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Santander, en el centro, después de pronunciar una conferencia en Madrid en 1934

El día en el que murió aquel director de El Norte

El 2 de diciembre de 1936, Federico Santander, máximo responsable del diario entre 1926 y 1931, fue sacado de la Cárcel de Ventas junto a otros muchos compañeros; su muerte no se conoció en Valladolid hasta mayo de 1939

Enrique Berzal

Jueves, 8 de diciembre 2016, 20:39

Aquel 2 de diciembre cayó en miércoles. La cárcel madrileña de Ventas, que en 1933 había impulsado el sueño de Victoria Kent de albergar dignamente a las reclusas que hasta entonces se hacinaban en el edificio de la calle de Quiñones, se preparaba para un nuevo episodio de terror. Convertida, al poco de estallar la Guerra Civil, en presidio improvisado de miles de presos políticos antirrepublicanos, aquella mañana del 2 de diciembre de 1936, hace ahora 80 años, vería desfilar nuevamente a decenas de hombres abocados a la muerte. Uno de ellos era Federico Santander Ruiz-Jiménez, director de El Norte de Castilla hasta 1931 y una de las figuras más emblemáticas de la cultura española y vallisoletana del momento. Dramaturgo, ensayista, poeta, concejal, alcalde, periodista. Federico Santander apenas pudo oponer más resistencia que un grito desgarrado alertando de la masacre que se avecinaba. Horas después, su cadáver engrosaba la trágica lista de 'sacas' de Paracuellos del Jarama.

Había compartido presidio con Ramiro de Maeztu, asesinado días antes en el cementerio de Aravaca, Santiago Magariños, el doctor Lemus y José Luis Vázquez-Dodero. Entre sus desdichados compañeros de viaje también figuraba, aquel 2 de diciembre de 1936, uno de los hijos del conocido político palentino Abilio Calderón. La muerte de Federico Santander ilustra uno de los episodios más negros de la represión republicana en la Guerra Civil. Ocurrió a principios de noviembre de 1936, momento en que la llegada de los combates a las puertas de Madrid desató contra los presos una de las mayores matanzas cometidas en el conjunto de la zona republicana. Se calcula en torno a 2.500 los encarcelados por motivos políticos que hasta el 4 de diciembre fueron sacados de la cárcel y asesinados extrajudicialmente en Paracuellos o Torrejón de Ardoz, en una operación planificada por el Comité Provincial de Investigación Pública, según ha demostrado el historiador Julius Ruiz.

El caso de Federico Santander Ruiz-Jiménez, como el de muchísimos otros compañeros que corrieron misma suerte, se antoja muy difícil de comprender. Más si cabe a tenor de su aureola de dramaturgo y conferenciante de prestigio ajeno a las inquinas guerracivilistas, pese a su feroz antirrepublicanismo escrito. Nacido en Madrid en 1883, con apenas tres años llegó con su familia a la ciudad del Pisuerga, tras el cese de su padre en su destino como médico en Filipinas. Tras cursar los estudios de Derecho en la Universidad vallisoletana, en 1908 obtuvo el doctorado en la Universal Central.

En esos momentos, Federico Santander se mostraba muy cercano al tradicionalismo católico, y prueba de ello fue su fichaje por Diario Regional, periódico dirigido por Justo Garrán y defensor de ideas cercanas al integrismo. Incluso llegó a formar parte de la Junta Directiva del Centro Electoral Católico de Valladolid, cuyo objetivo era reunir, con fines electorales, a todos los católicos antiliberales de la ciudad según las normas de Su Santidad. Poco tiempo le duraría, empero, aquella euforia tradicionalista: cuando en 1915 entró a formar parte de la redacción de El Norte de Castilla, ya había profesado nueva fe política en las filas del liberalismo que pilotaba Santiago Alba. Eso sí, nunca abandonaría su fidelidad a la Monarquía de los Borbones.

Asiduo conferenciante en múltiples foros, miembro del Ateneo, autor de diversos ensayos y de no menos exitosas adaptaciones de obras teatrales, entre sus novelas premiadas sobresalen Epistolario (1903), La casa de Balsaín (1905), ¡Por el nombre! (1906), Alma mater (1907) y, desde luego, su célebre Guía Espiritual de Castilla, que aglutina 49 artículos publicados en el semanario dominical Castilla, que dirigió hasta 1923; fue asimismo un gran orador y conferenciante de fama nacional. Antes de dirigir el decano de la prensa desarrolló un labor política muy destacada a escala municipal: en 1915 y 1920 resultó elegido concejal por el distrito de Campo de Marte, en 1918 fue nombrado 6º Teniente de Alcalde y pasó a la 1ª Tenencia al resultar elegido alcalde Gaspar Rodríguez Pardo. Tras la dimisión de éste, ocurrida en noviembre de 1919, ejerció la alcaldía accidental hasta su definitiva elección como alcalde de Valladolid en abril de 1920.

Por su fidelidad a Santiago Alba fue amonestado en tres ocasiones por el régimen autoritario del general Miguel Primo de Rivera, impuesto en septiembre de 1923, Dictadura que siempre condenó aunque no así al monarca que la auspició, Alfonso XIII, al que rindió constante pleitesía. Con objeto de frenar en lo posible la inquina de Primo hacia El Norte de Castilla, en junio de 1926 fue nombrado director del periódico, cargo que entre mayo de 1930 y abril de 1931 compatibilizó con el de alcalde de Valladolid, y desde el que criticó, sobre todo a partir de 1928, los intentos de perpetuar el régimen autoritario.

