin exclusiva de ninguna clase y con la condición de satisfacer al Ayuntamiento un canon anual de 500 pesetas. El 23 de junio se inauguraba la primera línea entre la Plaza Mayor y el barrio de las Delicias; el precio del trayecto oscilaba entre los 10 y los 15 céntimos. Otras tres líneas comunicarían el centro de la ciudad con los barrios de San Isidro, La Rubia y el Canal de Castilla.

A finales de septiembre de 1928, la empresa de Díez Platero ya contaba con «cinco coches marca «Chevrolet», que prestan un buen servicio en sus diferentes líneas, y que han sido acogidos con agrado por los habitantes de esta ciudad castellana, y en particular por los vecinos de las populosas barriadas las Delicias y Canal de Castilla».

Autobús por la Plaza Mayor.
Autobús por la Plaza Mayor. Archivo Municipal

Siguiendo lo acordado, en enero de 1929 Automóviles Valladolid S.L. establecía cinco itinerarios: Fuente Dorada-San Isidro; Plaza del General Primo de Rivera (antes Plaza Mayor)-Delicias; Fuente Dorada-Plaza de Toros; Plaza del General Primo de Rivera-Canal de Castilla; y Fuente Dorada-Cementerio. La afición de numerosas familias a pasar sus jornadas de ocio en el Pinar de Antequera motivó que en enero de 1930 se estableciese una nueva línea hasta el pulmón de Valladolid; cuatro meses después, Díez Platero anunciaba el establecimiento del trayecto Hospital-San Juan, con salida en Fuente Dorada y llegada a la Facultad de Medicina. Como no podía ser de otra forma, el nuevo servicio de transporte hizo saltar las alarmas en la vetusta Sociedad de Tranvías, que a través de su representante, Augusto Fernández de la Reguera, insistió al Consistorio para que los autobuses no circularan por donde lo hacían sus coches.

En mayo de 1930, Díez Platero y Fernández de la Reguera acordaban eliminar toda «competencia ruinosa» y ceder a la Sociedad de Tranvías la concesión de las líneas Fuente Dorada-Plaza de Toros, Plaza Mayor-Canal de Castilla y Fuente Dorada-Cementerio.

Pero la situación comenzó a complicarse a partir del verano de 1931, cuando los problemas económicos se tradujeron en irregularidades reiteradas. Al Ayuntamiento llegaban quejas como que en la línea del Pinar los autobuses cobraban billetes de ida y vuelta y luego dejaban a los viajeros allí, o que en el barrio de las Delicias un coche no podía continuar por falta de gasolina. Además, el empresario, alegando el incremento de todos los precios de los accesorios del automóvil y el aumento de un 30% de los salarios según el nuevo contrato de trabajo, solicitó ser eximido del canon municipal y subir 5 céntimos el precio de las líneas a los barrios.

Autobús por la Plaza de Zorrilla en los años 50.
Autobús por la Plaza de Zorrilla en los años 50. Archivo Municipal

El Ayuntamiento no solo se negó a satisfacer sus pretensiones, sino que procedió a convocar un concurso público para conceder la exclusiva de las líneas de autobuses en la capital. El 5 de marzo de 1932, después de una primera convocatoria sin aspirantes, lo ganó la Sociedad Anónima de Importación y Ventas, presidida por Alejandro Escribano Rojas; la concesión se hizo por 15 años y bajo un canon anual de 1.000 pesetas.

Díez Platero se quejó por carta de la concesión realizada, pues aseguraba que a la nueva empresa se le permitía establecer precios más altos, y volvió a solicitar un incremento de sus propias tarifas. Ante una nueva negativa del Consistorio, el empresario reconoció, el 21 de junio de 1932, que era incapaz de disponer de material suficiente para explotar el servicio con garantías, y anunció que pondría fin al mismo el día 30.

Lo cierto es que todo parecía conspirar en contra del servicio de autobuses urbano, pues tampoco la S.A. de Importación y Ventas atravesaba por una situación óptima; de hecho, llegó a proponer el traspaso de la concesión a la Sociedad de Transportes de Automóviles. El Consistorio rechazó la propuesta y el 25 de junio decidió anular definitivamente la concesión. Finalmente se optó por adjudicar el servicio directamente a la SATA (23 de julio de 1932). La nueva concesionaria puso en marcha tres grandes rutas (Canal-Delicias, Rubia-Cementerio y Rubia-Pilarica), que incluían todas las zonas del núcleo urbano; las tarifas oscilaban entre los 10 y los 20 céntimos. Además, la línea del Pinar de Antequera, inicialmente provisional, quedaría definitivamente fijada en mayo de 1936.

Con todo, el servicio de autobuses continuó despertando más inseguridad que fiabilidad. En mayo de 1933, por ejemplo, los clientes denunciaban que determinados conductores pasaban más tiempo del permitido en las tabernas, y que luego trataban de ganarlo conduciendo a gran velocidad. Tampoco faltaban reclamaciones por incumplimientos de horario, abusos en el cobro de billetes, paradas no permitidas, vulneración de trayectos estipulados o retiradas de coches en ciertas líneas durante los domingos.

Tras el final de los tranvías, en noviembre de 1933, se incrementó la inquietud ciudadana en barrios como La Rubia, donde venían disfrutando de condiciones más ventajosas que con los autobuses. Por si fuera poco, el Ayuntamiento siguió recibiendo quejas y problemas a los que durante la postguerra se sumarían la falta de neumáticos y la escasez de gasolina. Finalmente, en 1945 la SATA decidió traspasar el negocio a Marcial Carrión, que lo explotaría hasta la municipalización del servicio en 1982.

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