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Los investigadores Gila Kopper y Carlos Díez en un laboratorio de síntesis orgánica. Ramón Alonso

75 años de matraz y química en Valladolid

La Facultad de Ciencias de la UVa expone hasta el viernes día 20 una muestra sobre Marie Curie para conmemorar a su primera promoción

La Facultad de Ciencias de la Universidad de Valladolid guarda en su baúl de los recuerdos un par de mudanzas, un decano asesinado y un patrón al que guarda veneración desde hace años. Hace ya 75 años que el centro graduó a su primera promoción, integrada por 26 licenciados de química, de los que seis fueron mujeres. Para la ocasión , el vestíbulo se viste con una exposición sobre la vida de Maria Słodowska (Varsovia, 1867-1934), a la que nadie llamó Marie Curie hasta los 28 años, cuando se casó, tras licenciarse en La Sorbona. A través de los pasillos, el decanato, los laboratorios y los recuerdos guía el grupo de excepción que forman el decano Isaías García, que es físico, el vicedecano José María Andrés (química orgánica), los profesores Fernando Villafáñez (química inorgánica) y Alberto Lesarri (química física) y los veteranos Luis Ferrari y Ana María González, de química física y orgánica respectivamente.

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150 años celebraría Marie Curie si viviera, razón que permite enlazar sendos cumpleaños, ya que una exposición dedicada a su vida, con su biografía en paneles y vídeos, ocupa hasta este viernes 20 de octubre la entrada de la facultad. Se trata de un preludio que calienta motores para la fiesta patronal que reúne cada año a químicos, físicos y matemáticos, San Alberto Magno, que se celebrará el 15 de noviembre. Hoy nadie cuestiona el legado indiscutible de la científica polaca, sobre todo porque a ella se deben los descubrimientos del polonio y el radio y solo otras tres personas en toda la historia (Pauling, Bardeen y Sanger) han conseguido enarbolar una pareja de Nobel, que en el caso de Curie está formada por el de Física de 1903 y el de Química de 1911.

Tras la bienvenida que ofrece Curie, es posible adentrarse en los mimbres de la institución, plagada de apuntes curiosos. La facultad ya ha hecho las maletas en dos ocasiones: del emplazamiento original se movió al Prado de la Magdalena, y de allí al Campus Miguel Delibes. Fue en ese último cambio de 2013 cuando el profesor Alberto Lesarri descubrió y dio a conocer, en el primer ejemplar de la revista del centro, al olvidado decano de Ciencias que supone uno de los puntos más trágicos del recorrido de la entidad.

El físico Arturo Pérez Martín, catedrático sucesivamente en Oviedo, Cádiz y Valladolid, republicano moderado y amigo de Unamuno, recibió dos tiros en la sien tras el golpe de Estado, en 1936. Precisamente en esa época turbulenta se sitúa el comienzo de la actividad de la primera de las generaciones que cursó y completó sus estudios en la ciudad. Licenciarse les llevó a los químicos los años comprendidos entre 1935 y 1942. «Les pilló en medio la guerra», resume Luis Ferrari, que muestra la colección de primeras orlas.

Pese a las dificultades, las titulaciones siguieron creciendo juntas: más allá de las bromas, física y química no se comprenden la una sin la otra. «Para un químico es fundamental la termodinámica», sentencian todos. En los 70 la universidad creció exponencialmente. Hasta los 80 no hubo campanas de extracción en los laboratorios de química, estampa ilustrativa de una seguridad mucho menor que la que actual, que incluye hasta duchas de emergencia en los pasillos. «Teníamos ángeles de la guarda… y había selección natural», ríen Ferrari y Villafáñez, que con los demás concluyen que la naturaleza experimental de la química se complementa siempre con los fundamentos físicos. «Y luego las matemáticas son la herramienta de todo científico, su lenguaje indispensable», apunta el decano, sobre la frase de Ana María González, que considera que los números son vitales para «abrir la mente al conocimiento y al pensamiento científico».

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Grado busca máster

8 horas semanales de matemáticas recibían antes los estudiantes de química, que ahora ven sus estudios comprimidos en cuatro años, lo que a juicio de los profesores, les prepara para trabajar en un área especializada, pero puede ocasionar que haya lagunas en su conocimiento. El grado pide máster a gritos. Para ellos, el problema viene de la base de Bachillerato: la reestructuración reduce esa fase a dos años y permite que lleguen a la universidad alumnos sometidos a una «menor exigencia», según José María Andrés. «En ocasiones eligen otras optativas que les resultan más ‘fáciles’ para acceder a una nota mayor», completa Luis Ferrari. La carrera de química, mucho más centrada ahora en su propio ámbito de estudio- los profesores cifran los contenidos estrictamente químicos entre un 80 y un 85% del total- y con 120 horas de laboratorio anuales, dota de una titulación muy versátil.

Encontrar la vocación se convierte en un objetivo con doble filo. El acceso a la universidad vallisoletana se ve facilitado y enriquecido por una amplia oferta, pero disminuye la decisión necesaria para entrar y aumenta la competitividad. «Ahora que los alumnos tienen la carrera en su propia ciudad y muchas más facilidades tienes que ir a buscarlos, motivarlos», cuenta Villafáñez. Y es que no todo es fácil ni una escena de Breaking Bad a este lado del campus: el alumno se ve obligado a obtener resultados exigentes si quiere acceder a las becas nacionales y de la Junta que permiten investigar.

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De los profesores se desprende la conclusión de analizar los casos particularmente, ya que el propio Heisenberg (el de verdad, premio Nobel de Física en 1932), casi suspendió a los 21, recuerda Lesarri. Parece que la física experimental se le resistía, a pesar de que el resto de su expediente era brillante.

De momento, Marie Curie custodia la puerta, como reclamo para la ciudad. Arturo Pérez Martín ocupa su lugar entre los retratos de los decanos, al fin con cierta voz y reconocimiento. San Alberto se anuncia de momento tan solo de puntillas, pero en no mucho tiempo sus huestes festivas volverán a tomar la ciudad. Así se enlaza la vida en la Facultad de Ciencias: estable y versátil como un anillo de benceno, pero con la dureza de un diamante.

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