Flores a la reina

Convocadas las elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, a Federico Santander, que públicamente apoyó a la coalición monárquica, le correspondió vivir la proclamación de la Segunda República, un hecho que no dejó pasar sin un acto simbólico: acudir a la estación de ferrocarril para hacer entrega de un ramo de flores a la reina cuando ésta pasó por Valladolid camino del exilio. Sorprendentemente, días después tomaba la decisión de abandonar definitivamente el periódico vallisoletano debido, según escribió en ABC, a «la simpatía de El Norte de Castilla hacia la República».

Desde entonces residirá en una habitación del Hotel Madrid-Paris de la capital española, publicará amplios artículos de opinión en ABC, colaborará en el Diario de Manila y hará célebres sus charlas semanales en Radio España. Continuará también con su fecunda labor cultural como conferenciante y autor de obras y adaptaciones teatrales, e incluso el 23 de octubre de 1932 emprenderá un viaje alrededor del mundo en un vehículo Ford acompañado por Artemio Mazariegos, Eduardo Power y Marcelo San José, experiencia que luego transmitirá en artículos y múltiples conferencias.

Miembro activo del Rotary Club, prodigó su presencia en varios actos de afirmación monárquica, colaboró en la revista Acción Española y se mostró próximo a Renovación Española, partido impulsado por Antonio Goicoechea y liderado, desde 1934, por José Calvo Sotelo. Sus colaboraciones en ABC atacarán con crudeza a l República y a sus principales líderes, tildándola de «violenta» y «sectaria», más próxima a la Rusia soviética o al caótico Portugal que a la moderada Francia. Arremeterá incluso contra la estrategia posibilista de miembros del catolicismo político como Ángel Herrera y destacados líderes de Acción Popular y de la CEDA, especialmente Luis Lucia, Manuel Giménez Fernández y José María Gil Robles, y se mostrará en desacuerdo con el «parlamentarismo», entendido como la capacidad de las Cortes para ejercer una fiscalización desmesurada y «hostilizar gobiernos».

En enero de 1936, en un claro proceso de radicalización argumental, proponía restaurar la Monarquía liquidando por completo las reminiscencias republicanas, «limpiar el solar y sanearlo» mediante un procedimiento consistente en nombrar un gobierno provisional y dictatorial compuesto por civiles y militares, bajo la presidencia de un político monárquico, que despejase el camino de la Monarquía y «libere al Soberano de toda responsabilidad en la represión política y social». Ya hablaba claramente de emprender una labor represora y depuradora, aunque «sin gran violencia (), sin pasión ni crueldad», más bien colocando «a los que lo merecen en imposibilidad de dañar», utilizando para ello mecanismos como la expatriación, la privación de derechos políticos y el «aviso amistoso y plazo prudencial» para forzar su salida del país.

Una vez celebradas las elecciones de febrero de 1936 que dieron la victoria a la izquierda, Santander compartía la visión apocalíptica de las derechas españolas cuando interpretaba la situación creada en España como una pugna inevitable entre dos concepciones antitéticas, la occidental y cristiana y la oriental y anticristiana, en definitiva, Roma frente a Rusia; callejón sin salida que le llevaba a posicionarse a favor de la instauración de un orden cristiano. A principios de agosto, apenas 15 días después del levantamiento militar que provocó la guerra civil, Federico Santander era detenido en calidad de miembro de Renovación Española. Se le tomó declaración en dos ocasiones, fue juzgado por un Tribunal Popular y conducido a la Cárcel de Ventas.

La versión más fidedigna sobre su muerte es la que a finales de abril de 1939 plasmó por escrito Conrado Sabugo, conocido colaborador de El Norte bajo el seudónimo «C. Kellex». Según le confesó el administrador de la Cárcel de Ventas, el 2 de diciembre de 1936 se presentaron en prisión varios milicianos con una orden del Director General de Seguridad que, supuestamente, liberaba a un importante número de presos; no obstante, tenían que ser conducidos en un camión a presencia del citado director. Santander desconfió enseguida de dicha orden y, temiendo una muerte segura, avisó a sus compañeros para que no subieran al vehículo. A consecuencia de ello se armó un gran tumulto, en el que resultó herido de un culatazo. Finalmente lo subieron junto a 93 compañeros, entre ellos el hijo del ex ministro Abilio Calderón, emprendieron viaje y lo fusilaron en Paracuellos del Jarama.

Desconocida su suerte hasta por los mismos jerarcas republicanos, a comienzos de 1937 se le abrió un proceso judicial como sospechoso de desafección a la República e inducción a la rebelión militar. En consecuencia, el Tribunal solicitó que se indagase su paradero. Los responsables de la prisión respondieron que había sido liberado en la fecha de su ejecución, por lo que fue procesado en rebeldía en marzo de 1937. Paradójicamente, tras la guerra civil fueron los vencedores los que continuaron persiguiéndole. Su liberalismo y sus relaciones con el Rotary Club, organización que la Iglesia católica consideraba un sucedáneo masónico, provocaron que se le abriera un expediente como sospechoso de pertenecer a la masonería. El 1 de mayo de 1939, una vez conocida en la ciudad su trágica muerte, se oficiaron funerales en su honor en la iglesia del Colegio de Carmelitas del Campo Grande; al día siguiente se hizo otro tanto en la parroquia madrileña del Carmen.

«Ahora pienso también en que, como las masas son simplistas y no distinguen de colores no saben de matices, por no marcarse bien separaciones y contornos, llegue un día en que puedan fusilarme, o degollarme, al mismo tiempo que a los republicanitos del 14 de abril y a los socialistas de un socialismo manso y lento; y entonces sí que, al acabarse trágicamente el vivir ¡se habrá acabado el convivir!», había escrito, premonitoriamente, el 30 de noviembre de 1935.

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