Ángela Carraffa, la vallisoletana que rompió barreras en la Universidad
Decidida a estudiar Filosofía y Letras, la vallisoletana superó todas las trabas sociales y fue la primera en doctorarse en 1892
La frase apareció publicada en la prensa nacional con un tono a medio camino entre la sorpresa y la heroicidad: «De las cuatro o cinco señoritas que cursan o han cursado tan difícil facultad, esta es la primera que llegó al más alto grado académico». La noticia, fechada el 21 de diciembre de 1892, hacía referencia a la gesta de Ángela Carraffa de Nava, una vallisoletana nacida hace 150 años que ha pasado a la historia por ser la primera doctora en Filosofía y Letras de España.
Su peripecia, desvelada por autores como Luis Torrecilla y Consuelo Flecha, no puede entenderse sin reparar en lo alejada que estaba aquella Universidad decimonónica de las mujeres. No por casualidad se suele citar a María Isidra de Guzmán, la primera mujer en obtener el grado universitario de doctora en 1785, como un caso verdaderamente excepcional. Y es que a finales del XIX, la presencia de la mujer en la Universidad, además de ser minoritaria, estaba restringida a aquellos estudios que se consideraban acordes con su función social de «ángel del hogar».
En los años que nos ocupan, había diez universidades en toda España y cinco carreras: Derecho, Medicina, Farmacia, Letras y Ciencias. Aunque teóricamente no existía obstáculo legal para que la mujer ingresara en la Universidad después de aprobar el Bachillerato, era necesario un permiso de la Dirección General de Instrucción Pública. En caso de ser concedido, la asistencia a clase se haría con acompañamiento del padre, de un hermano o de un profesor.
Cursar estudios universitarios era por lo general muy costoso, de ahí que solo estuviera al alcance de las clases medias y altas. Ángela Carraffa pertenecía a dicho estrato social. Nacida en la ciudad del Pisuerga el 15 de marzo de 1873, era hija de José Carraffa y Piñero y de Eusebia de Nava y Varadé. La familia la completaban dos hermanos: Luisa y José. El padre, abogado de profesión, era un hombre de ideas avanzadas muy respetado en la ciudad. Republicano federal, en 1885 fue elegido concejal -llegaría a ser teniente alcalde en 1890- y en 1892 presidió el Círculo de Recreo. Todo parece indicar que apoyó en todo momento a su hija en el afán de cursar estudios universitarios.
Alumna aventajada en el Instituto de Segunda Enseñanza (el actual 'Zorrilla'), se graduó con brillantes calificaciones y obtuvo un sobresaliente en el examen de Bachillerato. Era 1887. Optó por cursar Filosofía y Letras en un momento en el que, al contrario de lo que ocurría hasta entonces, ya no era mal visto entre los miembros de su clase social, pues se entendía que dicha carrera apenas tenía salidas profesionales, pero capacitaba a las mujeres para adornar con cultura general su papel principal, limitado fundamentalmente al núcleo familiar.
Aunque inicialmente se le impidió ingresar en las Universidades de Madrid y Valladolid, gracias a la influencia de su padre fue admitida en la de Salamanca; obtuvo el título en 1891. Prosiguió sus estudios en la Universidad Central de Madrid, donde en diciembre de 1892 leyó su tesis, titulada 'Fernando Núñez de Guzmán (El Pinciano). Su vida y sus obras'. Luis Torrecilla ha reproducido el impactante alegato de la vallisoletana en pro del acceso de las mujeres a la enseñanza superior:
«Si desde el siglo pasado no se halla mujer alguna que haya solicitado tal honor, débese, sin duda, a la creencia de que aquella no debe salir, ni un momento siquiera del hogar doméstico, ni sus ocupaciones deben ser otras que las propias de la vida interior de la familia. Pero, ¿qué más? Todavía fuera de este templo del saber se oye decir a todas horas que la misión de la mujer está reducida a rezar y coser, olvidando que una lección dada por una madre a sus hijos es no tan sabia como la de los doctos maestros, pero sí más dulce y persuasiva».
Pero la vallisoletana, una vez con el título, no pudo ejercer la enseñanza. Su apelación al Ministerio de Fomento solo le sirvió para que le permitieran ser profesora de Escuela Normal «siempre que lo permita la futura organización de las escuelas». La primera doctora en Filosofía y Letras de España no tuvo más remedio que reproducir la función social atribuida entonces a la mujer. Casada en 1900 con el famoso matemático y científico (él sí profesor de Universidad y de Instituto) Juan Domínguez Berrueta, con el que tuvo cinco hijos, su vida se limitó a cuidar del hogar y asistir a eventos propios de las mujeres de su clase social. Falleció en Salamanca el 10 de marzo de 1950, sin haber podido ejercer la enseñanza.
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