VI Los días previos a su juramento
LAS RUTAS DE CARLOS V POR VALLADOLID ·
Las medidas de los flamencos sobre los partidarios de Fernando reavivaron la oposición al nombramiento de Carlos como Rey de CastillaJosé Luis Chacel
Martes, 6 de febrero 2018, 13:39
El 16 de enero de 1518, Leonor, Carlos y Fernando se desplazaron a Tordesillas con la intención de pasar tres días en compañía de su madre y su hermana pequeña Catalina. Allí volvieron a ser testigos de la humilde y austera vida que llevaban la Reina madre y su hija en aquella sobria casa palacio, tan diferente del lujo y boato que caracterizaba a la Corte, con motivo de los actos festivos que en honor a los infantes se estaban celebrando en Valladolid. Los tres Habsburgo comenzaron a sopesar la idea de liberar a Catalina de aquel absurdo cautiverio y hacer posible que pudiera disfrutar junto a ellos en la villa vallisoletana. Siendo conscientes de que su madre nunca se prestaría a una negociación que contemplara la liberación de la pequeña, acordaron que una separación súbita y por sorpresa sería el mejor procedimiento para rescatarla. Refrendaba esta idea la propia experiencia vivida por Fernando, que cuando era pequeño y estaba al cuidado de su madre, fue retirado de forma repentina por orden de su abuelo y su madre ni protestó ni volvió a interesarse por él.
Al regresar a Valladolid, Carlos ordenó que se presentara ante él un flamenco llamado Bertrand, quien por su lealtad y buenos sentimientos llevaba muchos años al servicio de la Reina Juana. Este ayudante de cámara gozaba de su confianza y ostentaba el privilegio de moverse libremente por todas las dependencias de la casa. El Archiduque le expresó la preocupación que sentía al ver a su hermana pequeña condenada a vivir en aquellas condiciones, similares a las de un presidio y le ordenó que, con el máximo secreto, planificara el secuestro de Catalina de forma y manera que la Reina no fuera testigo del momento de su salida.
Bertrand se mostró conforme con el mandato y orgulloso de haber sido elegido para llevarlo a cabo. Pocos días después escribió al Archiduque relatando los detalles del plan que había urdido para liberar a la infanta. Con la aprobación de Carlos, la acción quedó en suspenso, ya que en breve debería prestar juramento como Rey de Castilla. Después juzgaría el momento idóneo para liberar a Catalina.
Carlos I pidió un flamenco llamado Bertrand que urdiera el secuestro de Catalina
A pesar de las numerosas muestras públicas del buen entendimiento entre Carlos y Fernando, los partidarios de este último no estaban dispuestos a desaparecer de la escena política. Las medidas que sobre ellos tomaron los flamencos, apartándolos de sus puestos de privilegio, sustituyéndolos en sus cometidos, condenándolos a prisión y en algunos casos ejecutándolos, contribuyeron a reavivar el sentimiento de oposición al nombramiento de Carlos como Rey de Castilla, aunque fuera el primogénito. Emulando la actuación que tuvo Lutero, 80 días antes –cuando clavó un escrito en la puerta de la iglesia de Todos los Santos del castillo de Wittenberg, denunciando con sus noventa y cinco tesis, la venta de indulgencias practicada por la iglesia de Roma–, algunos vallisoletanos colgaron de las puertas de las iglesias de la villa diversos manifiestos anónimos con los siguientes textos: '¡Maldición caiga sobre ti, Reino de Castilla, que permites y soportas que tus hijos, amigos y vecinos sean matados y asesinados diariamente por extranjeros sin hacer justicia de ello!' o 'Tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino sea gobernado por extranjeros que no te tienen amor…' o 'Castilla, muy cobarde y desgraciada eres cuando soportas, por engaño, soborno y astucias, que la segunda persona que contigo has criado y educado vaya a partir...para llegar a ser un Rey de otros países' y 'Puesto que así lo quieres, tendremos que ir en breve a Aragón, en donde de todas estas cosas y otras felonías esperamos ser vengados'. Estas proclamas ponían de manifiesto la brecha existente en el panorama social castellano, donde una importante parte de la población se consideraba humillada y sometida por las directrices que dictaban los flamencos. Una situación que permaneció latente durante algo más de dos años, concretamente hasta el mes de abril de 1520, cuando se activó la revolución comunera en Segovia. Una sangrienta jornada en la que los seguidores de Juan Bravo asesinaron al delegado en Cortes por esa provincia, Rodrigo de Tordesillas, a su regreso de la reunión, celebrada en Santiago de Compostela y presidida por el ya Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V y a su vez, Rey de Castilla y de Aragón con el apelativo de Carlos I.