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Victoria M. Niño
Lunes, 15 de mayo 2017, 06:07
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Solo se miraban. Las bedelas, Leoncia a la cabeza, velaban por la decencia en el vestir de ellas y por mantener la distancia de seguridad con ellos. Las mujeres y los hombres que ayer celebraron el 50 aniversario de su promoción de Magisterio estudiaron separados. Apenas cuatro parejas entre 130 alumnos. Cuando cumplieron los 25 años comenzó el acercamiento, y desde hace un año, las nuevas tecnologías les han unido semanalmente para preparar el encuentro de ayer. 73 de aquellos estudiantes celebraron misa en la catedral oficiada por el arzobispo, visitaron su Escuela Normal, actual colegio García Quintana, y comieron juntos.
Un día para reconocerse tras una vida. Magisterio fue para muchos de ellos más que una vocación (ingresaban a los 16 años), una carrera corta con la que empezar a volar. Inma quería ser maestra, sí, pero también locutora, monja y azafata. Terminó la carrera, opositó, enseñó en un pueblo, marchó a Barcelona para seguir estudiando. La educación especial llenó su vida. Tino, hijo de médico, aprendió en las asignaturas para maestros cómo tratar a sus futuros pacientes. También marchó a Cataluña donde se formó como fisioterapeuta y aún hoy mantiene consulta como podólogo. «Los pies son el punto de partida para tratar al paciente globalmente», dice quien se confiesa tímido redimido por este oficio «de tocar». Raquel no ejerció su profesión fuera de casa, solo sus hijos aprovecharon su saber enseñar. «Tenía novio. Terminé, me casé y nunca me arrepentí». Pilar nació en una familia numerosa y su padre decidió por las chicas, a Magisterio. A ella le gustaba la biología, que ahora enseña a sus alumnos andaluces.
«Nacimos con la Ley de educación de 1970 y la Ley Wert ha acabado con nosotros», sonríe Inma. «Hay que decir que se ha avanzado mucho. La educación obligatoria es hasta los 16 años, los conciertos acabaron con la separación de escuela pública y privada, hay educación para la diversidad. Hemos mejorado, claro que sí».
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