El antes y el después de la Casa de Beneficencia
Trato a los mayores ·
Veinte familias de residentes reclaman cambios para acabar con el «aislamiento brutal», los «recortes en calefacción y comida» y la vuelta del trato «humanista»Los tiempos de cambios, lo son también de conflictos. La residencia de mayores Casa de Beneficencia sufrió como ninguna otra los zarpazos de la covid.La primera ola de la pandemia se llevó la vida de más de 40 de sus 176 residentes, de tres de las ocho religiosas de la Caridad que les atendían y afectó a más de un tercio de los cerca de 80 trabajadores del centro.
Después del drama, esta bicentenaria institución inició un nuevo periodo. Cambió todo, empezando por la junta directiva de la Asociación que rige esta residencia, así como la dirección.
«Desde el 3 de agosto no hemos vuelto a tener fallecidos. Y apenas cuatro casos de positivos asintomáticos, dos residentes y dos trabajadores», explica el nuevo director, Nicolás Díez Martín.
Díez Martín ha ocupado cargos de gestión en una decena de geriátricos en la última década. Insiste en que su prioridad es cumplir las normas y reducir al máximo los riesgos. «Hay que ser estrictos aunque a algunas familias les cuesta aceptarlo», repite. En los seis meses que lleva al frente ha dejado atrás el papel de las Hijas de la Caridad y ha marcado criterios de gestión privada. «Antes mandaban las monjas, ahora lo hace un equipo multidisciplinar», continúa Díez Martín.
Cambios estrictos que han provocado que un grupo de 20 familiares de residentes (hoy viven en Beneficencia 146 mayores), apoyadas por 66 firmas, reclamen a su junta directiva y a la propia consejera de Familia, que acabe con los «recortes» en comida, calefacción, mantenimiento del edificio y servicios como enfermería o actividades grupales.
Estas familias hablan de «aislamiento brutal, tristeza y depresión», comida fría y escasa que provoca «importante pérdida de peso generalizada» y recortes en la calefacción. «De ser un centro ejemplar, se ha convertido en una cárcel. Todo se ha racionado: lo económico y los afectos», resume una de las portavoces del colectivo. Una trabajadora que exige confidencialidad completa este argumentario: «todo el mundo sabe lo que hay pero no hay manera de que trascienda».
La Gerencia de Servicios Sociales de Valladolid asegura que «no hemos detectado las anomalías que se reflejan en esas quejas».
El equipo de Díez Martín dice haber puesto orden en el «revoltijo» anterior. Pone un ejemplo: «Se acabó la costumbre de acumular medicinas y comida en las habitaciones que, en caso de problemas se nos va a exigir responsabilidades a nosotros».
Menú en la habitación
Ese orden incluye que las salidas a pasear o a las misas se hagan separando a los residentes por plantas para minimizar riesgos. O que no se abra el comedor general y cada cual reciba los menús en sus habitaciones, salvo entre las personas asistidas.
Especiales coronavirus
El Norte de Castilla visitó el viernes el centro. A media mañana, 30 personas en turnos dobles participan en las terapias de Orientación a la Realidad. Allí, Carmen de Bustos pasea sus 91 años y se queja de que «no nos dejan meter ni unos frutos secos, que son buenos para el calcio». Lleva ocho años en Casa de Beneficencia y admite que «todo ha cambiado mucho». Mari Cruz, 84 años y 23 operaciones, viene de la peluquería. Dice que «se come una barbaridad y abundante, salvo alguna cena un poco regular». De su andador sobresalen unos dulces de chocolate que acaban en manos de sus cuidadores.
Mientras hacen tiempo para la comida, Carmen López y Nieves de la Iglesia miran la tele en su habitación. Sus vidas están resumidas en fotos en las paredes. «Tenemos la ventana abierta a cada rato porque hay que ventilar mucho», se explica Carmen. En enero cumplirá 93 años pero lo que le preocupa es cómo pasará la Navidad. «Mi familia me quiere llevar unas horas ¿puedo?», le reclama al director cuando le ve por el pasillo. «Sí, si vuelves con una prueba PCR negativa». La mujer se alarma: «El palo no, que me pongo muy nerviosa. ¡No voy!».
Enfrente, Eugenio Arroyo lleva 13 años en la misma habitación donde despidió a su mujer hace seis años. Se siente bien atendido, aunque reconoce que «se hace larga la tarde porque no puedes salir». Tampoco lo hará en Navidad. «Todos los años he salido, pero este año no me muevo».
Por los pasillos, los trabajadoras van repartiendo cuberterías, pan y servilletas para cuando llegue la comida. En las cocinas, meten los platos en unos carros térmicos. «Solo pierden 3º centígrados cada hora», explica el jefe de cocina. Aún así los pasillos son enormes. «Es verdad que al que le toca el último se le puede quedar frío el segundo plato», admite el director de Beneficencia.
Este centro está en el punto de mira por sus especiales características. No es público sino privado, pero sin ánimo de lucro. ¿Es viable esta fórmula? Los costes «se han multiplicado» pero mantiene 74 trabajadores para sus 146 residentes. «Es un ratio de casi un 0,60% trabajadores por residente. Es el más alto de Valladolid», asegura su director. Con un pasado de trato «caritativo y humanista», la nueva realidad empuja su futuro hacia el vértigo del «economicismo puro y duro», lamentan las familias quejosas.
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